AVISO SPOILER: El siguiente artículo contiene spoilers del anime Shôjo kakumei Utena.
Se podría convenir en que la raíz de la creación tanto de la ética como de la política proviene de una doble fuente: por un lado, la existencia de los demás, y por otro, la necesidad de cada individuo de cooperar y coexistir con ellos. Al fin y al cabo, es la presencia de otros en nuestras vidas, y el consecuente encaje mutuo, lo que deriva en la generación de unas normas y usos para la correcta convivencia.
Nos encontramos aquí con un dilema de siglos, el difícil equilibrio entre la aspiración individual de ser aceptado socialmente tal como se es y la construcción social de un código que normalice la conducta y establezca responsabilidades básicas.
A mi ver, tal problema entre la inclusión del diferente y su adaptación y cohesión social tiene dos aproximaciones, a saber: la estética, que contempla la forma de ser, la personalidad, o como quiera que se llame a la autoimagen que el individuo tiene de sí mismo y a partir de la cual se construye; y la puramente ética, que contempla el motor de valores y razones que mueve la acción personal.
Para ilustrar ambos aspectos, he elegido dos animes que me parecen suficientemente representativos, con intuiciones interesantes que permitirán ahondar en el tema desde la ficción. Así pues, en este artículo y el siguiente hablaré sobre la vertiente estética con Shôjo kakumei Utena, y a continuación lo haré de la vertiente ética con Beastars.
Utena: Una obra atípica y vanguardista
Shôjo kakumei Utena, bien traducido en España como Utena, la chica revolucionaria, es originalmente un manga de 1996 en 6 volúmenes escrito e ilustrado por Chiho Saitô.
Sin embargo, aunque es una lectura muy decente, nos encontramos ante una de esas raras obras en que su versión animada ensombrece al original en papel: la producción de 1997, que incluyó una serie de animación de 39 episodios de igual nombre, y una película titulada Utena: adolescence mokushiroku (llamada en nuestro país La adolescencia de Utena, aunque un título más ajustado sería Utena: adolescencia apocalíptica), fue un tremendo experimento artístico ideado por un colectivo de creadores con el nombre de Be-PaPas.
Bajo este seudónimo encontramos a la propia Saitô, al director Kunihiko Ikuhara, al escritor Yôji Enokido, al diseñador y animador Shinya Hasegawa y al excepcional compositor Takaaki Terahara, todos ellos personas comprometidas con el arte, unidas por su deseo común de usar el medio del anime para contar historias que fuesen más allá del mero entretenimiento.
Bajo el amparo del estudio de animación J.C.Staff, quien les dió una notable libertad creativa, dieron a luz a la que posiblemente sea una de las muestras más complejas, creativamente innovadoras y profundas de anime para el gran público.
Y es que Utena, que aparenta ser inicialmente un comidrama adolescente de trasfondo escolar, con mucho romance y ciertos toques fantásticos a lo magical girl, pronto se desvela como cualquier cosa menos convencional. Ideada como una gran reflexión acerca de la adolescencia y los ritos de paso a la adultez, la serie abusa de todo tipo de recursos metafóricos para encriptar su mensaje, desvelándose únicamente en los 7 capítulos finales las claves para entender su totalidad.
Aunque no ha envejecido demasiado bien, como muchas de las series de mediados de los 90, sigue siendo a día de hoy un visionado muy recomendable (aunque pesado, pues a veces llega a hacerse densa y un tanto repetitiva para el gusto moderno) por su trama y sus elementos estéticos. Imagen y banda sonora juegan un papel muy importante en el argumento, hasta el punto de enviar mensajes crípticos que habrán de ser descifrados conforme la acción progrese.
Ejemplos serían los inquetantes coros que acompañan ciertos momentos de la serie, o la refinada simbología jungiana que se explota en la trama.
Sinopsis de Utena
Se hace necesario, en este punto, una sinopsis, con tal de sentar las bases sobre las que reflexionar. No es una tarea fácil dada la naturaleza de la serie y el escaso espacio para ello, pero he aquí una aproximación somera:
Utena Tenjô es una muchacha que, en su niñez, conoció a un Príncipe cuando su vida había parecido perder todo sentido tras la muerte de sus padres.
