Ciudadanos y el abismo electoral. Estrategia política como causa y solución de todos sus problemas

Sede electoral de Ciudadanos

¿Qué le ha pasado a Ciudadanos? La pregunta del millón. ¿Cómo es posible que un partido que aspiraba a ganarlo todo, y que ha tenido tanto en la mano, se bata en retirada en cada proceso electoral? Muchos han mirado en la ideología, y han puesto el foco en aquello de “la veleta”, certificando que los continuos vaivenes de Albert Rivera al frente de la formación naranja habían sido la razón principal de su caída en picado. No les falta razón. Pero hay algo más, un trasfondo de hilos tejidos que, en lugar de entrelazarse de forma coordinada, se han ido enredando y enredando, agravando la situación a cada paso. La estrategia, la clave de todo.

Escrito por Marcos H. de la Morena.

Con los comicios catalanes cada vez más cerca, los resultados que arroje el 14-F podrían terminar por fulminar el poco crédito que le queda a Cs en el panorama nacional. Para comprender sus continuas subidas y bajadas desde que comenzaron a concurrir en generales, es necesario marcar tres puntos relevantes. Tres momentos en los que el partido estuvo en un punto álgido, al que llegó tras una estrategia bien planteada, pero del que se precipitó justo después sin conseguir nada. 

Para encontrar el primero de ellos hay que remontarse a noviembre de 2015. A menos de un mes de las elecciones generales del 20-D, las primeras a las que concurre Rivera como candidato nacional —que formaría junto con el Podemos de Pablo Iglesias la entente de “rompedores del bipartidismo”—, Ciudadanos se encontraba luchando por la cabeza de las encuestas, peleando por ganar a PP y PSOE. Era un triple empate técnico, algo inimaginable meses atrás. Y habían llegado a esas altísimas cotas gracias a su estrategia de precampaña de dibujarse en el imaginario colectivo como “la opción sensata”. Vendiendo aquello de “ni de izquierdas ni de derechas”, y engalanados con un centrismo que ponía como principales referentes a Adolfo Suarez y JFK.

Pero pocas semanas después, la noche electoral, la euforia se desinflaba al ver como quedaban relegados al cuarto lugar con 40 escaños. ¿Qué pudo hacerse en los días previos para haber echado por tierra lo que parecía un triunfo plausible? Cambiar el discurso. En el momento en que entendieron que gobernar estaba al alcance de la mano, apareció el pecado de la vanidad, y los titulares se llenaron con declaraciones lapidarias sobre “no pactar nunca” ni con PP ni con PSOE. Trataron de alejarse del voto tradicional, y se quedaron solos.

El segundo momento clave no es otro que la repetición electoral de 2019. Tras pelear en el Congreso contra populares y socialistas durante los meses posteriores a la moción de censura, tratando de diferenciarse volviendo a buscar un cierto sentido de la coherencia política de cara a sus electores —principalmente insistiendo en “procesos instrumentales” que no llevaran a Sánchez a la Moncloa de forma automática—, se plantaron la madrugada del 28 de abril con 57 escaños, quedándose a tan solo nueve de dar el sorpasso a Pablo Casado. Era el triunfo de su pretendida “política moderada”, ese renovado centro-derecha que se miraba en el espejo de Macron. Y una vez más, habiendo llegado a la cumbre y teniendo todo en la mano para erigir a Rivera como nuevo líder de la oposición, el volantazo en la estrategia les dejó fuera de la partida en un abrir y cerrar de ojos. Lejos de mantener su propio discurso, el líder de Cs pasó cada minuto de la fallida investidura atacando frontalmente a todo lo que sonase a izquierda (utilizando unas figuras para olvidar, como “la banda de Sánchez”). Y, creyendo que funcionaría mejor que sus anteriores planteamientos, no cejó en su empeño, cada vez más radical, durante la siguiente convocatoria electoral en diciembre. La tremenda sobreactuación, que cada vez convencía menos al votante derechista que veía en Vox “un verdadero rival para el PSOE” hicieron desvanecerse de un plumazo las ilusiones naranjas, y les dejaron con únicamente 10 escaños, pasando de la tercera fuerza a la sexta, por detrás de ERC. 

Por último, el tercer descalabro, este más a largo plazo, tiene que ver con Catalunya. El 21 de diciembre de 2017, Inés Arrimadas salía por la puerta grande en las elecciones más polarizadas de los últimos años. 36 escaños y victoria absoluta, por delante de JuntsxCat y ERC. En este caso, la estrategia para llegar a liderar en votos y diputados regionales se basó en enarbolar la bandera española contra la presunta ruptura del tejido nacional, apoyándose en organizaciones unionistas y presentando a Cs como dique único y principal contra el secesionismo. Y se demostró, para sus intereses, como un acierto total. Sin embargo, una vez más se les quedó la miel en los labios. Los números no daban, y una vez más, el Govern sería independentista. Aunque en aquel momento, un plan a largo plazo, con un perfil demostradamente aceptado como el de Arrimadas, podía funcionar. Ser la principal oposición y opacar al resto, y continuar dibujándose como los únicos capaces de hacer frente a Puigdemont y Torra para alcanzar en 2021 aquello que casi habían rozado con los dedos. Pero una vez más, la estrategia cambió. Rivera se llevó a su principal aliada al Congreso dejando descabezada a su agrupación catalana, sin un liderazgo claro ni capacidad de difusión a nivel nacional. Y poco a poco, se fueron desinflando en las encuestas hasta llegar al pasado enero, cuando el “efecto Illa” relanzó al PSC para luchar por ganar aunando no solo los votos socialistas, sino los de una gran masa descontenta de exsimpatizantes de Ciudadanos. 

Ahora, a apenas días de los nuevos comicios autonómicos, han pasado de prácticamente poder gobernar, a ser cuarta fuerza con los 14 escaños que le otorga el último CIS. Sin posibilidades de nada, ni siquiera de poder pactar con Illa, puesto que los números serían infinitamente inferiores al de otro tipo de acuerdos. Una situación que podría haber sido incluso peor para los intereses de la formación naranja, de haber aceptado la propuesta del PP de rescatar la marca España Suma, con la que los populares, marginales en Catalunya, habría aprovechado el poco tirón que aún le queda a Cs para conseguir colocar a alguno más de sus candidatos en las bancadas del Parlament. 

Y es que todo se reduce a eso, estrategias. Fueron la causa de sus triunfos, buenos planes, bien ejecutados, y con resultados a la vista. Pero, cegados por el triunfo, una y otra vez vuelven a tropezar con la misma piedra, dejando líneas políticas ganadoras para aventurarse en una nueva vuelta de rosca que termina haciéndoles caer en un abismo cada vez más profundo. De cara al futuro próximo, a Ciudadanos no le espera nada más que la irrelevancia a la que le han conducido sus continuas reescrituras de guion sobre la marcha. ¿Dejará de existir Cs en el largo plazo? Su única opción es tratar el tapete político como exploradores perdidos en la jungla, utilizando la premisa más sencilla para sobrevivir: pensar un plan, trazar un plan, seguir un plan. Y si te desvías, te comen.