Alan Moore y su From hell: simbolismo y percepción social

La Filosofía de From Hell de Alan Morre

AVISO SPOILER:

El siguiente artículo contiene spoilers de los comics From hell y Watchmen.

Si hay algún autor contemporáneo de cómic que haya revolucionado su mainstream, ése es Alan Moore. Aclamado como genio absoluto, su obra, en la que coge los lugares comunes del cómic popular y de superhéroes para subvertirlos y usarlos según sus propios propósitos. Hombre de vastísima cultura, su especial interés por las teorías freudiano-jungianas y por el ámbito de lo arcano lo han llevado a ser el gran deconstructor y reformulador de muchos de los símbolos que ya existían dentro del arte secuencial.

Notable es, por ejemplo, su habilidad a la hora de exponer y diseccionar las intuiciones seminales que grandes genios de las eras de oro y plata y del cómic, como por ejemplo Jack Kirby, incluyeron en sus creaciones originales, mostrando al lector los entresijos y las lecturas detrás de conceptos aparentemente sencillos e inocuos (los superhéroes como versiones modernas de los dioses del pasado, encarnando simbólicamente los miedos y anhelos de la humanidad, por ejemplo), para luego reconstruir en base a ellos metáforas nuevas, mitologías renovadas mucho más profundas y adultas. En ese sentido, muchos críticos señalan su Watchmen como el punto en que “el comic de superhéroes perdió su inocencia”, y se adentró en una nueva era de calidad y estándares elevados.

Como autor total, su obra tampoco ha ignorado el terreno de lo político: tiene en su haber, de hecho, obras en las que esto es tema central, como podría ser su V de Vendetta. Es más, no sería nada atrevido decir que todo material con su firma no contiene al menos un poco de ciencia social y política en él. En esto, de nuevo su obsesión por metáforas y símbolos es patente: desde cómo es la génesis de éstos (V de Vendetta, Miracleman), a cómo pueden llegar a moldear sociedades enteras (Watchmen, Tom Strong) o impactan en las psiques individuales y colectivas para cambiarlas y orientarlas (Promethea, Providence). Siguiendo su tan marcado estilo, hace de su arte algo didáctico que simplifica, desnuda y muestra de manera abierta cómo operan significantes y significados en la mente consciente e inconsciente, y cómo pueden dirigir las costumbres sociales y la voluntad política incluso cuando no son totalmente percibidos.

Sin embargo, la obra en la que como lector he encontrado esto más claramente ha sido en su From hell, concretamente en su cuarto capítulo. En este cómic, él y el dibujante Eddie Campbell se lanzan a la ficción histórica tratando el tema de Jack el Destripador y sus crímenes en el Londres victoriano de finales del siglo XIX. Culpando de los mismos a una figura algo oscura históricamente, sir William Whitey Gull, médico real por aquel entonces, Moore aprovecha la filiación masónica de éste para introducir todas sus fijaciones ocultistas en la trama. Así, convierte los horribles crímenes que se cometieron en una enorme metáfora sobre la misoginia que reinaba en esos días, y cómo se perpetuaba a sí misma socialmente no sólo en forma de leyes y normas, sino también de significantes y símbolos diseñados para fijar comportamientos y normalizar líneas de pensamiento.

Un paseo por el Londres de los símbolos

En el susodicho cuarto capítulo, después de recibir de la Reina Victoria la tarea de eliminar a cuatro prostitutas que intentan chantajear a la Corona revelando la existencia de una bastarda real, Gull encarga a quien será a la postre su colaborador necesario, el cochero Netley, un pequeño paseo de un día por todo Londres, en que va a tratar de explicarle el significado que tiene para él dicho encargo real, en una suerte de diálogo socrático enfermizo. Así se refiere él mismo al propósito de dicho paseo:

– ¿Empiezas ya a entender la gran obra que es Londres? ¡Es un verdadero libro de texto que podemos utilizar a la hora de realizar nuestras propias grandes obras! Investigaremos sus metáforas y desnudaremos su estructura para así llegar finalmente a entender su significado. Como corresponde en toda gran obra, la leeremos con cuidado, y con respeto. […] La parte más importante de la historia de Londres no está escrita con palabras. Más bien es una literatura de piedra, de nombres y de lugares y de asociaciones. En los cuales resuenan ecos débiles desde los muros lejanos y arruinados de la sangrienta historia.