Este príncipe le enseñó «algo eterno», salvándola de una muerte en vida y dándole un objetivo. Le otorga también un misterioso anillo conocido como el «Sello de la Rosa» , y le hace la promesa de que, si lo conserva junto con su valentía y su pureza, volverán a encontrarse en el futuro. Sin embargo, la pequeña Utena, en su celo por cumplir la promesa, y tan impresionada por el porte del Príncipe, decidió convertirse ella misma en un príncipe también.
Años después, ya adolescente y cursando estudios en la prestigiosa Academia Ohtori, Utena sigue cumpliendo su promesa: aunque definiéndose como mujer, se viste y actúa como un hombre, y trata de ser un ejemplo de valentía y nobleza pese a las críticas y los conflictos que eso le acarrea.
Allí conoce a otra estudiante, Anthy Himemiya, una chica sin demasiada personalidad, insufriblemente sumisa, que en su papel de «Novia de la Rosa» es disputada en duelos secretos entre quienes poseen un Sello de la Rosa, como el que Utena recibió en su niñez.
Los duelistas hacen esto en la creencia de que, quien gane todos los duelos y «despose» a la Novia de la Rosa, recibirá «el poder de los milagros» y la capacidad de «revolucionar el mundo».
Utena, horrorizada por el trato vejatorio que dispensa a Anthy el actual Prometido de la Rosa, se involucra en los duelos inicialmente con la idea de salvar a la muchacha de sufrir más abusos, y conforme la conoce, con la esperanza de que un día se abra y se muestre como es de verdad, haga amigos y se libere de todo el tema de los duelos.
Entre ellas se inicia una relación pseudolésbica de amistad y apoyo. A medida que los retos a Utena por el control de Anthy se suceden, ella descubre que tras ellos se esconde una misteriosa figura a quien todos se refieren como «el Fin del Mundo». También, se irá desvelando que tras la manera de ser aparentemente sumisa y anodina de Anthy se esconde un oscuro secreto.
El final es el principio de todo
Tras varias sagas temáticas (arco del Consejo Estudiantil, arco de la Rosa Negra, arco del coche), llegamos al último tramo de la serie, los 7 capítulos del arco del Apocalipsis, en el que finalmente la serie se desnuda a sí misma y expone todo su sentido.
El Fin del Mundo se desvela como Akio Ohtori, director de la academia y hermano de Anthy. También fue el Príncipe de la niñez de Utena, aunque hace mucho que dejó de serlo, pues su hermana, apiadada de su papel como «el Príncipe de todas las mujeres del mundo», ocultó esa parte suya, convirtiéndole a él en el manipulador y despiadado Fin del Mundo que es ahora, y a ella misma en la Novia de la Rosa, identidad bajo la que se oculta una bruja, la mujer que acapara sobre sí el odio de la humanidad entera por la desaparición del Príncipe.
Akio desea la conexión de Utena con su antiguo ser, simbolizada en su espada, como medio de retornar a ser quien era, y trata de arrebatársela. Durante su duelo, arroja a su hermana contra su rival y ésta, aprovechando la confianza de Utena, la apuñala mortalmente por la espalda. Tras esto, Akio se hace con el arma y, usando a Anthy como señuelo para desviar la corriente de filos que simbolizan el odio de la humanidad, se dispone a abrir las puertas que guardan la esencia de su viejo yo; sin embargo, es incapaz.
Decepcionado, desiste, sin notar que una agonizante Utena se ha acercado y, recuperando su espada, la usa, pero no para vengarse, sino para salvar a Anthy del tormento eterno al que es sometida. Al hacer esto, y cuando parecía a punto de conseguirlo, la corriente de filos se vuelve contra ella y la aniquila.
