“Ningún buen gobierno puede subsistir sin la propaganda adecuada igual que la propaganda no subsiste sin un buen gobierno. Aunque al fin y al cabo, todos los hombres somos algo propagandistas, al menos en esos momentos en los que intentamos seducir a una mujer. Somos necios cuando presumimos y sabios cuando adulamos. Como buenos propagandistas buscamos resultados, pero, es vital aprender a ocultar nuestras intenciones de modo que quedemos satisfechos y que nadie las note”
Joseph Goebbels, el siniestro ministro de ilustración pública y propaganda de la Alemania nazi entre 1933 y 1945, pronuncia estas palabras (con una evidente connotación erótica) mientras coquetea con varias mujeres artistas en un cabaret berlinés al inicio de la película “El ministro de propaganda”, un biopic dirigido por Joachim Lang y centrado en la figura del jerarca nazi que construyó el mito de Hitler. No en vano, en su versión original en alemán, la película se titula precisamente “Führer und Verführer” (líder y seductor), mostrando desde un primer momento al espectador las evidentes conexiones entre seducción y propaganda, ambos fenómenos persuasivos centrados en la apasionada e incansable lucha por la conquista de las mentes y los corazones.
La propaganda, ese proceso de diseminación de ideas y valores a través de manipulaciones psicológicas para lograr obtener en el receptor una respuesta acorde con los objetivos del emisor (en la definición clásica de Violet Edwards), ha existido desde los albores de la civilización y es un fenómeno tan antiguo como los de la política y la guerra. Sus estrategias han ido evolucionando a lo largo de la historia, desde la retórica clásica de Aristóteles hasta la propaganda científica que surgió gracias a la aplicación del psicoanálisis freudiano y la psicología de masas durante la I Guerra Mundial. Posteriormente, estadounidenses y soviéticos la perfeccionaron, pero sin duda, fueron los nazis, bajo la batuta de Goebbels, quienes llevaron la propaganda hasta los niveles más elevados de manipulación, censura, desinformación y lavado de cerebro, y en su caso además, para la consecución de los objetivos más viles y macabros que podamos imaginar.
Además de ser uno de los principales y más fanáticos acólitos de Hitler (su lealtad con el führer llegó hasta el punto de envenenar a sus propios hijos antes de suicidarse junto a su esposa), Joseph Goebbels tiene una biografía que resulta muy interesante por diversos motivos. En primer lugar, debido a que fue el único intelectual dentro de la cúpula nazi (era doctor en filología germánica por la Universidad de Heidelberg, con una tesis sobre literatura romántica). En segundo lugar (y más importante), porque aparte de un propagandista (lo que hoy en día podríamos llamar un “spin doctor”) fue también un teórico de la propaganda. Es decir, Goebbels reflexionó y conceptualizó (y por supuesto aplicó) los principios de persuasión de masas a través de manipulaciones psicológicas, llevando la propaganda hasta sus cotas más irracionales, pero al mismo tiempo, aproximándose a lo que Jean-Marie Domenach definió como “la perfección propagandistica”. Para ello, no dudó en servirse de los dos grandes medios de comunicación de la época: la radio y el cine.
Por desgracia, esa perfección propagandística no murió con la derrota del fascismo en 1945, y en la actualidad, aunque ningún dirigente en su sano juicio lo admitiría, los principios de propaganda que enunció y aplicó Goebbels siguen utilizándose con más intensidad que nunca (camuflados con oportunos y eufemísticos anglicismos que los hacen sonar más elegantes como “branding”. “engagement” o “flaming”, pero que en realidad, hacen referencia a la misma realidad: la persuasión de masas). A través de dichos principios, líderes políticos, referentes mediáticos, magnates empresariales e incluso influencers de redes sociales, siguen tratando de dirigir nuestra opinión y nuestras acciones en base a unos intereses, que en muchos casos, son igual de siniestros que los de Goebbels. Además, con la irrupción de la neurociencia y de la inteligencia artificial, lo cual permite elaborar unas complejísimas técnicas de manipulación individualizadas en base a algoritmos, el propagandista “millennial” llega a conocernos incluso mejor que nosotros mismos.
Por ello, para verdaderamente poder formar ciudadanos responsables y con espíritu crítico, se hace más necesario que nunca desenmascarar dichos principios de la propaganda goebbeliana. Y en este sentido, la película biográfica sobre Goebbels es magistral, ya que por primera vez, muestra al gran público la locura del nazismo desde un punto de vista nunca antes visto: el de la propaganda. Por ello, trataré de analizar el largometraje siguiendo como hilo argumental los 10 principios de la propaganda de Joseph Goebbels, los cuales, aparecen reflejados en diversas diálogos del personaje a lo largo de la obra, y siguen siendo, aún hoy en día, principios eternos de la manipulación de masas.