Alan Moore, “From Hell” Cap. 4

Por supuesto, Gull se va a centrar en aquellas partes de la historia que tengan que ver con el dominio y la represión de lo femenino, ya que su tarea tiene que ver con esto mismo. Usa las mismas piedras de Londres, testigos mudos de hechos pasados, para comenzar su relato. Remontándose a la época prehistórica matriarcal, se aventura a una genealogía de la misoginia:

– Tenemos que considerar nuestro gran trabajo en todos sus aspectos. Empezaremos con las mujeres. Dime, Netley… ¿a ti te gustan?
– ¿Las mujeres? Nunca tengo bastante, señor.
– No te pregunto si las deseas, Netley. ¿Te gustan? ¿Como sexo? ¿Su forma de pensar? ¿Las cosas que dicen? ¿Podrías vivir, por ejemplo, en un mundo gobernado por mujeres? ¿En el que los hombres estuvieran sometidos a sus caprichos y gobernados por su desdén?
– Bueno… puesto así, no, señor.
– No, claro que no. Pues entona entonces una oración de agradecimiento por estos edificios, por estas paredes incrustadas de hollín. Aquí fue donde se aniquilaron las últimas esperanzas y sueños del sexo femenino. Antaño, las mujeres poseyeron el poder: en la época de las cavernas la vida giraba en torno al misterio del nacimiento, y servíamos a diosas madre en lugar de a dioses padre. Fue así durante varios millones de años. Entonces, los hombres se rebelaron, quizás al principio fueran sólo unos pocos, una pequeña conspiración… que gracias a algún acto de magia social, política o de fuerza derrocó a la mujer para que el hombre pudiera gobernar. Pasó el tiempo, y los reinados se heredaron de padres a hijos. Todos olvidaron el matriarcado… excepto los icenios, en Colchester, a los que las tropas romanas de ocupación otorgaron cierta independencia. Pero Roma prohibió que la corona de Boadicea, la reina de los icenios, fuera heredada por las hijas en lugar de por los hijos. Cuando se quejó, violaron a ella y a sus hijas con desprecio. Fue un grave error. Reunió a los icenios, clamando venganza a sus diosas madre, y redujo Londres a cenizas, dejando las cloacas repletas de cabezas humeantes. Dejó un rastro de cenizas, una vena negra y fría en el estrato geológico de Londres, como muestra de la ira de una mujer. Toma nota, Netley. Toma buena nota y teme por ello. Roma se reagrupó y reclamó la ciudad arruinada. Boadicea murió en Battle Bridge, bajo Parliament Hill, donde antaño los druidas habían hecho sacrificios a un Sol Padre.

Alan Moore, “From Hell” Cap. 4
Fragmento de "From Hell" donde se reproduce la conversación entre Gull y Netley sobre el antiguo matriarcado ya olvidado.
Fragmento de “From Hell” donde se reproduce la conversación entre Gull y Netley sobre el antiguo matriarcado ya olvidado.

A partir de la anécdota de Boadicea, Gull aprovecha una ingente cantidad de localizaciones cargadas de simbolismo, y comienza un meticuloso relato que enumera cómo todas las antigua representaciones del poder femenino, al que enlaza con el inconsciente y la sinrazón, son reconstruidos para reflejar una masculinidad prototípicamente racional en su esencia. Establece la autoría de toda esta tarea de reescritura metafórica a la mítica secta de los arquitectos dionisíacos, supervivientes de una antigua civilización cretense identificada con la legendaria Atlantis y, para los masones, sus fundadores ancestrales. Así lo verbaliza:

