Por Basilio Moreno.
Artículo originalmente publicado en The Social Science Post.
De entre la amplia variedad de acercamientos y perspectivas que intentan explicar el comportamiento electoral desde un punto de vista científico, dos teorías destacan frente al resto. Una de ellas es la teoría sociológica, desarrollada fundamentalmente a partir de la contribución de Lipset y Rokkan (1967). La otra es la teoría económica del voto iniciada por Downs (1957), quien partiendo del modelo de elección racional, supo aplicarlo al contexto electoral de manera ciertamente fructífera.
Para la escuela sociológica, los factores contextuales en los que los individuos nos socializamos son los que marcan fundamentalmente nuestro comportamiento. Partiendo de esta idea, cuando hablamos de procesos electorales debemos considerar el marco teórico de las fracturas sociales (cleavages), desde el que vemos cómo algunos temas son politizados y devienen determinantes en la configuración del debate público, como sucede con la posición social, la identidad nacional o la preocupación por el medioambiente. Así es que este perspectiva ecológica (por atender al entorno social) presta mayor atención a variables del nivel macro o agregado, mientras que los factores individuales resultan menos importantes. Los individuos que han crecido en un determinado entorno, tienden a absorber y replicar ciertos valores y hábitos observados y considerados como socialmente deseables.
La división entre izquierda y derecha a revisión
Las ideologías políticas han sido un recurso fundamental para la asimilación y el desarrollo de las identidades políticas a lo largo del siglo pasado. Tanto los partidos políticos como los votantes pueden beneficiarse del uso de atajos ideológicos con los que es más fácil y menos engorroso tratar asuntos políticos. La posibilidad de confiar en identidades ideológicas para dar forma a las actitudes políticas puede sonar como algo irresponsable y poco racional, pero para aquellos con menos tiempo o interés en el seguimiento de la política cotidiana, este método puede permitirles participar de una manera más satisfactoria.
Por todo esto, me parece destacable cómo en Europa, últimamente ciertos partidos se han mostrado reacios a entrar en esta batalla ideológica tradicional entre los valores de izquierda y derecha. El Movimento Cinque Stelle (M5S) en Italia o de Podemos en España son algunos ejemplos de ello. Una de las teorías disponibles para explicar el deterioro relativo de las ideologías de izquierda-derecha desde finales del siglo 20 asume que estas pueden haber sido reemplazadas por una nueva escisión materialista-posmaterialista (Inglehart, 1977 y 2007). La dimensión de la “nueva política” (Mair, 2008: 218) supone otro reemplazo ideológico a la lucha de izquierda-derecha. Está representada por un continuo entre valores libertarios (verdes-alternativos-libertarios) y autoritarios (tradicionales-autoritarios-nacionalistas). Cualquiera de estos dos enfoques ideológicos está vinculado a nuevas formas más sofisticadas de identidad política en las que la clase social ya no es el factor determinante, como solía ser.
En este artículo pretendo comprobar el estado de salud de las etiquetas ideológicas clásicas de izquierda y derecha, vinculadas principalmente al papel que el Estado debe desempeñar en la economía. Históricamente, la escisión ideológica ha sido ampliamente aceptada en Europa. La primera gráfica muestra cómo se encuentra actualmente en cada uno de los países del continente. Para medir la relevancia de la política de izquierda-derecha miro la cantidad de votantes que se niegan a ponerse en una escala ideológica que va de 0 (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha). Este método ha sido ya empleado en la literatura académica, así que voy a seguir el criterio de De la Calle, Martínez y Orriols (2010), quienes consideran las respuestas de «no sabe» y «no contesta» como una señal apuntando a la ausencia de auto-identificación ideológica entre los encuestados.
Aquí podemos ver que ser ciudadano de un ex estado comunista reduce claramente la popularidad del debate izquierda-derecha (aquí están los códigos de los países para los que no estén familiarizados con ellos). Con todo, en términos generales un 15% de los encuestados no se identificó con ninguna ideología en este esquema; una proporción suficientemente grande como para ser estudiada en mayor detalle.
¿Es este grupo de ciudadanos no ubicados una señal de que las nuevas ideologías políticas, no relacionada con la clase social, ganan popularidad? Si este fuera el caso, podríamos esperar que sean los votantes más sofisticados los que rechazan posicionarse, dado que el esfuerzo inicial necesario para familiarizarse con las nuevas referencias políticas, identificar a los partidos en este esquema ideológico y filtrar los eventos a través de este punto de vista “minoritario” son actividades exigentes desde un punto de vista cognitivo. Para poder ver estas posibilidades en mayor detalle, ahora presento datos de encuesta recogidos en España para obtener una mejor descripción de las personas sin ideología declarada.
