Hace ya algún tiempo que empezamos a plantear la necesidad de cambiar ciertos códigos y lenguajes cuando hablamos de política. El primero, hacer más natural el hablar de política (“Todo es política”). El segundo, hablar de política de forma natural (“Política a pie de calle”). Conscientes de la necesidad de acercarnos a gran parte de la población que no se sentía integrada en la jerga política, la terminología institucional y los usos periodísticos, optamos por “conectar” con el imaginario colectivo. Eso se consigue haciendo uso de conceptos e historias compartidas. En un mundo fragmentado y globalizado, donde las costumbres de cada comunidad se velven cada vez más locales y particulares, la solución estaba clara: usar la elementos de la televisión, del cine, de los videojuegos… la cultura pop a la que tantas horas le hemos dedicado, hayamos crecido en uno u otro hemisferio.
Muchos siguen empeñados en ver un “vicio” en la educación de todo joven que está delante de “la caja tonta” o “jugando a la maquinita” en vez de salir a correr al parque. Esto puede ser más o menos cierto según a quien le preguntes, pero la realidad es que ese tiempo frente a una pantalla y luego ampliado por interminables conversaciones y debates (“¿Por qué no tiraron el Anillo al Monte del Destino desde una de las Águilas?”) ha supuesto un importante elemento de socialización. En nuestras sociedades posmodernas, desencatadas y diversas, me atrevo a decir que el efecto educador que tiene el cine y la TV para transmitir valores llega mucho más allá que los tradicionales agentes de socialización como las iglesias o los partidos políticos.
Y ahí quería yo llegar.
Desde hace algún tiempo la necesidad de actualizar la comunicación política se ha hecho tan patente que nadie está exento. Y quien no se lo crea, peor para él. Desde las innovaciones introducidas por la archiconocida campaña Obama al desbordamiento de las pasadas elecciones municipales en España, el caso es que la política se está acercando a la sociedad y no al revés. Los himnos, banderas, la afiliación y la militancia están perdiendo peso en favor del fenómeno fan, la viralidad y la política enfocada en el simpatizante y el activista. Se habla de desbordamiento, de mensajes transversales, de significantes vacíos, del uso de memes y de humor, de como una campaña innovadora puede salvar la imagen de un candidato…
Los vídeos de Podemos con Star Wars, Alberto Garzón como Guardia de la Noche, programas y libros sobre series y política, cuentas corporativas que usan memes… la disrupción está haciendo mella en los antiguos usos. Muchos dirán que para qué ha servido tanto tiempo de campaña electoral si finalmente se van a repetir elecciones. Para bien o para mal, ha servido para darnos cuenta de la necesidad de adoptar una cultura de pactos y coaliciones. Además, para lo que nos ocupa, ha permitido comprobar que la nueva política pasa por dejar de atraer la atención de la ciudadanía hacia las instituciones y hacer justo lo contrario: llevar los asuntos públicos, con otro lenguaje más cercano y ameno, a las casas y a las plazas.
“Todo es política” y “A pie de calle”. Quién nos lo iba a decir. El tiempo nos ha dado la razón.
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