– Piensa en ello, Netley: los “arquitectos dionisíacos”. Qué contradicción hay en que el dios del instinto y de la sinrazón sea evocado por arquitectos, que son los hombres más sobrios y apolíneos. Y sin embargo, sabían que el inconsciente era la inspiración de la que nacían sus torres de la razón. Y su logro más sublime consistió en domeñar su poder de forma simbólica. Su símbolo era la Luna soñadora rodeada por siete estrellas que representaban la Aritmética, la Música, la Astronomía, la Retórica, la Gramática, la Lógica y la Geometría, los pilares de la sabiduría masónica. Ese símbolo también representa al poder femenino en la humanidad, encadenado mediante un anillo de estrellas, que no son sino soles lejanos y, por lo tanto, masculinos. Los símbolos tienen poder, Netley… poder suficiente como para retorcerle el estómago incluso a alguien como tú… o como para relegar a la mitad de este planeta a la esclavitud. […] Los símbolos gobiernan nuestros pensamientosy actos, y erigen formas enterradas en nuestras mentes conscientes. […] De hecho, la consciencia misma no es sino símbolos y metáforas que se alimentan a sí mismas para así extender su dominio metafísico. […] El hombre asesina a la Luna, y en su lugar adora al Sol, hace que unos hombres astados lleven a cabo la caza de Diana y, como ella, intentan que el océano esté bajo sus órdenes. El hombre derroca a la mujer con símbolos y la mantiene así mediante símbolos. Qué fuerza tiene que tener un sello para poder erradicar un poder tal, que gobernó durante ocho millones de años, comparados con los cuales los seis mil del hombre son un mero parpadeo. […] Si se compara con la duración de las diosas, ganamos nuestra rebelión masculina hace poco, y nuestro nuevo régimen de racionalidad es bisoño y precario. Por eso, nuestra gran magia simbólica, que encadena de este modo a la feminidad, tiene que reforzarse a menudo, grabarse con más profundidad aún en la carne de la historia, para durar hasta el final de la Tierra…

Alan Moore, “From Hell” Cap. 4
Conversación entre Gull y Netley (personajes de From Hell) sobre los arquitectos dionisíacos
Conversación entre Gull y Netley sobre los arquitectos dionisíacos

Por último, cerca del clímax de su relato, Gull expresa el que va a ser el verdadero motor de su tarea, tal como él la enfoca. Los asesinatos que se le han encargado, y que él va a convertir en un extraño y complejo ritual con el que reforzar las pautas y sugestiones que ha estado enumerando, los cometerá sobre todo por miedo. Miedo a que dichos símbolos estén perdiendo su poder, a que dejen de afectar al mundo y éste cambie, dejando de favorecer a hombres como él y dando paso a una posibilidad que lo aterra: que la mujer sea consciente de la tiranía bajo la que ha vivido, y clame venganza. Éstas son sus inquietudes:

– A veces es necesario un acto de magia social, ya que la victoria del hombre sobre la mujer es insegura, y el polvo de la historia aún no ha terminado de posarse. Los tiempos cambiantes borran las pautas que restringen el lado femenino e irracional de la sociedad. […] ¡Nuestras sufragistas reclaman el derecho a voto y la igualdad para las mujeres! ¡Nos arrastrarían a la guardería primigenia, al gobierno del instinto y a la tiranía de la leche materna! Y no podemos permitirlo. […] ¿Sabes?, la pauta de control del hombre se debilita con el tumulto de estos tiempos. Hay que seguir conteniendo el poder lunático y femenino de la Luna rodeándolo con su anillo de soles masculinos, las siete estrellas de la Racionalidad. Hay que reforzar los antiguos símbolos… porque si no caeremos ante los carros con ruedas de guadaña de alguna Boadicea nueva, y pereceremos en los altares de Diana, restaurados e impacientes por ajustar cuentas.

Alan Moore, “From Hell” Cap. 4

Sin duda, este relato de opresión y control es ajustado para el negro periodo victoriano, en el que, como diría de Beauvoir, la mujer es representada como no-hombre, y siendo el hombre lo mismo que el ser humano, ni siquiera es tenida como humana en el gran esquema de las cosas. La más obvia objeción actual a esto es que, desde entonces, las sociedades avanzadas han cambiado mucho, y para bien. Y esto tiene, por cierto, parte de verdad. Sin embargo, incluso un análisis somero puede señalar cómo perviven todavía ciertos símbolos que apuntan a una presencia actual de aquellos tiempos, de aquellas mentalidades, de aquellas compulsiones que todavía hoy tratan de atar a la sociedad y modificar (o, más bien, de volver a fijar según estándares pretéritos) su conducta.

Evolución de los símbolos y presencia actual

De hecho, viviendo en la gran era de la comunicación, hemos dado a luz a la edad dorada del símbolo. Hoy día la mayor parte de nuestra cultura es gráfica, visual, y se ha erigido como una enorme fábrica de iconos metafóricos, de significantes que entierran bajo sus formas muchos más significados de los que a primera vista se puede dilucidar.

