Para sorpresa de nadie, estoy de acuerdo con gran parte de las políticas que el Gobierno ha llevado a cabo en los últimos años. Es bastante habitual que, debatiendo con amigos, diga que estoy de acuerdo con tal o cual cosa que haya dicho tal o cual titular de tal o cual Ministerio.
Rara vez, por no decir nunca, mis amigos me preguntan por algo en lo que, efectivamente, tenga yo un desacuerdo. Cuando lo hacen, se sorprenden de la respuesta. Y es que las cosas que son verdaderamente preocupantes de la situación del PSOE en general y de Sánchez en particular no están en el radar de la opinión pública. Una de esas cosas es la situación interna de un Partido Socialista que hoy tiene menos estructuras que hace cuatro años. Dado lo anterior, este Congreso sirve para poco o para nada. La figura de mis amigos a la que antes me refería, aquí, no es retórica, sino científica: si ellos no saben por qué esto es importante, conviene que, quien pueda, lo explique.
Los partidos y la Constitución
El artículo 6 de la Constitución Española es mucho más que relevante porque ahí se da el cauce para que la ciudadanía participe activamente en la política:
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”
Los partidos han de tener, de una manera o de otra, una democracia interna sana y vigente para que la ciudadanía participe. Me parece lícito que a alguien no le guste el sistema de partidos, no obstante, de momento es el que hay. Cada cual puede participar (o no) en lo que más le guste de la manera que mejor le convenga. Es más, cada quien puede incluso fundar su propio partido si así le viene en gana. Lo que sucede es que como los partidos en España no son un fin, sino una herramienta, lo normal es que todo sea más sencillo en los partidos tradicionales: Izquierda Unida (o el PCE), el PP y el PSOE. Por así decirlo, son herramientas mejor engrasadas.
Después de años y años, los tres partidos tienen su escuela y su forma de hacer las cosas, esto se traduce en la expresión popular de “el aparato”. La parte mala es que siempre habrá un inútil que no vale para nada que no sea ser “aparatero” (dícese del arte de medrar valiéndose de un profundo conocimiento de la organización, cometiendo actos de dudosa moralidad en el camino). La parte buena es que uno da una patada y salen cuatro secretarios de Estado y dos ministras con cierta capacidad para su cargo. Son muchos años, es mucha gente y, por lo tanto, que haya gente capaz es una mera cuestión estadística.
Ave, César
Dado todo lo anterior, que la estructura de los partidos esté sana garantiza que, para bien o para mal, uno pegue una patada y salga una Ministra de Transición Ecológica que sabe entrar en un despacho y con quién tiene que hablar para sacar adelante según qué ley. Sin embargo, la estructura del Partido Socialista ha ido mermando durante el mandato de Sánchez. La capacidad del Comité ––una suerte de “Parlamento” que controla a la Ejecutiva–– hoy en día es mínima. Esto es verdaderamente grave: los naturales contrapesos de cualquier organización democrática se han minimizado, por lo que Sánchez se ha convertido en su propio jefe.
¿Qué es el cesarismo?
Julio César fue concentrando el poder para sí mismo en Roma, aboliendo los primitivos mecanismos de control que el Senado tenía sobre el Cónsul (cargo que ocupaba César y que es como un primer ministro de la época). Finalmente, consiguió que el Senado le nombrase cónsul por más tiempo del que marcaban las leyes, hecho que, de facto, pone el punto y final a la República Romana. ¿Te acuerdas de Star Wars, Episodio III, cuando Padme Amidala dice: “Y así es como muere la libertad: con un estruendoso aplauso”? Pues está basado en este episodio de Roma. Por cierto, en HBO hay una serie al respecto. Se llama (¡qué casualidad!) Roma.
