Esta semana me he acabado de leer “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable”, del ensayista libanés, Nassim Nicholas Taleb. Un libro, como a mí me gusta decir, que amplía tus horizontes de reflexión y análisis sobre determinados fenómenos.
El escritor plantea que los sucesos altamente improbables que ocurran resultan profundamente ignorados por parte de la sociedad. Él pone como ejemplo en el libro de sucesos altamente improbables los ataques terroristas a Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001 o el estallido de la crisis económica del 2008.
Sin embargo, puede parecer que esos dos acontecimientos ocurrieron ya hace mucho tiempo. Quizás el suceso altamente improbable que podríamos tener más fresco en la memoria colectiva es la pandemia ocasionada por la COVID-19 o el ataque terrorista producido por Hamás a Israel hace unos meses.
Quizás también no podamos observar determinados fenómenos como cisnes negros por la visión cortoplacista que aún tenemos en nuestras sociedades. Un cortoplacismo que nos impide vislumbrar las tendencias que pueden desencadenar esos “cisnes negros”.
La teoría del cisne negro no es nueva, sino todo lo contrario, el filósofo griego Sexto Empírico, precursor del escepticismo, ya planteaba esta teoría.
Volviendo a nuestro tiempo y a la sociedad española, quizás el cisne negro que podamos estar viendo en estos momentos es el de la polarización. La Fundación del Español Urgente la consideró palabra del año en el 2023 por las repercusiones políticas, sociales y económicas que está teniendo.
No obstante, si hacemos un análisis más en profundidad y no nos enfocamos solamente en el último año o en los últimos periodos electorales, sino también en las crisis económicas que hemos vivido y atendemos también a lo que nos plantea la psicología social, la polarización poco a poco ha ido creciendo y se ha ido trasladando de unas comunidades hacia el conjunto de la sociedad española.
La polarización la hemos visto muy bien en el pasado cuando la banda terrorista ETA operaba en mayor medida en Euskadi o también observamos un grado de polarización bastante importante y preocupante en Cataluña durante el Procés.
Pero quizás el germen de la polarización en la política y la sociedad española empieza a surgir en la crisis económica del 2008, con el aumento de la desafección política por parte de la ciudadanía y también en el cambio de sistema de partidos, en el que pasamos de un sistema multipartidista moderado, en el que permitía la gobernabilidad y alternancia de la formaciones mejor posicionadas para hacerlo, hacia un sistema multipartidista polarizado, con la aparición de Podemos y Ciudadanos por un lado, y posteriormente el surgimiento de VOX, por otro lado.
Si tenemos que buscar otro rastro de este cisne negro actual, ese es la crisis sanitaria de la COVID – 19 y posterior crisis económica. La pandemia fue un suceso que vino a reforzar la polarización de la sociedad, ya lo comenté en el artículo “La polarización intergeneracional” o en “La construcción del miedo en el discurso político”, escritos en el 2020 y 2021 respectivamente.
Otro paso más en ese mayor grado de polarización ha sido el último periodo electoral que dio como resultado la formación de un gobierno algo inestable por su dependencia de otras formaciones políticas con un enfoque político distinto.
Por último, aunque parezca que la polarización está de moda, que ha surgido en estos últimos meses y que se escribe ahora mucho de ella. No creo que este panorama sea cuestión de unos meses y unas manifestaciones en la calle Ferraz, sino es algo cíclico que surge en cada crisis social o económica y que sigue el siguiente proceso lógico: miedo, reagrupamiento de los grupos y división de la sociedad.
Con esto, recuerdo que si durante la COVID-19 nos tuvimos que cuidar de un posible contagio, ahora nos tenemos que cuidar de que la polarización no nos distancie aún más.