Características a nivel individual
Los datos de los votantes españoles provienen de la página web del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), el centro español público para la investigación social. Más específicamente, estoy mirando las encuestas post-electorales para las elecciones al Parlamento Europeo celebradas en 1999, 2004, 2009 y 2014 [1], principalmente porque este es el conjunto de datos que estoy usando para otro proyecto de investigación.
En consonancia con lo que ha sido observado por otros autores (de la Calle, Martínez y Orriols, 111), los votantes no ubicadas alcanzan un 19,4% de la muestra en el caso español. Las características del grupo pueden verse a continuación en la Tabla 1. La primera columna dentro de cada par de ellas (Col%) se refiere a la frecuencia relativa dentro del grupo y el segundo (Cell%) al conjunto de la frecuencia en la muestra.
La población ideológicamente no posicionada representa un porcentaje menor entre los niveles de educación más altos. Estas personas tienen la mitad de probabilidades de tener estudios de postgrado en comparación con aquellos que se posicionan. La distribución es similar para los graduados, en relación con las personas ideológicamente ubicadas. Los votantes no ideológicos están sobre-representados en los grupos que no tienen educación formal (doblan en porcentaje del grupo ideológicamente identificado) y en el nivel de educación primaria. Por lo tanto vemos que a medida que mejora el nivel de educación formal, también lo hace la presencia relativa de los votantes ideológicos.
Por otra parte, parece haber un claro sesgo de género hacia las mujeres (10 puntos porcentuales de diferencia), que son significativamente más propensas a rechazar el uso de la identificación ideológica. Sin embargo, no aparecen diferencias relevantes entre sexo para los votantes ideológicos.
Respecto a la edad, la relación no es lineal. Si bien no hay un patrón notable entre los jóvenes, los mayores de 31 a 45 años y de 46 a 65 están ligeramente subrepresentados entre los votantes no localizados. La mayor diferencia es que el último grupo, es decir, las personas mayores de 65, cuenta con una diferencia de 6,6 puntos porcentuales de diferencia a favor de quienes no declaran ideología.
Aparte de estas características sociodemográficas, los votantes sin ideología difieren en su nivel de interés por la política con el resto. Surge un patrón claro entre los dos grupos de votantes en este tema, como puede verse en los gráficos de la figura 2 a continuación. Los que no declararon su ideología están mostrando niveles más bajos de interés en las campañas electorales sistemáticamente. Representan a los grupos más numerosos entre las categorías menos interesadas, al mismo tiempo que son superados en número por los ideológicamente ubicados en los grupos con mayor nivel de interés por las campañas. Así, la falta de auto-ubicación ideológica es parte de una tendencia más grande que muestra la desafección política de algunos ciudadanos.
Conclusión
Las ideologías políticas pueden con el tiempo y a través de las regiones. Sin embargo, la clásica disposición ideológica izquierda-derecha parece ser lo suficientemente flexible para soportar profundas transformaciones sociales sin dejar de ser una herramienta de información básica para los votantes europeos. Recientemente, algunos partidos han tratado de renovar la batalla ideológica en unos términos nuevos, negando las etiquetas de izquierda y derecha, con diferentes niveles de determinación. Hasta ahora este tipo de iniciativas no han cumplido con su objetivo, ya que las etiquetas de izquierda, centro y derecha siguen siendo utilizadas por una gran mayoría de votantes. Este hecho puede apuntar a que las nuevas divisiones ideológicas (materialismo, libertarismo-autoritarismo) están siendo absorbidas por el esquema clásico. Por otra parte, los partidos pueden estar actuando estratégicamente en la presentación de sí mismos como actores sin ideología económica, pero es probable que cuando los votantes se declaren sin ideología simplemente apunten a que no lo saben, o no se preocupan en responder.
[1] Las encuestas consultadas son las siguientes: estudio 2350 (junio de 1999), 2567 (junio de 2004), 2807 (junio de 2009) y 3028 (mayo de 2014).
References:
Calle Robles, L. d. l., Martínez, A., & Orriols, L. (2010). Voting without ideology. Evidence from Spain (1979-2008). Reis: Revista Española De Investigaciones Sociológicas, (129), 107-129
Anthony Downs. 1957. An Economic Theory of Democracy. New York: Harper & Row, chap. 3 (pp. 36-50).
Inglehart, R. (1977). The silent revolution (Vol. 8). Princeton: Princeton University Press.
Inglehart, R. (2007). Postmaterialist values and the shift from survival to self-expression values. Oxford Handbook of Political Behavior, 223-239.
S.M. Lipset & S. Rokkan, (1967) Cleavage structures, party systems, and voter alignments: an introduction. S.M. Lipset, S. Rokkan (Eds.), Party Systems and Voter Alignments, The Free Press, New York (1967), pp. 1–64.
Mair, P. (2007). Left-right orientations. Oxford Handbook of Political Behavior, 206-222.