Citando de nuevo a Moore, en su Watchmen hay una memorable escena en la que el villano, el amoral y enloquecido progresista Ozymandias, perfila su plan maestro para modificar la cultura global mientras la analiza de una curiosa forma: rodeándose de televisores que emiten publicidad de todas partes del globo. Mucho tendría que decir aquí Edward Bernays, el ideólogo de la propaganda comercial moderna, sobre cómo se genera este nuevo simbolismo que llama al inconsciente y es, a la vez, diseñado con determinados propósitos, no siempre relacionados con el consumo sino también con la potenciación de modelos y actitudes sociales. Continúa, así, el supuesto juego de los también supuestos arquitectos dionisíacos, que ahora en vez de reforzar la masculinidad con los soles de la razón lo hacen con imágenes sugerentes al ritmo de una horrible versión rap de la hermosa 21st century schizoid man (profético título, realmente) de los King Crimson.

Por supuesto, no sólo mediante publicidad se expresa la cultura. El nacimiento y crecimiento de internet, para muchos la “tierra de la libertad absoluta y sagrada”, en la que el ser humano puede liberarse de toda responsabilidad propia y ajena y dar rienda suelta a sus auténticos deseos y pulsiones, ha acarreado consigo la creación de una vastísima red de significantes gráficos e iconos, encarnados por ejemplo en los tan populares memes, cada vez más radicalmente politizados. Gull se sentiría muy satisfecho de ver, por ejemplo, que la misoginia de sus viejos símbolos sigue bien presente e igual o más perniciosa que antes en los iconos que elabora el colectivo Incel, eso sin mencionar toda la imaginería generada por otros grupúsculos destacables, como QAnon, los Proud Boys, el movimiento Boogaloo, los 3 Percenters, los Oath Keepers…

Mal que nos pese, muchos viejos odios y miedos gozan de mejor salud de la que desearíamos en nuestros tiempos: no siempre formulados de manera estrictamente política y legal, sino de forma sutil, casi invisible, en el tejido sociocultural. De la misma manera que antaño gente como Locke podía hablar de la libertad intrínseca del individuo y el derecho a la rebelión de los pueblos a la vez que se beneficiaba de la trata de esclavos, porque éstos no eran a ojos de su cultura seres humanos totales, o Kant hablaba del reino de los fines pero en su pensamiento dichos fines tenían siempre la forma de hombres caucásicos occidentales, nosotros blindamos nuestros bienpensantes valores mientras, en muchos casos, somos voluntariamente ciegos a la flagrante omisión que hacemos de ellos ayudados por una simbolización parcial, acomodaticia y dirigida de los mismos.

La modernidad, junto con el auge de las contraculturas y el florecimiento de la teoría crítica, han venido a crear también sus propios símbolos, con los cuales ha prosperado en cierta manera un relato alternativo, con visos transformativos y revolucionarios, que en ciertos momentos ha sido de hecho hegemónico y ha relegado a muchos artefactos culturales como los anteriormente mecionados al reaccionarismo, llegando al punto al que muchos analistas pop han dado en denominar “las guerras culturales”. Término que, aunque me dé cierta urticaria, encaja en cierta manera con la visión dialéctico-hegeliana de la historia: la influencia de unos y otros es basculante, a la vez que su contacto y oposición los va transformando interna y externamente. A su vez, todos ellos están sometidos al efecto depauperante del stablishment comercial, que con sus “woke brands” se dedica a confraternizar falsamente con cualquier ideología de la que se pueda aprovechar para aumentar su imagen, y sus ventas.

Los miedos de Gull, en cierta manera, se han hecho patentes. Los sucesivos relatos, contrarrelatos y relatos-reacción, con su correspondiente simbolización y sus metáforas explicativas que apelan tanto a la razón como al inconsciente buscando mantener o transformar una ordenación social, tienden inevitablemente a una relación violenta, de imposición. En una suerte de rueda kármica inescapable, se escenifica una y otra vez la represión y alzamiento de Boadicea, con los romanos violando a sus hijas con cada vez mayor desprecio y abandono extático, y ella alzándose cada vez con una ira mayor y creciente misandria, solo para caer y tener que alzarse de nuevo con tal de reproducir un ciclo yermo. No hay verdadera revolución en esto, tan solo dolor y una distancia cada vez mayor entre posiciones enconadas. ¿Puede romperse el ciclo? El propio Moore, en toda su obra, nos da una pista acerca de cómo tratar de hacerlo.

