Hace no mucho tiempo, hubo distritos y barrios, en nuestras ciudades que no se señalaban en los mapas turísticos. Casualidades del destino, o mejor, consecuencias de encadenar una crisis económica tras otra, esas zonas de los mapas hoy son señaladas con virulencia. No estaban en los mapas que los turistas de calcetín blanco nunca pudieron volver a doblar, tampoco estuvieron en la agenda política: no tenían ninguna atracción cultural conservada que ofrecer al foráneo, tampoco tenían hospitales, colegios, centros sociales ni espacios ciudadanos para los autóctonos.
Más de un millón de habitantes en el extrarradio de Madrid viven abandonados por las políticas tanto municipales como regionales, con promesas del Gobierno Central que nunca llegan. Un millón de personas allende el Río Manzanares que hoy son señalados con el dedo, como si sus condiciones materiales de vida se debiesen a sus elecciones particulares y no al abandono institucional que sufren sus calles. Que en el precio de venta de un piso de Carabanchel pesa más la distancia hasta la estación de metro, el Centro de Salud y el Colegio más cercanos, que el idioma que habla el del quinto o el dios al que reza el del tercero.
“Es lo malo que tiene esta forma de viví frenética y sin raíces. La pasta se funde rápido. Vicio, más vicio…esto es un descontró.”
(Makinavaja, 1986)
Estar en constante cambio, con la casa a cuestas cada seis meses, con la amenaza de la subida del alquiler, del desahucio, de que la novia te deje y te quedes en la calle. Esos chavales encarnaron el extremo más perverso de la psicología del nómada: carecer de un lugar fijo en el que vivir induce a las personas a comportarse de un modo inmoral.
El extrarradio de hoy es tan señalado como lo fue hace apenas unas décadas la Avenida de América, Diego de León o el mismísimo extremo centro, Malasaña. Los márgenes entre lo rural y lo urbano se han ido desplazando hasta confundirse con los municipios del cinturón rojo.
Iñaki Domínguez (1981) se ocupa de los Macarras Interseculares, aquellos personajes que han habitado calles, parques y tugurios, siempre en los límites de la marginalidad, en un lapso que va de los años sesenta del siglo XX hasta entrado el siglo XXI.
Lejos del estigma fácil, de señalar de forma despectiva a los jóvenes que nos evocan las películas del cine Quinqui, o victimizar en exceso a toda una generación, acierta recogiendo el testimonio de los protagonistas de las páginas de sucesos, pero también a quienes hoy son conciudadanos de nuestra calle y no añoran con nostalgia las baldosas de las discotecas que hoy son cadenas de croissants congelados: cualquier tiempo pasado fue anterior.
Domínguez cuenta sobre y con personajes que son reales, a riesgo de poder haberse encontrado con quien dijo que estuvo donde no estuvo, ha contrastado las vivencias de unos y de otros, por los otros y por los unos, incluso adentrándose en la prensa amarillenta de la época para titular las hazañas de sus macarras, lo que el autor define como “street cred”, la credibilidad del relato del personaje habitual que en la etnografía que nos presenta se tornan experiencias universales y generalizables. Y ese “street cred” se desmitifica cuando en mitad del relato de la vida y obra al otro lado de la ley te escupen “esa gente no pensaba, también es cierto que cuando estás en cierto nivel, no te tose nadie. Cuando pules coca, la gente te chupa la polla. Te crees el puto Dios. Y luego resulta que en la vida real no eres un Dios, solo que eres un gilipollas: un hijo de puta que vende droga.”
“¿Qué pasa, que tú no estás en la vida o qué?. Yo estoy donde me han dejao”.
(Navajeros, 1980)
Quizá sin intención, señala con precisión el cambio en las víctimas de explotación sexual en nuestras calles. Desde la joven de provincias que llegaba a Madrid con la intención de servir en casa de un Señorito, hasta ser España el tercer país del mundo en consumo de prostitución, y siendo inmigrantes las explotadas, la mayoría por Redes de Trata. Ese reemplazo de jóvenes de provincia por jóvenes inmigrantes se observa en el Sector Servicios, en la Construcción, en los Cuidados de mayores y en quienes habitan las peores viviendas.
Lo que puedan leer sobre personas respetadas y respetables de nuestros días quizá les ruborice, pero bien hace Domínguez en advertir: uno no escribe para honrar a las madres, o para reproducir un discurso halagüeño que satisfaga la censura intrínseca (…), sino con el simple propósito de exponer verdades, que por muy incómodas que nos puedan resultar, nos sirvan para reconocernos en ellas.