Tras todos estos sucesos, Akio trata de reorganizar el sistema de duelos con nuevos participantes, dando por hecha la colaboración de su sumisa hermana. Para su sorpresa, ésta se niega, afirmando que Utena sí cumplió su última voluntad: ella ahora es libre y dueña de sí misma, ya no más la Novia de la Rosa. Aún más, afirma que Utena no ha muerto, sino que está en algún lugar en el «mundo real», fuera de la Academia Ohtori. Anthy se marcha de allí abandonando a su hermano y dejándolo todo atrás, en busca de sí misma, de su amiga, y de camino a la adultez.
Reflexiones sobre la búsqueda de identidad personal en Utena
Ahora que la trama ya ha sido asentada, es momento de analizar todo el simbolismo que nos proporciona Utena, y su relación con la búsqueda de identidad personal en medio de una sociedad de estándares aposentados.
Si el polluelo no rompe el cascarón, morirá sin haber nacido
Puede que quien sepa leer muy bien entre líneas haya colegido, de mi torpe sinopsis del artículo anterior, los elementos sobre los que gira la reflexión de Utena. Para quienes no hayan visto la serie y se estén preguntando el sentido de todo ello, aquí van unas cuantas pistas.
La historia es, ante todo, una metáfora sobre la transición entre la adolescencia y la adultez. La Academia Ohtori es el símbolo de toda esa etapa, un lugar que debería ser de tránsito, en que sus habitantes luchan por hallarse a sí mismos y su lugar de encaje en el mundo, ya sea por la posesión de algo (o de alguien), por oposición a algo o a otros, o por la creencia o rechazo en ideales elevados.
La Academia es en realidad, sin embargo, una trampa orquestada por Akio, quien, manipulando los eventos dentro de ella y los corazones de los duelistas hasta límites insospechados, los guía hacia el camino de la conformidad social, de la aceptación de los roles que han sido preparados para ellos.
Así, los estudiantes son de hecho prisioneros de la Academia, condenados a estar en ella y a no ser realmente ellos mismos por siempre. Gente, en definitiva, muerta en vida, atrapada en un ser que no es el suyo y con el que no se identifica realmente.
El sistema de duelos, paso a la adultez
Esto es, hasta que Utena rompe con todo y se ratifica a sí misma como quien es, a través de toda la ordalía de sus vivencias en los duelos y en la prueba final que supone su enfrentamiento contra el sistema desnudo.
Es ella la que consigue escapar verdaderamente de allí, ser una adulta hecha a sí misma precisamente por haber pasado por todas esas experiencias, por haberse ratificado frente a los cuestionamientos del mundo y haberse pulido a sí misma aceptando los consejos y enfrentando las críticas.
Sin embargo, ¿lo habría conseguido de no haber vivido lo que vivió? ¿De no haber sufrido lo que sufrió, de no haberse sobrepuesto a las adversidades ni luchado por defenderse a sí misma frente a los cuestionamientos de su entorno? Probablemente no habría llegado a ser quien es sin todo ello, y habría continuado atrapada en la Academia Ohtori por siempre, junto a todos los demás.
En cierta manera, el sistema de duelos es su forma de graduarse de allí, de dejar atrás la última niñez e internarse en el mundo de los adultos como un ser completo y auténtico.
El mensaje final de la serie sería, pues, esta visión de la adolescencia como una etapa de transformación crítica y difícil hacia el yo definitivo, en que muchas veces el individuo puede verse aniquilado al ser fagocitado por los modelos y las expectativas que la sociedad, construyendo su ser en torno a ellos y no en torno a sí mismo y sus verdaderas tendencias.
Sin embargo, esta ordalía es en cierta manera necesaria también, pues sin su forja tendríamos a seres autoindulgentes, que desconocerían cuál es el precio a pagar por ser quien se es o la necesidad de encontrar una forma de relación sostenible con los demás: construirse a uno mismo en torno a sí olvidando a los otros y al mundo es acabar tan muerto en vida como quien es alienado por la normatividad social.
Esta lucha, a veces violenta y desigual, pero siempre necesaria, entre las elecciones estéticas del individuo y el canon social imperante, parece ser una de las obsesiones personales de Ikuhara, el director Utena, tal como se demuestra en otros títulos suyos como Mawaru Penguindrum, Yurikuma arashi y Sarazanmai, y será también parte central en la reflexión de este artículo.