- I – Principio de la simplificación y del enemigo único
- II – Principio de la transposición
- III – Principio de la exageración y la desfiguración
- IV – Principio de la vulgarización
- V – Principio de la repetición y la orquestación
- VI – Principio de la renovación
- VII – Principio de la verosimilitud
- VIII – Principio de la silenciación
- IX – Principio de la transfusión
- X – Principio de la unanimidad y el contagio
I – Principio de la simplificación y del enemigo único
“Deberíamos lanzar una campaña de agitación a gran escala. Eso calentaría el ambiente y complacería al führer. Además, nos daría motivos para publicitar la guerra. En París, un judío adolescente ha matado a Ernst Vom Rath, un diplomático alemán. Es la ocasión perfecta para que los judíos sientan la ira del pueblo. Ya he preparado las manifestaciones, cuando llegue la noticia de la muerte de Vom Rath, nos pondremos en marcha. ¡Ha llegado la hora para todos los judíos!”
Crear un mensaje sencillo en base a unas pocas ideas-fuerza (acompañadas tal vez por alguna síntesis doctrinal, pero que en todo momento sea accesible a una audiencia amplia). Seguidamente, debe plasmarse dicho mensaje en un único símbolo, reduciéndolo a su vez en una única consigna e individualizando a los adversarios en un único enemigo. Puesto que la identidad política tiende a construirse en base a un antagonista (definimos lo que somos por oposición a lo que no somos), resulta esencial la articulación de ese enemigo diabólico (individual o colectivo) responsable de todos los males del grupo y contra el cual se concentran todos los argumentos. En el caso de Goebbels se trataba del binomio formado por los judíos y los comunistas, pero en la actualidad, podemos encontrar infinidad de ejemplos, en todo tipo de ideologías, de estos mensajes maniqueos basados en chivos expiatorios que buscan deshumanizar al contrario, desde colectivos estereotipados (“los populistas”, “los terroristas”, “los izquierdistas”), hasta líderes demonizados (“el dictador Putin”, “el sátrapa Al-Asad”, “el tirano Kim Jong-Un”).
II – Principio de la transposición
“Voy a convertir esta catástrofe en un llamamiento general a la guerra. El palacio de deportes tendrá un aspecto tan austero como el de un templo protestante. En las paredes solo habrá banderas nuestras y una pancarta: ¡Guerra total! La reunión será como un plebiscito, los sectores más representativos de la nación acudirán a la convocatoria, pero solo aquellos que sean de fiar. Ante mí, en varias filas hay soldados alemanes heridos, tras ellos, la fuerza incansable de trabajadores y trabajadoras de la industria armamentística, médicos, artistas, mi discurso debe llegar a todas partes y también debe escucharse a través de la radio, leerse en papel y en los noticieros. Empezaré con una sincera elegía por los caídos en Stalingrado, hablaré desde el fondo del corazón, expresando un sereno respeto. Tenemos que dejar bien claro que si no tomamos medidas drásticas, Occidente está abocado a su desaparición. Como colofón, le haré al público 10 preguntas, 10, como los 10 mandamientos. Llevaré más de una hora hablando, así que haré que respondan como yo quiero e incluso que trepen árboles si me apetece. Provocaré la locura en el público. Emplearé todos los recursos. Dejaré que se me rompa la voz. Tocaré toda la escala de emociones, de la más alta a la más baja. Llevaremos grabadas las consignas y las reproduciremos de refuerzo. Y al final vendrá la pregunta más seria de todas: ¿Apoyaréis una guerra total? ¿La apoyaréis, aunque tenga que ser más total y más radical, que lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar? ¡Entonces queda establecida nuestra nueva consigna! ¡Ahora alemanes levantaos y desatad vuestra tormenta!”
Cargar sobre el enemigo los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con un contraataque todavía más poderoso, para así minimizar los efectos de su propaganda. Igualmente, si no pueden negarse las malas noticias (como en el caso de Stalingrado), hay que inventar otras que sirvan como maniobra de distracción (Occidente está abocado a su desaparición). Este llamamiento de Goebbels a la guerra total, combinando los principios de la transposición y del enemigo único aprovechando el miedo generado por la situación bélica y los reveses militares, enlaza en la actualidad con la teoría del “terror management”. Dicha teoría, sostiene que cuando los seres humanos son expuestos a situaciones de pánico y terror, y en última instancia, a la inminente amenaza de la muerte, éstos se vuelven más proclives a cerrar filas hacia sus líderes políticos y a aceptar que se adopten medidas extraordinarias y dictatoriales, emulando al hijo asustado que busca la protección bajo el autoritarismo de su padre (buenos ejemplos en la actualidad serían los confinamientos sanitarios, las leyes antiterroristas o el aumento de los presupuestos militares ante las amenazas externas).
