En busca de una sociedad democrática: la memoria de nuestras abuelas

Viñeta de FERRS (@politicadeinteriores)

Olvido y memoria: historia de un sufrimiento

El filósofo español experto en memoria y olvido, Reyes Mate, deleitaba en 2009 al público congregado en el recién inaugurado Museo del Holocausto de Buenos Aires con la siguiente reflexión:

“Hay dos tipos de pasado: uno que está presente en el presente y otro que está ausente del presente. El pasado vencedor sobrevive al tiempo, ya que el presente se considera su heredero. El pasado vencido, por el contrario, desaparece de la historia que inaugura ese acontecimiento en el que es vencido. Hay un pasado que fue y sigue siendo, y otro que fue y ya no es. La memoria, por lo tanto, tiene que ver con el pasado ausente, el de los vencidos.”

Por lo tanto, hablar de memoria histórica significa hablar del pasado no oficial, del pasado de cientos de miles de mujeres y hombres que ya no están para contar su historia, la cual nadie se preocupó en su momento de añadirla a los libros de texto, por lo que implica hablar del olvido.

Olvido, memoria oculta, memoria individual, memoria colectiva, memoria histórica y memoria democrática. Todos estos conceptos se entremezclan cuando nos enfrentamos a la tarea de recuperar un pasado que fue enterrado en los márgenes de memorias individuales que fueron forzadas a callarlo, con el objetivo último de olvidarlo. Pero esas memorias individuales lucharon desde el primer momento de su derrota para que ese olvido no se materializara, concretándose una memoria colectiva al apoyarse unas en otras. Esta memoria colectiva sobrevivió en la época más oscura de la historia reciente de España entre susurros, en la clandestinidad. Esta memoria colectiva es la responsable última de que hoy podamos vivir en una sociedad democrática.

En 1977, al amparo de la muerte del dictador, y con la memoria colectiva representada en las calles por cientos de miles de mujeres y hombres que empujaban para tumbar 40 años de dolor e injusticia, se perdió la gran oportunidad de convertir esa memoria colectiva en memoria histórica. La Ley de Amnistía significó el triunfo de la estrategia del olvido, diseñada cuatro décadas atrás. Se decidió que ese olvido era la mejor herramienta para fundar una sociedad libre y democrática, y el error no pudo ser mayor. Y el sufrimiento de esas memorias acalladas no pudo ser más desgarrador.

Verdad, justicia y reparación

Si se elige el olvido como piedra angular de una Transición, esta jamás podrá ser ejemplar. Pese a todo, ese olvido no consiguió sepultar la memoria colectiva, y desde principio del siglo XXI, conforme nuestra sociedad fue perdiendo el miedo a sables y metralla, muchas mujeres y hombres se han encargado de convertir esa memoria colectiva acallada en memoria histórica, antes de que sus protagonistas desaparecieran de nuestra sociedad. 

La memoria histórica es, en consecuencia, un pasado recuperado de memorias individuales y colectivas, esencial para la reconstrucción plena de nuestro pasado común. Estos movimientos por la recuperación de la memoria histórica se sustentaron en tres pilares clave para conseguir este objetivo: verdad, justicia y reparación. Cada uno conectado con su anterior, son tres pilares para cerrar heridas y dignificar a las personas vencidas y enterradas por una historia oficial que jamás es objetiva. La historia solo puede aspirar a ser rigurosa con la verdad de los acontecimientos acaecidos, pero el error de pensar que la historia debe aspirar a ser objetiva (cuando siempre es escrita por un sujeto histórico, como es el propio historiador), hizo que se desprestigiara entre los círculos académicos esta memoria y, por lo tanto, que no se cumpliera el objetivo de rigurosidad y verdad.

Esta verdad es un derecho inalienable para todo ser humano, por tanto, el proceso de recuperación del pasado vencido debe empezar siempre por la recuperación de la verdad. En este sentido, historiadores como Josep Fontana, Paul Preston, Julián Casanova o Ángel Viñas, han cumplido un papel esencial para recuperar esa verdad entre memorias y legajos documentales, con estudios rigurosos. Con esta verdad sobre la mesa, los colectivos de recuperación de memoria histórica pudieron empezar a trabajar por la justicia perdida. Sin duda, una de las mayores victorias se consiguió en 2007 (30 años después de la maldita Ley de Amnistía), con la aprobación de la primera Ley de Memoria Histórica de España.

Sin embargo, esta ley por sí sola no ha conseguido aún que esa justicia llegue a las familias de los cientos de miles de desaparecidos y desaparecidas que siguen aún en fosas en carreteras y cementerios de nuestra geografía. Y sin esa justicia, jamás se podrá conseguir una reparación digna, y una historia de nuestro país que no sepulte ningún pasado.

Una pedagogía necesaria para una democracia plena

El camino hacia la justicia y la reparación prosigue en este momento, llegando a un punto en el que las personas que luchan por ella han puesto de manifiesto una necesidad esencial: con las protagonistas de la memoria colectiva olvidada muertas en su mayoría, y ante la evidencia de que las leyes de memoria histórica no son suficientes para la consecución de la justicia y dignificación de las víctimas, se torna esencial educar a nuestras nuevas generaciones en una memoria democrática. Solo así estas nuevas generaciones podrán recoger el testigo de ese pasado olvidado y construir una sociedad plenamente democrática, solo así podremos conseguir el objetivo de construir una historia rigurosa que aúne todos los pasados sepultados en el olvido.

Allá por 2002, el maestro Josep Fontana dejaba clara esta necesidad con la siguiente reflexión:

“[Los historiadores y docentes] debemos aspirar a participar activamente en la formación de la memoria pública, si no queremos abandonar un instrumento tan poderoso en manos de los manipuladores…, los profesionales de la investigación o de la enseñanza, no les proporcionamos el tipo de historia que necesitan, la reciben de manera asistemática, pero muy eficaz, de los políticos, de los “tertulianos” de la radio y la televisión…”

Al abrigo de esta reflexión, podremos entender la importancia de introducir en nuestras aulas esta memoria democrática, usando esta perspectiva no solamente para las barbaridades acaecidas durante la Guerra Civil y la Dictadura franquista, si no para toda la historia, educando a nuestras nuevas generaciones a ser personas críticas y tener una conciencia histórica que les permita romper con historias hegemónicas e impuestas, a favor de las historias completas.

Solo mediante esta pedagogía de la memoria democrática podremos alcanzar una justicia y dignificación de las millones de vidas que la historia hegemónica sepultó y condenó al olvido más absoluto. Solo mediante esta pedagogía podrán cicatrizar las heridas de nuestras abuelas.

Escrito por Sergio Morón Muñoz.

Bibliografía:

  • Díez Gutiérrez, E.J. (2009) Unidades Didácticas para la recuperación de la memoria histórica. León. Foro por la memoria de León.
  • Díez Gutiérrez, E.J. (2020). La asignatura pendiente. Madrid. Plaza y Valdés.
  • Fontana, J. (2002). “¿Qué historia enseñar?” En Pasajes de pensamiento contemporáneo (9), pp. 5-14.
  • Galiana i Cano, V. (2018). “La memoria democrática en las aulas de secundaria y bachillerato: balance de una experiencia didáctica.” En Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales (34), pp. 3-18.
  • Mate Rupérez, M.R. (2012). “La memoria, principio de justicia.” En Ars Brevis (18), pp. 100-110.
  • Documental: El silencio de los otros por Almudena Carracedo y Robert Bahar.