Deshaciendo el hechizo

En la introducción se ha hecho especial hincapié en la obsesión de Moore por trabajar con símbolos, y es su método de trabajo el que arroja una cierta luz sobre cómo alguien como él ha logrado, aparentemente, superar su influjo cultural y puede analizarlos, manipularlos y trabajar con ellos sin verse afectado por su herencia metafórica.

Moore es un deconstructor, alguien que al trabajar con cualquier artefacto simbólico lo desmenuza, lo despieza, y tras mostrarle al lector cada uno de sus elementos, sus diferentes niveles de significado y las intenciones tras ellos, vuelve a montarlo. Pero, al hacerlo así, ya no es el mismo artefacto que era: su impacto en la psique es mucho menor, es más fácil de racionalizar y de analizar, y puede trabajarse directamente sobre él, en vez de con él. From hell, como se ha visto, es una obra que además de dar escalofríos es sorprendentemente didáctica: su refinamiento llega a tal punto que es capaz de usar una fuente de conspiranoia tal como la existencia de los masones para subvertir todos los símbolos que suelen usarse precisamente en las teorías conspiranoicas, incluyendo esas nuevas vertientes que culpan a Soros y al “marxismo cultural” de la supuesta decadencia de Occidente. Esto, de hecho es una constante en el trabajo de Moore: un ejemplo superlativo sería su Promethea, que más que una historia de ficción es una historia de la ficción, de cómo la imaginación y el pensamiento mágico han influido a la humanidad desde sus orígenes hasta el día de hoy.

La deconstrucción del símbolo es, por tanto, la puerta quizá no a un mundo sin ellos, pero sí a un mundo en que éstos no tengan una fuerza representativa tan aguda. Crear no un discurso de símbolos sino sobre símbolos, como forma de desarmarlos, de arrebatarles su poder sugestivo y poder verlos abiertamente como son, siendo plenamente conscientes de sus significados e intenciones. Una auténtica y radical crítica cultural, en que un determinado icono no deba necesariamente ser sustituido por otro como forma de superarlo, sino que sea el debate público e inteligente sobre dicha representación la manera de descomponerla y analizarla, de arrebatarle su poder metafórico y convertirla en un recuerdo, en una enseñanza importante que ayude a establecer el rumbo que realmente quiere tomar la voluntad popular.

Aprendamos, pues, algo de nuestra propia historia, y rompamos el ciclo. No confiemos nuestra representación cultural ni nuestra ordenación social profunda a significantes simbólicos, ni tratemos de sustituir unos por otros, o intentemos condenarlos al olvido, como forma de modificar cultura ni sociedad. Ni los puritanos que trataron de acabar con todo rastro de El almuerzo desnudo, o de Lolita, lo consiguieron, ni quienes se lanzaron a ofrecer toda clase de iconos más edificantes que Los diarios de Turner o Los protocolos de los sabios de Sion consiguieron frenar su veneno. Nada se consigue cambiando un símbolo por otro o tratando de borrarlo, mas que aumentar su poder sugestivo y enquistar todavía más sus significados conscientes e inconscientes en el imaginario colectivo; tan solo abrazando cualquier símbolo fruto de la deriva cultural, de la naturaleza que sea, y desnudándolo y analizándolo a conciencia hasta que todo el mundo pueda ver lo que hay realmente debajo y sea del todo consciente de a qué intereses servía, podremos superar esta limitación discursiva que nos ata a viejos y a nuevos males.

Ésta es, pues, una de las grandes asignaturas pendientes que la humanidad tiene ante sí. La caída del símbolo, y la evidenciación de lo que hay tras cada metáfora en los usos y costumbres del lenguaje, se intuye como la mejor vía hacia un discurso que pueda ofrecer relatos honestos sobre la realidad y pueda representarla con la suficiente veracidad y flexibilidad, sin dogmatismos ni necesidad de representaciones incompletas o falaces. Un discurso que acabe con las inquinas, las boadiceas y los romanos de la historia, en pos de un humanismo radical y plenamente inclusivo en el que hallar, por fin, el justo encaje de todo.