III – Principio de la exageración y la desfiguración
“Han agredido a personas de origen alemán en Bromberg, ha habido muertos. Eso es bueno, pero hay que exagerarlo. Eleve el número de víctimas, multiplíquelo por 10. Repita esta noticia sin parar con texto simple y primitivo, cuanto más mejor. Y búsquele un buen titular como: Bronberg vive un domingo sangriento. Eso impacta. Insistiremos hasta que todo el mundo sepa que los polacos cometen atrocidades. Solo cuando las élites digan: ¡No quiero oirlo de nuevo!, solo entonces se dará cuenta el leñador y dirá: ¿En serio? Pues no tenía ni idea”.
Desfigurar y llevar a niveles delirantes nuestra propaganda. Goebbels sostenía que, por extraño que parezca, la gente llega a creerse más una mentira cuanto más exorbitante parece. Por ello hay que convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave para la comunidad. Ello enlaza con la llamada “atrocity propaganda”, una estrategia que ya los británicos habían utilizado durante la I Guerra Mundial (precisamente contra los alemanes). En la actualidad, la espectacularización y banalización de la política a través de la televisión, internet y las redes sociales (el llamado “politainment”) amplifica sin duda este principio, ya que es capaz de convertir cualquier detalle anodino e irrelevante en tema prioritario del debate político, o incluso, provocar una auténtica crisis (un vídeo de juventud, una frase sacada de contexto o un comentario políticamente incorrecto pueden precipitar la caída en desgracia de un adversario molesto). Por ello, la caricaturización y el estereotipo son dos compañeros inseparables de este principio.
IV – Principio de la vulgarización
“Le pedimos mucho al pueblo y por lo tanto debemos ofrecerle más entretenimiento en la radio y en el cine. El buen humor gana guerras. Aumentaremos la producción de programas de entretenimiento en un 80%, pero será en los noticieros donde daremos el máximo. Produciremos espectaculares imágenes de combates y para eso reforzaremos nuestra presencia en los frentes”.
Según Goebbels, toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar, ya que a su juicio, la capacidad receptiva de las masas es limitada, su nivel de comprensión es escaso y tienen tendencia a olvidar todo con gran facilidad. Sin duda, en este principio, el lugarteniente de Hitler nos muestra una opinión muy pesimista sobre el pueblo, sin duda producto de su ideología antidemocrática. Pero cabe preguntarse: ¿Por desgracia no hay en ello una gran parte de verdad? ¿Por qué en las comparecencias políticas y debates parlamentarios solo escuchamos insultos fáciles, mensajes maniqueos y argumentos infantiles sin ningún tipo de matiz, complejidad o contextualización? ¿Por qué un “reel” de instagram es más efectivo que un artículo de análisis? ¿Es en verdad la propaganda del siglo XXI más racional o sigue siendo igual de emocional (e incluso irracional) que la que hacían manipuladores sin escrúpulos como Goebbels?
V – Principio de la repetición y la orquestación
“Es como en la Iglesia Católica, a nadie se le ocurre decirle a un cura: ¡Eh padre, nos dijo esa misma frase el domingo pasado! No, él repite lo mismo día tras día, año tras año. Y estoy convencido de que ningún cura empezaría la liturgia por el final solo para ofrecer una novedad”.
La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentándolas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. O dicho de otro modo, hay que machacar la propaganda en los cerebros de los persuadidos como un martillo-pilón, pero para que no termine saturando, diversificar los mensajes que componen dicha propaganda, segmentándolos hacia diferentes audiencias (lo que en la actualidad llamaríamos “targets”). Es interesante además que en esta escena, Goebbels cite a la Iglesia Católica y reconozca su papel como maestra de la propaganda, ya que no en vano fue esta institución religiosa la creadora tanto del propio término (que proviene del latín “propagare”) como del primer organismo dedicado a hacer exclusivamente actividades persuasivas: (Sacro Congregatio de Propaganda Fide). Por ello, no es de extrañar que el actual Papa Francisco sea un excelente propagandista (es el líder de un Estado que lleva impartiendo “master class” de manipulación de masas desde hace 2000 años, así que es lógico que Goebbels se considerase alumno del Vaticano).
