Por Pedro González.
“El Gobierno está con Volkswagen. Es una parte fantástica de Alemania”, dijo con orgullo la señora Merkel en 2008 frente a miles de empleados de la compañía. Hoy, como si de una macabra paradoja se tratase, la crisis que vive el gigante del motor alemán, amenaza con dañar la economía del país más que la crisis griega, según señaló a Reuters el analista jefe de ING direct, Carsten Brzeski.
Durante años, el Gobierno y los ciudadanos alemanes, han estado manifiestamente eufóricos por su enorme prestigio en el mundo del automóvil. Era el sector de referencia, dentro de la economía referente en toda la zona euro. Basta al respecto recordar las diferentes campañas de marketing en las que se exaltaba el origen geográfico para que quede cristalino ¿Acaso no recordáis a la sexy Claudia Schiffer girando su silla y asegurando que el coche del hombre que contaba su sueño no podía averiarse? “¡Imposible, es un coche alemán!”, decía la modelo. También la campaña promocional que lanzó en EEUU la propia Volkswagen en la que se preguntaba al público: “¿No es la hora de la ingeniería alemana?”. Ahora con certeza, sabemos que no es la hora de la ingeniería alemana, de Alemania y por supuesto, tampoco de Europa.
Puede caerse fácilmente en el error de que el actual escándalo de Volkswagen, afecta sólo a una entidad privada, como es una empresa, y a las personas que compraron un coche, pero la cosa por desgracia no es así de simple. Dado que el sector del automóvil es crucial para la economía alemana (quizás es fácil verlo si pensamos que una de cada siete personas en Alemania trabaja directamente para ese sector o que dos de sus cuatro mayores empresas, son automovilísticas) y que para colmo, es el más representativo, gracias a la ayuda mutua de conseguir una clara asociación entre país y empresas, hoy toda la economía germana es cuestionada. El sucio engaño y la manifiesta indiferencia hacia la responsabilidad social corporativa que se exige a toda empresa europea moderna han puesto en jaque a la economía que hasta ahora, se consideraba el faro de Alejandría en Europa.
Así, Alemania muestra hoy un preocupante paralelismo con Cersei Lannister. Poderosa e indoblegable desde el principio, se ha mostrado al final desnuda y aturdida al grito de ¡Vergüenza! ¿Qué cabe esperar de Poniente después de éste ocaso de los ídolos? ¿Hacia dónde va la Unión Europea? Reflexionemos, aunque la respuesta sea aterradora.
Alemania es el referente de Europa, y en la presente semana ha caído su prestigio en todo el panorama internacional. Si pierde Alemania, pierde la Unión, eso es sencillo. Y no hablo sólo de dinero, sino de credibilidad. Las bolsas europeas bajan esta semana en picado y las inversiones vuelan hacia tierras más fértiles. El viejo continente, que más tendría que saber por viejo que por diablo, ha decepcionado a una escala que no le estaba permitida.
Todo esto no es de extrañar, pues los motores europeos llevaban fallando un tiempo. Solidaridad, unión y Estado del Bienestar, han sido en la teoría y en la práctica por años, los motores que habían convertido al continente europeo, en el novio que toda madre quiere para su hija. Una unión de países antaño enemigos que se respetan en sus diferencias. Un espacio económico competitivo basado en la innovación y en el que los derechos sociales son respetados como en ninguna otra parte del mundo, unos principios inspiradores y una ética, exportables e imitables en todo el globo. En definitiva, un lugar donde la palabra solidaridad, cobrara un verdadero significado. Pero señores y señoras, hasta aquí el espejismo. Creíamos fabricar coches modernos, de alta calidad y respetuosos con el medio ambiente, pero no. Creíamos tener un espacio de unión y solidaridad, y no lo tenemos. Todo ha sido una farsa. Ya sea mirando la gestión de las crisis de los países socios, los engañosos automóviles contaminantes o las caras de los refugiados que aguardan en las fronteras, solo podemos llegar a una conclusión: Europa es hoy un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas y eso, es tentador para los muchos ojos extranjeros que nos miran.