Las elecciones presidenciales brasileñas bajo el “efecto Bolsonaro”

La elección presidencial brasileña, cuya segunda vuelta tendrá lugar el próximo día 28, determinará si la próxima administración ejecutiva estará en manos de Fernando Haddad, del Partido dos Trabalhadores (PT), o Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL) y es imposible hablar del pleito electoral sin describir el efecto que el candidato líder en las encuestas provoca en la sociedad brasileña.

Jair Bolsonaro Fernando Haddad.
Jair Bolsonaro (PSL) y Fernando Haddad (PT).

Perfil de Bolsonaro y su electorado

Jair Messias Bolsonaro es conocido por su simpatía al autoritarismo y a las políticas liberales. Sus discursos de odio son notorios: ya alegó que los homosexuales deben ser golpeados en la infancia para convertirse en heterosexuales, que las mujeres deben tener una remuneración menor por quedar embarazadas, “un buen bandido es un bandido muerto” y que cuando sea elegido la población indígena no tendrá derecho a un palmo de tierra. Además de su posicionamiento social, Bolsonaro defiende la privatización de estatales y flexibilización de leyes laborales. Su lema es: ”iré a gobernar para la mayoría, a las minorías que se adapten”.

Al analizar el perfil del candidato, se puede pensar que el electorado de Bolsonaro está formado por hombres blancos, de clase media-alta y con motivaciones homofóbicas, sexistas y racistas. Pero ¿cómo un candidato que defiende la exclusión de las minorías y el fin de los servicios públicos encabeza la segunda vuelta en un país en el que menos del 10% de la población atiende a la descripción anterior? Las antropólogas brasileñas Rosana Pinheiro-Machado y Lucia Mury Scalco han conducido un estudio sobre consumo y política entre jóvenes de bajos ingresos en el sur de Brasil y divulgaron algunos análisis sobre las elecciones de 2018, mostrando que el electorado de Bolsonaro es muy diverso, contando incluso con electores que forman parte de grupos sociales amenazados por el candidato. Las ideas de Bolsonaro están claramente ligadas a los intereses de las clases económicamente privilegiadas y, aunque podamos pensar que las élites lo harán presidente, existe una gran parte del electorado que surge de clases populares.

Declive del ‘Lulismo’ y ascenso de Bolsonaro

El origen de lo que las antropólogas llaman “efecto Bolsonaro” puede ser relacionado al Lulismo. La administración del presidente Luis Inácio “Lula” da Silva (PT) estuvo marcada por políticas asistencialistas como Farmacia Popular y Hambre Cero, así como políticas liberales de distribución de renta, como el Bolsa Familia. Estos programas calentaron el consumo de las clases populares y empoderaron a la población pobre, que se tomó el derecho de circular en espacios que antes eran ocupados por las élites, como centros comerciales y aeropuertos. Esta situación siempre causó tensiones entre clases sociales que, en Brasil, están altamente racializadas.

La luna de miel del país con el Estado gestor de Lula llegó a su fin durante el gobierno de su sucesora y compañera de partido, Dilma Rousseff (PT). Aunque el período petista ha promovido algún desarrollo social, la repentina oferta de crédito generó una nación de endeudados y la situación económica caminó hacia el descontrol. Las alianzas políticas, las investigaciones de corrupción y la falta de carisma de Rousseff abrieron las puertas para que la oposición y los medios tradicionales brasileños, liderada por la Rede Globo, promocionar una caza de brujas contra la presidenta. Todos los días, el periodista más popular del país revelaba escándalos de corrupción en que políticos involucrados en el PT estaban involucrados, con el propósito de que la propaganda anti-PT culminara en un sentimiento pro-oposición.

El año 2015 fue marcado por miles de personas en las calles, vistiendo verde y amarillo y exigiendo la caída de aquella que los medios brasileños habían indicado como la mayor corrupta de todos los tiempos. Así, en 2016 la presidenta Rousseff sufrió un ‘impeachment’ y la inestabilidad política y económica se profundizó. Después de la interrupción del mandato, las investigaciones sobre grandes tramas de corrupción perdieron fuerza y ​​el sucesor de Rousseff, Michel Temer (PMDB) implementó medidas de austeridad, marcadas por recortes de fondos en la educación pública y la salud.

