(I)
28 de junio de 2005
-Va a ser un gran día, eso se nota ya en el ambiente. Se lleva notando varios años, pero este va a ser algo especial -piensa Pedro a las siete de la mañana, cuando suena el despertador. Es martes, 28 de junio de 2005.
Pedro se ducha y baja al bar a desayunar. El barrio está de otra manera. En concreto, la plaza tiene banderas y, a pesar de ser martes, restos de la noche anterior. “¿Quién puede salir un lunes? ¿Salí yo alguna vez un lunes, siquiera siendo más joven?” Llega al bar, pide café y churros, el camarero hace una broma, Pedro se ríe, devuelve el chiste y toma el diario.
La portada de El País está en otros lugares de la actualidad, “Los votos emigrantes confirman que el PP pierde el Gobierno de Galicia”, ya era hora. Al lado, “Blair ratifica que Estados Unidos y Reino Unido negocian con grupos de la insurgencia en Irak”. Según le contó Moratinos, la primera orden que le dio Zapatero como Presidente fue llamar a Washington para decir que nos íbamos de Irak. Por lo visto, los compañeros estaban celebrando su llegada al despacho ministerial cuando en Exteriores suena el teléfono. “Moratinos, esta tarde, cuando sean las ocho en Estados Unidos, llamas a Powell y le dices que nos vamos”. “Manda huevos, José Luis”, contesta. Y Moratinos llama por teléfono cuando en la costa este amanece y le cuenta el percal a Powell, que respira gravemente y dice: “I’m very disappointed”. Moratinos, mientras escucha esa voz forjada en el Harlem de los años cuarenta, piensa que es su último día sobre la tierra.
Ya en páginas interiores, Messi renueva hasta 2010. “El argentino, estrella de la selección argentina Sub-20, ya ha jugado con el primer equipo del Barcelona”. Pedro busca la noticia sonriendo de medio lado, entre tanto: “Los críticos del PSOE de Sevilla piden a la ejecutiva que deje el autoritarismo”. En Sevilla siempre están igual. Nada, no hay forma: Fraga dice que servirá a Galicia desde donde le pongan, los taxis, el Gobierno Valenciano…
Hasta que no se termina el café no encuentra algo al respecto: “Navarro-Valls afirma que el matrimonio Gay desautoriza al Parlamento”. Y subtitula, “El portavoz del Vaticano advierte en el CEU contra la confusión entre derecho y capricho”. Pedro vuelve a sonreír mientras niega con la cabeza. Si están tan cabreados, definitivamente hemos ganado, esta va a ser una gran semana. Se despide del camarero y se pone a caminar hasta el Ayuntamiento, no queda lejos, quizás media hora andando. Es un día hermoso en el centro de Madrid. Mientras camina la gente se le acerca, hace tiempo que la gente le señala y que, los más atrevidos, le hablan y le cuentan cosas. En Fuencarral, “¡Felicidades, Pedro!”, ¡Gracias! Bajando Montera, “¡Pedro, cuánto me alegro, tengo un nieto que es de los vuestros, ¡Igual le conoces!”, ¡Gracias, señora, seguramente! Por la Calle Mayor, “¡Maricón!” Y vuelve a sonreír, hoy le da lo mismo que pretendan insultarle con obviedades.
Ya en la Plaza de la Villa, le abrazan y le felicitan. Incluso los más modernillos del Partido Popular le vienen a saludar. Ese día no hay pleno, pero tienen que hacer cosas, el Partido se movilizará, será la manifestación más grande que hayan visto al respecto. Las compañeras se toman aquello con cierta gracia, como si fuera una actividad lúdica. Los compañeros están algo más reacios a ser vistos allí. “Es que tengo un acto en San Blas”, le dice uno. “Uf, no sé, Pedro, ojalá, pero es que me parece que en Villaverde organizan algo de lo mío y no puedo faltar”. El etcétera es largo.