Una historia encriptada sobre las relaciones de género
Por otro lado, en la serie también podemos encontrar interesantes intuiciones sobre las ideas feministas básicas. Los personajes de Akio y Anthy simbolizarian respectivamente al Eterno Masculino y al Eterno Femenino, o al menos, a la visión tradicional que se ha tenido de ambos conceptos a lo largo de las eras.
En su encarnación previa como el Príncipe, en un mundo en que todas las mujeres eran princesas, Akio se manifiesta como la normatividad masculina arcaica, caballerosa, siempre dispuesta a ayudar al «sexo débil».
Sin embargo, cuando Anthy, como mujer, se apiada del agotamiento que supone para su hermano ser el centro de todo, el único capaz de hacer a voluntad, trata de ponerse a su nivel y aliviar parte del dolor y la fatiga que siente.
Eso, por un lado, aniquila al Príncipe y da vida al Fin del Mundo, esa masculinidad ladina, manipuladora y autoindulgente que se escondía tras el Príncipe, y que lo evidencia como un método de control, de cimentación de una sociedad estamentaria; por otro, convierte a Anthy, en su osadía, en una bruja que ha de sufrir todo el odio de la humanidad por siempre al ser culpable de la desaparición del antiguo sistema.
Ella es, por tanto, la encarnación de lo que queda de la mujer cuando el Príncipe se esfuma y por tanto ya no hay princesas: ella es Jezabel, el demonio femenino, la eterna traidora, la eterna culpable, la causa de todo mal.
En un intento de recuperar la antigua perfección aparente, Akio trata desesperadamente de volver a ser el Príncipe, usando a Anthy como su esclava y su escudo para tal fin. Para ello establece el sistema de duelos, en un intento tanto de conseguir sus propósitos como de manipular el microcosmos de la Academia Ohtori, es decir, la etapa adolescente de búsqueda y autoafianzación del yo, y dirigir a quienes viven en ella a los antiguos cánones plásticos de atribuciones genéricas. Sus intentos son, empero, fútiles: una vez el genio sale de la botella, no puede volver a metérsele.
Esto acaba evidenciándose con los actos de Utena, quien al afirmarse a sí misma no como ninguno de los constructos sociales aceptados como «hombre» o «mujer», sino como ella misma, un ser único luchando por encontrar su encaje en el gran esquema de las cosas, hace estallar todo el sistema. Y, todavía más importante, libera con sus actos a Anthy, quien, como la encarnación de todo lo femenino, se ve tras ello vacía, y rompe también con el sistema que mantenía su hermano para salir al mundo y buscar quién es y qué es lo que es. El Eterno Masculino y el Eterno Femenino son destruídos para siempre, dejando en su lugar un vacío que cada individuo habrá de llenar con su propio ser, más allá de constructos y expectativas sociales.
Teoría de género en Utena
Incluso la teoría de género es abarcada, especialmente en el personaje de Utena. En ella se muestra de forma elegante que la realidad biológica que es el sexo no tiene que determinar necesariamente las atribuciones que el individuo se da a sí mismo, así como su comportamiento y sus preferencias estéticas.
Todo ello se encontraría en la esfera del género, obviamente interrelacionada con el sexo, pero no ya un hecho físico innegable sino una construcción personal de la cual el individuo es artífice y responsable. Y, por encima de ello, la construcción de la identidad, que engloba tanto sexo como género pero va más allá, y es retratada por todos los eventos por los que pasa Utena hasta su maduración final. Es sobre esta construcción de la identidad, que tan hermosamente refleja la serie, sobre la que quisiera centrarme a hablar.
Toda sociedad tiende a la homogeneidad. Esto tiene su explicación, y es en parte disculpable: al fin y al cabo, el poder predecir con mayor o menor exactitud el comportamiento y el estatus de los demás, en base a códigos como la vestimenta o la gestualidad, redundan en nuestra tranquilidad, y nos dan una cierta seguridad a la hora de desenvolvernos socialmente.