La campaña mediática anti-petista profundizó la desconfianza que los brasileños ya tenían por el proceso político y el deterioro del día a día del brasileño medio y pobre inflamaron el sentimiento de indignación con políticos ya conocidos por el público, sobre todo las figuras ligadas al Partido dos Trabalhadores. Brasil es un país altamente burocrático y cuyo aparato estatal históricamente es usado por elites para mantener su status y, después de 12 años de cierta estabilidad, el país pasó a vivir la resaca de los procesos anteriores, lo que dio fuerza a la figura de Bolsonaro.

Según Pinheiro-Machado y Scalco, al mismo tiempo que las políticas liberales de distribuición de renta empoderaron a las clases más pobres, un mayor poder de consumo individual de las personas ha causado segregación social. Así, sin la necesidad de crear espacios colectivos de debate y lucha por derechos, hubo una despolitización de las clases populares.

El mapa electoral de la primera vuelta en Brasil

Este argumento nos puede ayudar a comprender el mapa de la primera vuelta. Tradicionalmente, la región Nordeste es escenario de movimientos sociales expresivos desde el período colonial y fue justamente en esta región en que los principales candidatos de mayor oposición a Bolsonaro, Fernando Haddad y Ciro Gomes, obtuvieron mayor numero de votos. Las regiones Sur y Sudeste son los espacios de mayor consolidación de Bolsonaro, y son las regiones que más concentran no sólo las elites económicas, sino también los movimientos de motivación conservadora de la extrema derecha.

Mapa de Brasil tras la primera vuelta electoral
Fuente: BBC y Tribunal Superior Electoral de Brasil

 

El 68% de los brasileños que apoyaron la caída de Rousseff creyeron en un cuento mediático que sugirió un avance para la sociedad brasileña. Sin embargo, al exigir la interrupción del mandato democráticamente elegido, se inauguró una crisis económica y política, que viene culminando en un aumento de los índices de inflación, desempleo y concentración de renta. Bolsonaro nació de lo que no fue cumplido por la promesa del impeachment y se convirtió en la personificación del odio que la sociedad brasileña viene generando en relación a figuras políticas y al proceso político en sí.

Voto protesta y ‘fake news’, claves para encumbrar a Bolsonaro

Bolsonaro usó la fuerza de las redes sociales para construir la imagen de que sería un candidato nuevo en la política, honesto y cuyo pasado militar devolvería a Brasil el orden y el respeto a la autoridad del Estado, de la propiedad y de la Iglesia. Jair Bolsonaro sirve como diputado federal hace casi tres décadas y (así como sus hijos Flavio, Eduardo y Carlos, que también ejercen cargos políticos) colecciona privilegios políticos. Sin embargo, es considerado por su electorado como un voto de protesta y de renovación política.

En la última semana, el periodico Folha de São Paulo reveló que un grupo de grandes empresarios brasileños ha invertido hasta 12 millones de reales por paquetes de envíos masivos en Whatsapp para divulgar noticias falsas pro-Bolsonaro y propagar mentiras sobre la oposición. Esta práctica es considerada donación de empresas por medio de servicios para campaña electoral, que es ilegal en Brasil y, por no haber sido declarada, configura otra práctica ilegal llamada en el país de “caja 2”. Sin embargo, es considerado por su electorado como un voto antisistémico.

Discurso del odio, crímenes políticos y exaltación de la dictadura

Los discursos ultraconservadores de Bolsonaro atacan los derechos humanos y aclaman la violencia. El candidato es admirador del régimen militar que gobernó Brasil de 1964 hasta 1985 y es defensor de la práctica de la tortura. Ya declaró que uno de sus ídolos es el Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, conocido por torturar a las mujeres insertando ratones en sus vaginas  y por llevar a los niños a visitar a sus madres luego de las secciones de tortura.