Así, el cesarismo es un comportamiento político consistente en confiar en una sola persona gran parte del poder de una organización. En un partido político, el cesarismo tiene sentido para triunfar a muy corto plazo pero, si la organización no se establece con pies firmes como tal, se corre el serio riesgo de tocar techo demasiado pronto y caer estrepitosamente luego: véase Podemos como organización y a Pablo Iglesias como “César”. No obstante, el PSOE tiene casi 150 años de historia, por lo que no necesita de césares. Al contrario, el futuro que contemplo en los partidos de izquierda es un futuro en el que el líder cada vez sea menos líder. Parafraseando a V de Vendetta: sin líder no significa sin organización.
De esa manera, los proyectos se construyen más a largo plazo y, por lo tanto, cambiar la sociedad (que es lo que, a mi entender, debería buscar cualquier partido de izquierdas) es más factible. El permanente cortoplacismo en que vivimos sólo permite poner parches. Problemas como la vivienda o la transición ecológica no pueden resolverse como es debido de aquí a mañana. Todo lo anterior va en dirección contraria al cesarismo pues, dado que el César pasa más pronto que tarde, sencillamente no tiene tiempo.
¿Hay algún Cicerón que se enfrente al César?
Creo que fue Nietzsche quien dijo que el gran enemigo de la verdad no es la mentira, sino la verosimilitud. Si no lo dijo él, por favor, mándennos un mensaje a través de las redes sociales. Algo así sucede: es cierto que Sánchez tiene enemigos dentro del PSOE (he ahí la verdad), pero lo cierto es que ninguno es un rival serio (he ahí la verosimilitud). Barones como García-Page o Lambán han demostrado tener gran repercusión en sus respectivas baronías. Me temo que fuera de sus territorios, su popularidad no es tanta. En el caso de Lambán, además, hemos de recordar que ya no gobierna en Aragón, lo cual le resta puntos. Hasta hace días quedaba Lobato, en Madrid, pero los acontecimientos recientes le han apartado de cualquier tipo de carrera.
De esa manera, Sánchez se ha asegurado de no tener rival manteniendo a unos enemigos de ínfima categoría. No deja de ser curioso que, muy probablemente, si volviésemos al Siglo I a. C., yo volvería a estar del lado del César y volvería a pensar que gente como Cicerón se aprovechaba de la República para garantizar sus propios intereses de clase. Es más, pienso que la República Romana necesitaba un cambio drástico (que Julio César tampoco supo cómo darle). Dicho eso, no es menos cierto que César disolvió de facto la República y que Cicerón lo advirtió con mucho acierto.
Creo que lo siguiente es una regla matemática: un reloj parado acierta dos veces al día. Una de las críticas de los enemigos de Sánchez es esta. Sin embargo, se ha quedado como la aguja en el pajar del resto de críticas. Las continuas peticiones de un PSOE más en el centro ––permítanme el eufemismo–– han sido mejor acogidas por la oposición que por la propia militancia del PSOE ––permítanme la virguería de irme a Mateo, 11:15 y decir: “quien quiera entender, que entienda”––, pero han ahogado la que es, para mí, la principal crítica que habría que haberle hecho a Sánchez: su exceso de autoridad dentro del Partido.
La ratificación
Este Congreso no es sino una ratificación: el cesarismo en el PSOE es ya un riesgo mucho más que evidente. Como principal prueba hemos tenido la que es, sin duda, la peor ponencia marco en décadas. La ponencia marco es el documento mediante el cual la Ejecutiva propone un camino político-ideológico al resto de la militancia. La militancia, naturalmente, tiene la opción (para mí la obligación) de enmendar cuanto desee. Esto es básico para la democracia interna del partido: toda la militancia es parte de la conformación ideológica del mismo. Normalmente, la ponencia marco es un documento sesudo, largo y pesado. En este caso, nos hemos encontrado con apenas 70 páginas (las anteriores bien pasaban de las 300) llenas de palabras vagas y sin ningún tipo de fondo político. Dicho pronto: una ameba.
Me van a permitir que, de aquí en adelante, llame “folleto” a la ponencia marco. Bueno, pues el folleto ha llegado a eldiario.es antes que a las agrupaciones. Y, por si fuera poco, el tiempo para enmendar el folleto ha sido mínimo. Así, la profundidad ideológica de este Congreso va a ser la misma que la de la ponencia: ninguna. Por lo tanto, esto no va a ser un Congreso, sino un estruendoso aplauso.