Si los otros fuesen impredecibles, la relación con cualquiera de ellos sería un caminar de puntillas por la cuerda floja, que agotaría los nervios de todo implicado y acabaría siendo absolutamente insatisfactorio para las partes.
También es explicable que toda sociedad trate de construir un marco de referencia sólido que englobe, además de valores e ideales, también una cierta estética.
Esto es lo que hace que una sociedad sea efectivamente eso, una sociedad, pues sin un marco de referencia distinguible, sería imposible discriminarla de otras asociaciones humanas, ni podría vincular entre sí de manera clara a los seres que la componen. Es, al final, parte de nuestra naturaleza gregaria.
A algunos individuos les cuesta poco aceptar esto, pues sus creencias y sus tendencias estéticas coinciden en mayor o menor medida con ese marco de referencia social. Habrán de pasar, como todos, por su propia ordalía de reafirmación personal y búsqueda de encaje durante los ritos de paso de la niñez a la adultez, pero en general lo harán sin grandes pérdidas ni taras emocionales.
Para otros individuos, sin embargo, dicha ordalía adquirirá toda la significación del término: un juicio absurdamente duro, injusto, terrible, del que saldrán a duras penas y con cicatrices de por vida. Algunos de ellos ni siquiera podrán pasarlo, y acabarán alienados de sí mismos, viviendo vidas que no sienten como suyas.
Este proceso es necesario; lo que no es necesario es que sea tan desigual. Su necesidad radica en establecer relación entre la génesis del individuo y la de quienes le rodean, poniendo así a prueba a todos con todos y con el marco de referencia social, en la esperanza de que todas las partes se vean fortalecidas. También es necesario para corregir o eliminar del seno social aquellas tendencias intolerables o indeseables, como un gusto excesivo por imponerse a otros u ofender los tabúes básicos de decencia.
Sin embargo, la tremenda desigualdad de la experiencia debe ser indicativo de algo, en este caso de que no sólo se cohiben tales tipos de desviación, por lo demás y afortunadamente muy escasos, sino que también se ponen en cuestión inclinaciones y elecciones estéticas acerca de las cuales planea la duda de la legitimidad.
Algunos dirían respecto a esto que es natural, puesto que deseos extraordinarios requieren de razones extraordinarias: por tanto, aquél más alejado de la normalidad social ha de hacer más para ser reconocido. Esto a mí no me parece lo ideal ni por asomo, por una razón de justicia. Si las reivindicaciones del individuo son algo que le atañe exclusivamente a él, y realiza su clamo con las razones suficientes como para justificarlo, su ordalía no debería ser más dura que la de cualquier otro.
En ese caso, es la sociedad en su conjunto la que ha de ser responsable de la falta, e incluír dicha inclinación estética dentro de su marco de referencia. Sólo así, mediante una paulatina renovación de la estética normativa que vaya recogiendo aquellas reivindicaciones legítimas que superen el proceso de ordalía, es como este proceso ha de ir haciéndose menos parcial y desigual.
Al igual que Utena, al salir airosa de su juicio y conquistarse a sí misma, conquista también el mismo derecho para Anthy y cambia por siempre la norma de su mundo, así ha de ir avanzándose hasta que llegue el día en que nadie sea más duramente cuestionado que otros por demandar aquello que le sea propio.
Debe hallarse un encaje justo en el tema de la inclusión y la normalización de aquellas elecciones estéticas que, por reconocerse como respetables, han de acabar formando parte del marco social de referencia. Esto, en cierta manera, ya está pasando; lleva sucediendo de hecho desde prácticamente siempre, por un lentísimo proceso de ensayo y error que va dilucidando qué tendencias personales son tolerables dentro del corpus de normalidad social.
Sólo recientemente hemos evidenciado ese proceso histórico-dialéctico-social, y comenzamos a verlo desde fuera y no sólo inmersos en él, pudiendo apreciar su estructura y comenzando a aprender su funcionamiento. Ojalá seamos lo suficientemente sabios como para entenderlo bien y manejarlo aún mejor, para jamás condenar a nadie a no ser quien es sin más razón que una mera, triste, discrepancia de gustos.