España acude feliz al nombramiento de sus Ministras. Sí, sé lo que estás pensando, de hecho, Microsoft Word ha puesto una raya azul debajo de “Ministras”. Corrijamos la parte que hay que corregir: Gran parte de España, y me incluyo, acude feliz al nombramiento de sus Ministras. El PSOE, de nuevo en el Gobierno, muestra orgulloso los cúrriculums de sus dirigentes: La Ser titulaba lo positivo de que por fin tengamos un Presidente que hable idiomas; ¡La Portavoz, Isabel Celaá, tiene tres carreras!; ¡La de Economía, Nadia Calviño, dos y es la funcionaria de rango más alto de nuestro país!; el etcétera es largo.
El Profesor Aeon J. Skoble escribe en The Simpsons and Philosophy que la sociedad estadounidense tiene un conflicto con la intelectualidad. España, supongo, también. Por un lado, advierte que programas televisivos y diarios tienen en sus filas a “expertos” que analizan el caso. Por otro, persiste en la idea republicana de que toda opinión vale exactamente lo mismo. Aludiendo a mi afición por el sarcasmo: la conclusión que podríamos sacar es que la opinión del experto vale más que la mía siempre y cuando estemos de acuerdo, que es cuando le citaré con el objetivo de ganar un debate.
Pensemos por un momento en Lisa Simpson. Intelectual redomada, sofisticada, humanista, escéptica… Todo lo que una intelectual de altura debe ser. Puntualicemos, aquí, dos cosas. La primera y la más importante es que Lisa formó parte de un Gobierno de Sabios elitista al más puro estilo Schumpeter. No triunfó. Aquel capítulo pretendía mostrar tanto el desprecio actual hacia la sabiduría como lo indeseable de un Gobierno metido en una torre de marfil. La segunda es que le gustan los mismos dibujos que a su hermano: Rasca y Pica.
Los fallos del Gobierno de los listos
El fallo de aquel Gobierno es que no fue intelectual, sino sabiondo. Una de las críticas que me hago a menudo es que tiendo a no respetar el gusto musical del que disfruta escuchando reggaetón. Y, si bien me parece algo deleznable, sí que es cierto que no hago nada por transmitir qué es lo que me gusta a mí o qué considero bueno. De hecho, mi gran argumento en una discusión reciente fue una falacia de autoridad: “Lo digo yo, que he estudiado mucho”. Lo único que conseguí fue que mi interlocutor siguiera escuchando a un trasnochado cantante dominicano en vez de a Bob Dylan.
La segunda a puntualizar, como decíamos, es que a Lisa Simpson le gustan los mismos dibujos que al pánfilo de su hermano, lo cual hace que, cada tanto, pasen un rato juntos. Esa “rebaja” de Lisa provoca empatía y apego. Así que sí, el dimitido Màxim Huerta tendría que haberse puesto a ver más partidos de fútbol y doña Isabel Celaá no podrá perseguir que el alumnado adolescente lea uno de sus brillantes ensayos sobre poesía.
Primero la idea; luego el quién
El Gobierno de los Currículums corre el riesgo de que le suceda todo lo anterior. La brillantez de esos currículums no puede ser óbice para hacerse entender. Precisamente la izquierda no puede caer en el clasismo de sólo valorar un currículum y dejar de lado, entre otras cosas, las ideas de la persona que está detrás de todo eso. Si en un Gobierno sólo importase el currículum, el excelente expediente académico de José Manuel García-Margallo no dejaría nunca la cartera ministerial.
Convendría más basar la autoridad del Gobierno en unas ideas o en unos objetivos que, a su vez, están respaldadas por años de trabajo y estudio. Dicho de otro modo: Primero el proyecto y luego el porqué la encargada va a ser esta persona concreta, y no al revés. De ese modo, observaríamos que no son las mejores estudiantes, trabajadoras o funcionarias, sino que son las mejores personas para llevar a cabo susodicho proyecto. Y eso, qué duda cabe, es bastante más complicado.