Antes hablábamos del cesarismo en general, hablemos ahora del cesarismo aplicado al PSOE. Si se le da todo a una persona, poco a poco, la militancia dejará de ir a las agrupaciones. Si ya lo hace otro, ¿para qué voy a participar en la ponencia marco? Para cuando nos queramos dar cuenta, el PSOE habrá dejado de tener militancia crítica, músculo, si lo prefieren y, entonces, dejará de ser un instrumento de la clase trabajadora por una sencilla razón: la clase trabajadora ya no será parte del PSOE. Así, se empezarán a tomar decisiones más basadas en el marketing que en lo que se percibe “piel a piel” que necesita la clase trabajadora y el artículo 6 de la Constitución será un brindis al Sol.
El futuro
El cesarismo tiene un error de partida y es pensar que el César durará para siempre. La desestructuración que Sánchez ha llevado a cabo y que, si todo va como se espera, empezará a culminar en este Congreso, pasará factura a medio-largo plazo. Más concretamente, cuando se pierda Moncloa (y un día se perderá). Raro sería que, después de perder, Sánchez quisiera repetir como candidato. Y entonces, ¿quién?
Con un partido desmembrado, la Secretaría General estará envenenada. Sucedió después de González, cualquier candidato hubiese salido a hacer las cosas lo mejor posible, la opción de ganar era mínima. Pensar que todo es para siempre y no preparar una salida a tiempo puede dar con algo que nadie en su sano juicio desearía en el PSOE: una mayoría tajante para un PP desencadenado. Todo el mundo sabe jugar las cartas a posteriori, no obstante, me pregunto si González hubiese seguido en el 93 si hubiese sabido que, después de tanto desgaste, en el 96 llegaría Aznar. Es decir, me pregunto si no hubiese merecido la pena apartarse a tiempo para que no llegase la privatización de telefónica, el boom inmobiliario o, ulteriormente, la participación en la II Guerra del Golfo. Será una larga travesía. La principal prueba es que este cuento ya lo hemos leído.
Esta es mi apuesta: la sucesora de Sánchez será una mujer: la primera Secretaria General. Delante de ella tendrá un terrorífico “barranco” de cristal. Además, como no habrá músculo de militancia, tendrá que hacer una ejecutiva de entre la aristocracia socialista. Y esto, ¿ha salido bien alguna vez? Por supuestísimo que no. Pasó después de González. Pasó, de otra manera (pero pasó), después de Zapatero. Volverá a pasar, pero las consecuencias ya no serán las mismas.
Esta Secretaria General tendrá que hablar con baronías que estarán pensando más en su territorio que en el futuro del PSOE. Por ende, tenderán a querer controlar a Ferraz, no a que Ferraz vaya bien. Para contrarrestar esto, la Secretaria General tratará que rodearse de gente de tal carisma que tenga legitimidad propia, lo cual es complicadísimo.
Conclusión:
Movimientos orgánicos como los que lleva orquestando Sánchez ponen en riesgo la capacidad del PSOE de regenerarse. Abandonemos el romanticismo: que el PSOE desaparezca no es malo per sé. Lo que sí que es malo es que la clase trabajadora pierda uno de sus instrumentos para participar en democracia; tan malo como que el PSOE abandone sus proyectos a ocho o doce años para pasar a medidas cortoplacistas. Seguir parando el cambio climático mediante una transición ecológica de los sectores de producción, por ejemplo, depende de ello.
Y luego, lo otro
Ah, otra cosa con la que no estoy de acuerdo: no me explico qué narices tiene que pasar para que el PSOE tenga una postura normal (ya no digo revolucionaria, digo normal) con el Sáhara Occidental. Y cada vez que pienso en el por qué de esta postura tan mezquina, llego a conclusiones más turbias que yo (y ya es decir, que dijo Gil de Biedma).
Dedicado a Nico G.M. ; Lidia A. Z y Alberto C. B.,
por motivos lógicos.