El pasado domingo presenciamos un momento histórico: La ciudadanía soberana de Grecia decía “no” al acuerdo que debían firmar con la Troika –que recordemos está formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI- como condición para recibir el tercer rescate financiero que les permitiría hacer frente a la deuda con sus acreedores. Por primera vez en mucho tiempo ha sido el pueblo quien ha hecho prevalecer su voluntad frente a la lógica financiera y la “verdad objetiva” representada por los técnicos y los especialistas de la Troika.
El referéndum en Grecia ha supuesto un giro a la lógica del pensamiento hegemónico que se venía implantando desde hace mucho tiempo, ese que oponía la racionalidad económica a la irracionalidad política –como diría el famoso sociólogo Manuel Castells-. Un pensamiento por el cual la situación de los mercados y la economía financiera eran el fiel reflejo de la realidad, aquello que marcaba el camino a seguir, frente a lo abstracto e impredecible de las ideologías o los intereses de los políticos.
Existen motivos políticos e ideológicos detrás de la mayoría de decisiones y que van más allá de la mera aplicación técnica de unos supuestos conocimientos empíricos.
No obstante, lo que hemos visto en estos meses nos ha revelado que esos supuestos tecnócratas no eran tales, y que la situación de la deuda pública griega ha dependido en todo momento de factores políticos.
Primero, porque no hay que olvidar que Grecia no negocia su deuda con los “mercados”, sino que lo hace con distintas organizaciones internacionales, las cuales persiguen una serie de objetivos netamente políticos –y que están compuestas por intereses nacionales, dicho sea de paso-.
Segundo, porque estas negociaciones se producen en un contexto determinado, dentro del seno de la Eurozona y en una situación de especial gravedad debido a la crisis económica generalizada y el aumento de la deuda pública de muchas naciones europeas. Además no hay que olvidar que la situación de Grecia no es nueva, sino que es el desenlace de una serie de políticas económicas que han traído al país a la desastrosa situación actual y que son muy anteriores a que el gobierno de Tsipras llegase al poder.
Tercero, que existe una gran pluralidad de actores y grupos de interés a los que esta decisión les afecta enormemente, lo cual hace que el debate y la negociación se salga de las certezas económicas y de los números y se desplace al campo de los intereses políticos. En este punto cabe destacar precisamente el papel del Eurogrupo y de la propia Troika, que en ocasiones se han negado a hacer concesiones a Grecia que incluso sus propios informes consideraban necesarios para que ésta pueda salir de su difícil situación –sin ir más lejos, el FMI ha defendido la necesidad de una quita de deuda para Grecia, algo que no hizo cuando estaba integrada dentro de la Troika-.
Por tanto, existen motivos políticos e ideológicos detrás de la mayoría de decisiones, especialmente en las relacionadas con la economía, y que van más allá de la mera aplicación técnica de unos supuestos conocimientos empíricos. Y por este motivo, la sociedad debe estar especialmente vigilante para reclamar su participación en defensa de los intereses comunes.
El ser gobernados por técnicos en vez de por políticos supone una gran riesgo, y es que los técnicos no aportan a su conocimiento una visión universal de la sociedad. Además una gran especialización hace que la intensidad de su conocimiento sobre una materia sea inversamente proporcional a su capacidad de enfoque. Por eso la toma de decisiones políticas debe recaer en los ciudadanos y/o en sus representantes, que obedecen a los intereses generales, frente a las decisiones que en materias específicas puede contribuir a tomar un especialista.
No olvidemos que el ejercicio del poder –kratos– por parte del pueblo –demos– es la esencia de la democracia, y por tanto tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de ceder nuestra soberanía a esos “expertos” o tecnócratas que decidirán sin nosotros lo mejor para nosotros.