Como un país altamente conservador y cristiano, sería injusto culpar a Bolsonaro por la creación de la postura de su electorado. El odio por las minorías siempre existió y el rencor sólo se hizo aumentar cuando las clases más bajas fueron empoderadas. Lo que el discurso de Bolsonaro promueve es un incentivo para que la intolerancia de las personas salga del armario y que la violencia esté justificada. El candidato ha sido apoyado por representantes de grupos como Ku Klux Klan y han aparecido svásticas nazis pintadas en muros de iglesias y edificios de representación judía.

Pintadas a favor del KKK en un colegio de la zona oeste de Sao Paulo, Brasil.
Pintadas a favor del KKK en un colegio de la zona oeste de Sao Paulo, Brasil.

El discurso de odio de Bolsonaro y sus electores se ha materializado en la comisión de crímenes. En septiembre de este año, el propietario de una red de tiendas de departamentos del sur de Brasil publicó un vídeo en sus redes sociales en las que cientos de sus empleados usaban camisetas pro-Bolsonaro y eran coaccionados a votar por el candidato, configurando crimen electoral y laboral. Agresiones y asesinatos también ocurren en nombre del candidato. Como Moa do Katendê, un capoeirista negro de 63 años, que fue asesinado a cuchilladas después de decir que no apoyaba a Bolsonaro en un bar en Bahía. O como Laysa Fortuna, transexual de 26 años, también muerta a cuchilladas por un partidario de Bolsonaro en Aracaju. Los relatos de amenazas son constantes, como la frase “cuando Bolsonaro sea elegido, todas ustedes serán asesinadas” pronunciada a un grupo de mujeres transexuales o “puede huir, cuando esté armado usted tendrá que hacer lo que quiero” del relato de cerco de una joven que volvía del trabajo.

Las noticias falsas, elemento principal de la campaña electoral de Bolsonaro, acarrearon un delirio colectivo, en el que la presentación de hechos y datos ya no convencen al electorado ferviente. Brasil vive hoy un momento de post-verdad, en que la realidad se vuelve irrelevante y sólo es creíble el discurso que apoya a determinado candidato.

Brasil es un país cuya población lee en promedio cuatro libros al año y pasa alrededor de 9 horas diarias usando redes sociales. El mayor canal de televisión es comandado por una familia de empresarios que apoyó a la dictadura militar y la interrupción de un mandato presidencial elegido democráticamente, el segundo mayor canal de televisión es comandado por un líder religioso millonario. Históricamente, la educación en Brasil es un producto de la élite, los últimos 15 años desencadenaron un boom de personas de bajos ingresos en las universidades públicas. Al observar algunos índices, la ecuación se vuelve más simple y pasamos a comprender por qué el proceso electoral será decidido por una avalancha de titulares irreales compartidos por Whatsapp en detrimento del debate público entre candidatos.

Un voto entre la desesperación y la amenaza autoritaria

El 28 de octubre la sociedad brasileña va a las urnas a decidir si el próximo presidente será un profesor universitario vinculado al Partido dos Trabalhadores o un ex militar adepto al discurso de la paranoia comunista en pleno siglo XXI. Tanto Bolsonaro como su electorado ya anunciaron que no aceptarán un resultado que no sea la victoria del candidato del PSL y Eduardo Bolsonaro recientemente amenazó un golpe contra el Supremo Tribunal Federal si la campaña de su padre es cuestionada en función de crímenes electorales. A lo largo de la primera vuelta, noticias falsas alegando fraudes en las urnas electrónicas circularon en las redes sociales con el fin de crear desconfianza en el proceso electoral y en la institución democrática. A esta altura, las elecciones no están divididas entre proyectos de gobiernos, sino entre la democracia y la preocupación de la posibilidad de un gobierno autoritario.

Los comicios electorales de 2018 serán determinantes para Brasil en muchas formas, pero sobre todo por la fuerza del “efecto Bolsonaro”, que amenaza a la joven democracia brasileña. Para la población pobre y precarizada, él es un voto de desesperación. Para la élite, él es la promesa de retorno al status de exclusividad que la desigualdad social proporciona. Para grupos minoritarios que han sido objeto de violencia, Bolsonaro es miedo.

Escrito por Júlia de Mello Feliciano
(Bachiller en Relaciones Internacionales por la Universidad Federal de Santa Maria)

 

 

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