VI – Principio de la renovación
“La idea consiste en aprovechar cualquier oportunidad, sobre todo ahora que nuestros hombres combaten en Stalingrado. Y en Navidad, cuando los corazones están sensibles, usaremos nuestra red de retransmisiones, conectaremos a los soldados de todos los frentes con sus casas, con sus mujeres, con sus madres y con sus hijos. Los reuniremos a todos desde cualquier rincón del imperio, algo que nadie se ha atrevido a intentar jamás. ¿Quién va a comprobar si un soldado está en Stalingrado o no? Podría estar en Kharkov o en cualquier estudio o incluso tener la voz previamente grabada. Aquí el efecto lo es todo. Y entonces, cantaremos todos juntos un villancico: Noche de paz, noche de amor…”
Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el enemigo contraataque, el público ya esté interesado en otra cosa. De este modo, las respuestas del adversario (la contrapropaganda) nunca podrán contrarrestar el nivel creciente de acusaciones que le lancemos. En la actualidad, este principio de Goebbels podría ir también agudizado por el turbocapitalismo y la vorágine consumista que se produce en las redes sociales. Todo contenido (y también por supuesto, el de carácter propagandístico) tiene una fecha de caducidad (el tan anhelado material “evergreen” es ya solo una quimera), por lo que resulta muy fácil que sea olvidado (por muy impactante que sea). Un claro ejemplo sucede en la cobertura mediática de las recientes guerras acaecidas en Oriente Medio. Israel lleva años asesinando a civiles en Gaza, Líbano y Siria, pero si ahora los medios deciden cambiar el foco de atención a otro conflicto (el de Ucrania por ejemplo), inmediatamente la gente olvidará que los palestinos, libaneses y sirios continúan siendo bombardeados (lo que puede interesar a las agendas de determinados actores geopolíticos).
VII – Principio de la verosimilitud
“Himmler habla de 20.000 arrestos y 1000 muertes por las calles de Viena. Eso conviene a la causa judía. En ningún caso debe hacerse público. Contaremos la verdad siempre que esta sirva a nuestros intereses. La propaganda es una expresión artística como la pintura. No es más valioso el cuadro que mejor refleja la realidad que interpreta, sino aquel que provoca las emociones más intensas. Y nosotros crearemos imágenes que perdurarán”.
Fabricar noticias a partir de fuentes diversas e informaciones fragmentadas, unas verdaderas y otras falsas. Es decir, aunque se utilice la desinformación (el uso deliberado de la mentira como estrategia propagandistica, lo que en la actualidad denominados incorrectamente como “fake news”), la propaganda siempre debe contener una parte real en su base. No obstante, la desinformación muchas veces queda camuflada por el fenómeno de las “medias verdades”, ya que al propagandista le resulta más efectivo manipular a través de ejemplos descontextualizados que den lugar a conclusiones interesadas, que arriesgarse a que sus argumentos se desmonten al utilizar burdas falacias que no reposan sobre ningún dato fidedigno. Un claro ejemplo sería la cobertura mediática de la guerra de Siria. Cuando se habla de la lucha de los rebeldes contra el régimen de Bachar Al-Asad, se está contando una parte de verdad (que efectivamente Siria ha estado varias décadas gobernada por la familia Asad), pero a la vez, se está desinformando al no relatar por ejemplo que su régimen también era de carácter aconfesional y que protegía a las minorías religiosas cristianas, alawitas, drusas y yazidíes, minorías que ahora mismo podrían verse amenazadas por la victoria de los rebeldes (cuyo ideario islamista y yihadista se oculta deliberadamente, así como sus terribles crímenes perpetrados en Idlib, Palmyra y otras localidades a lo largo de la contienda).
VIII – Principio de la silenciación
“Caballeros, hemos entrado en guerra. La política informativa en la guerra es un arma más y como tal se utiliza para combatir, no para proporcionar información. La escucha ilegal de emisoras enemigas acarreará graves consecuencias y divulgar sus informaciones la pena de muerte. Cuando eso ocurra, saldrá publicado en todos los medios. ¡Vamos a desatar un infierno informativo! ¡Empujaremos, agitaremos y golpearemos!”