A riesgo de hacer spoiler, cualquier persona que no haya estado en coma inducido los últimos cuarenta años sabe de la existencia de la Movida Madrileña, y de la ensoñación que la envuelve. Entre los defensores del carácter revolucionario de la Movida y quienes la acusan de hedonismo y de condenar el futuro, entonces, hoy presente, de miles de jóvenes, el autor hace un alto importante para recoger las andadas de aquellos que encadenaban jornadas maratonianas en la industria con viajes a Valencia. Domínguez también nos contará que hacían en Madrid los iraníes, quizá la primera ola de refugiados tal y como hoy la conocemos.
“¡Hey, pijo! ¿De qué vas? (…) sois tan ilusos que hasta las drogas para vosotros está de moda”
(Mc Randy & Dj. Jonco, 1989-90)
Para quienes compartieron calles y cintas de música este libro les encantará, para las hijas del hormigón de los años noventa, como yo, nos sirve para desmitificar una época, hilar las historias que nos cuentan nuestras madres, y ponerle contexto a aquello de “nosotros no dejábamos los cascos de la cerveza tirados en parque”. La mejor crítica tras observar nuestro pasado es que tiene material de sobra para construir discurso contra las identidades neoliberales: como ocurre en tantos otros ámbitos, la idea es proyectar una identidad sin las incomodidades, padecimientos y riesgos vinculados a la experiencia sustancial vinculada a dicho ideal.
Carmen Romero, en Nueva Revolución, conecta el espacio musical de la Movida con el Trap actual, con su pieza “Bad Gyal o el chonismo “de bien” al señalar el clasismo con el que convivimos hoy en día, acusa y señala con el dedo que la renovación del nuevo pop está capitalizada por la clase media disfrazada de barrio. Domínguez también señala en su etnografía que en los años ochenta había más relaciones interclasistas de las que hay hoy. Romero, insiste, en que clasismo es que los pijos escuchen a La Rosalía o Keo, suban el denominado efecto Tusa a Twitter y se sientan de barrio por ello, pero sus papis le lleven al cole privado para que no se junten con la chusma. Parte de las clases populares que siguen a estos artistas intentan vestir como ellos. Al hilo de la moda, es interesante seguirles la pista a los míticos abrigos plumas de Pedro Gómez, que debido a su alto precio fueron el uniforme urbano de las bandas de pijos, de esos “pijos malos” que hoy están en Consejos de Administración, pero como los macarras de los barrios humildes atracaban a los pijos malos y se los robaban, acabó siendo una prenda de referencia en la estética lumpen.
Y ambos autores coinciden así en la denuncia al perverso juego de las apariencias, lo estético, lo simbólico y las identidades como producto cultural de consumo, en palabras de Domínguez, que antes los propios macarras eran estrellas, ahora las estrellas se hacen pasar por macarras. Digamos que el fenómeno (hoy) no opera de abajo arriba sino, de arriba abajo, se trata de la típica inversión posmoderna según la cual lo simbólico precede a lo material: una pura falacia.
“Que va colega, pero si son dos “pringaillos”, y además solo quieren pillar veinticinco billetes…
(Colegas, 1982)
Entre los macarras interseculares algunos de ellos fueron simplemente eso, macarras, quizá no dignos de saludo, ni de respeto social, ni mereciesen cuatrocientas páginas de una etnografía, o que el autor se haya jugado la vida en un piso sin ascensor de Malasaña viendo como quienes tropezaron con la heroína en los ochenta siguen dándole lametazos a la misma papelina.
Pero son quienes construyeron el imaginario colectivo de nuestras calles, tanto víctimas como victimarios son protagonistas de los discursos clasistas que desde el centro proclaman contra okupas, delincuencia, drogas o hacinamiento. Los macarras son quienes definieron la situación política, la sociología urbana y la planificación de la ciudad. Son hoy nuestros padres, nuestros suegros, para alguno más allá del año dos mil, quizá su abuelo. Quienes leen estas letras y escupen un “antes le teníamos respeto a nuestros mayores” al joven que no cede el asiento en el Metro. Y bien merecen tomar las riendas del relato de sus vidas fuera de las páginas de sucesos.
Escrito por Aida dos Santos.
Notas al pie:
Subdirección General de Estadística del Ayuntamiento de Madrid: Carabanchel 253.040 habitantes, Latina 238.154, Villa de Vallecas 110.436, Puente de Vallecas 234.770, Usera 139.501, Villaverde 148.883. 1.025.784 personas viven en la paupérrima periferia de la M-30).
DOMÍNGUEZ, Iñaki (2020) Macarras interseculares: Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros. Madrid: Ed. Melusina (Twitter: @Inakidoming81 Instagram: @Inakidoming1981)
EMBID, Julio (2015) Hijos del Hormigón. Madrid: Ed. La lluvia
ROMERO, Carmen “Bad Gyal o el chonismo “de bien” Nueva Revolución (2 de marzo de 2020)
SALILLAS, Rafael (1898) Hampa: antropología picaresca