Tratar de silenciar las noticias que favorecen al enemigo, e igualmente, callar sobre las cuestiones que puedan perjudicarnos a nosotros mismos. La propaganda es un doble fenómeno a la vez persuasivo e informativo. Es decir, debe aportarse siempre información, pero asegurándonos de que esta sea cuidadosamente seleccionada (información sesgada) para evitar difundir datos que pudieran resultar contraproducentes para nuestra causa. De este modo, aparece otro concepto consustancial a la propaganda: la censura (el control del flujo informativo a través del bloqueo de parte del mismo). No en vano, todos los propagandistas de la historia generalmente también han sido grandes censores (como el propio Goebbels). En la actualidad, pudiera parecer que al vivir en sociedades democráticas la censura ya no existe, pero basta simplemente con observar, por ejemplo, como al iniciarse la intervención rusa en Ucrania, la Unión Europea (en teoría paladina de la libertad) no dudó en censurar los medios de comunicación rusos como RT o Sputnik en todos los países comunitarios, como parte de la estrategia de guerra psicológica auspiciada por la OTAN.
IX – Principio de la transfusión
“En 1813, el mayor Gneisenau resistió heroicamente a los franceses en el sitio de Kolberg estando en una situación de clara desventaja. Con ese material podré elaborar la mejor película patriótica de todos los tiempos. Esta guerra propagandística precisa de miles de soldados dispuestos a hacer su papel. Pero si antes los propagandistas nos poníamos al servicio del ejército, ahora el ejército trabajará para nosotros”.
Para que sea eficaz, la propaganda siempre debe reposar sobre un substrato cultural preexistente, ya sea una mitología nacional, unas creencias religiosas, un conjunto de fobias y filias comunes, unas tradiciones populares o una cultura política determinada. Es decir, se trata de estudiar profundamente a la audiencia a la que se desea persuadir para lograr empatizar con ella a través de nuestro mensaje, difundiendo argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas, estableciendo así analogías y anclajes emocionales entre el mensaje persuasivo y el sentimiento preexistente en el grupo. En la actualidad sigue siendo una constante, ya que cualquier actor político siempre evocará a algún héroe patriótico o épica hazaña colectiva del pasado como ejemplo a seguir. En términos antropológicos, hablaríamos de la triada compuesta por tótem, mito y rito. Por ejemplo, como propagandistas buscaríamos conectar nuestro mensaje ideológico con los colores de la bandera oficial (tótem), con el relato de los padres fundadores (mito) y con la fiesta nacional (rito).
X – Principio de la unanimidad y el contagio
“Señores, mañana le ofreceremos al führer un recibimiento en la capital del imperio que superará todo lo visto hasta la fecha. Quiero que las brigadas propagandísticas abandonen Viena y vuelvan a Berlín de inmediato. Necesitaremos muchas banderas y todo lo demás, empresas y colegios permanecerán cerrados. Quiero a todo el mundo en la calle. La policía se encargará de llevar a la gente a las zonas asignadas y las S.A. enviarán 25.000 hombres para mantener el orden y decorar las calles. Ya he dispuesto un comunicado. Se publicará hoy en ediciones especiales y lo haremos sonar por los altavoces. Fijense en esto, nos hemos convertido en auténticos maestros del control de masas. Cuando llegue el führer, se escuchará un triple Sig Heil seguido del himno nacional. Todo ha de parecer espontáneo. Después, esperaremos y nuestra gente gritará:¡No nos iremos hasta que hable el führer! Será una ciudad jubilosa y llena de canciones que brotarán del fondo del corazón”.
Finalmente, la propaganda debe proyectar siempre una imagen de unanimidad. Es decir, debemos hacer creer a los persuadidos que nuestro mensaje se está volviendo mayoritario y que, quien no lo abrace a tiempo, quedará marginado de la comunidad. El ser humano es un animal gregario, y por lo tanto, se trata de jugar con su instintivo pánico al aislamiento y a la soledad (lo que en la actualidad denominamos “la espiral del silencio”). Es la famosa batalla por el “sentido común” de la gente, para que nuestra propuesta política pueda ser percibida como el orden natural de las cosas. Para ello, resulta muy útil recurrir a los llamados “líderes de opinión” (un sacerdote religioso, un intelectual reputado, un deportista de élite, un artista famoso). Es decir, si logramos que alguien respetado y admirado por el grupo reproduzca nuestro discurso propagandístico, dicho líder de opinión tenderá a arrastrar a todos sus seguidores. Por ejemplo, si Taylor Swift hace campaña por el Partido Demócrata, es muy probable que gran parte de sus enfervorizadas fans también le voten.
Para saber más:
- CANDELAS, Miguel. 2023: La propaganda en los conflictos geopolíticos: de la guerra psicológica a la guerra más allá de los límites. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).
- TAYLOR, Philip. 1995: Munitions of the mind: A history of propaganda from the ancient world to the present day. Manchester University Press.
- REUTH, Ralf Georg. 2008: Goebbels: una biografía. La Esfera de los Libros. Madrid.