Se reúne en Chueca a comer con el colectivo. El barrio goza de una belleza efervescente a través de las personas. Sólo uno no ha trabajado, ha pedido vacaciones, “tenemos que empezar a santificar las fiestas”, dice. Termina de comer y vuelve a casa, se echa una pequeña siesta y vuelve a la calle. Allí están todos. La gente más escandalosa se ha disfrazado, hay besos por todas partes. Pedro va al frente, tras la pancarta. Se viene una pareja, ambos le dan las gracias. Pedro les abraza, pone una mano en un hombro de cada uno y, con los ojos brillando, les dice: ¿Sois felices? Uno apoya la cabeza en el hombro del otro y le abraza por la cintura, el otro le pasa la mano por encima. “Eso queremos”, responde Pedro, avanzando.
29 de junio de 2005
La noche no puede alargarse demasiado, al día siguiente hay pleno. Pedro se levanta a la misma hora que el día anterior. Vuelve al bar para desayunar, vuelve a coger el periódico. La manifestación ha tenido una acogida relativa, pero la tratan con condescendencia, “¿Mejor eso que nada?”, piensa Pedro. Va al Pleno del Ayuntamiento, vuelve y el día se acaba.
30 de junio de 2005
Se levanta, ya es viernes 30 de junio de 2005, el día verdaderamente importante, baja al bar a desayunar, está nervioso. En vez de ir al Ayuntamiento, va al Congreso de los Diputados. Cuando entra, Zapatero le ve desde lejos y le levanta el puño, Pedro responde con el mismo gesto de compañerismo y sube a las tribunas. Apenas una hora más tarde, el Presidente del Gobierno diría “estamos ampliando las oportunidades de felicidad para nuestros vecinos”. El debate es denso, pero termina.
Rajoy quiere intervenir, el Presidente del Congreso no se lo permite. Explica qué texto van a votar, comienza la votación y pide que no se exalte nadie, es un asunto sensible. Los Diputados preguntan, a algunos no les ha quedado claro. El portavoz de cada partido levanta la mano señalando el voto, el resto obedece. La cámara de televisión se va hacia el marcador y aparece el resultado. Pedro salta de alegría, parece mentira, todavía le miran raro. Se acuerda de los chicos de ayer, “¿Sois felices?”.
El 1 de julio baja a desayunar, cuando pasa caminando, la gente se da la vuelta, “es él”. Camina hacia el bar igual que un padre primerizo cuando sale del hospital. “¡Hombre! ¡Muchísimas felicidades, Pedro! ¡Ya lo tenéis!” Pedro lo agradece, “A esta te invitamos nosotros”, resuelve el camarero, que ya está preparando café. Como cada mañana, se va a por los periódicos, esta vez son portada: “Zapatero se ufana de que España es más decente con el matrimonio gay”, titula ABC. Pedro mira al camarero, le llama, “oye, Manolo, ¿tú eres decente?”, “¿Yo?”, responde Manolo, “depende del gestor al que preguntes”. “Pues como todo el mundo”, dice Pedro.
(II)
Junio de 2018
Doña Patricia perdió su móvil en el baño de una discoteca. Sabía pasárselo bien, qué duda cabe, pues no se dio cuenta de la pérdida hasta que llegó a su casa y quiso avisar a sus amigas de la llegada. Quien se lo está pasando bien no tiene necesidad de andar mirando la hora, ni de ver si alguien le ha mandado un mensaje, ni mucho menos de preocuparse sobre si ha pasado algo por lo que merezca la pena dejar de bailar o abandonar la conversación. Quitarse del presente continuo no es propio de alguien que se divierta.
Pero llegó a casa y quiso avisar y el móvil no estaba. Doña Patricia sopesó encender el ordenador y mandar un mensaje por Facebook, pero se le cerraron los ojos del gusto cuando se sentó en la cama y se quitó los tacones. Aún con el vestido puesto y con el maquillaje a punto de hacerse masilla, se tumbó sin saber siquiera la hora y hasta el día siguiente no se supo si mantenía la capacidad para abrir los ojos.
Finalmente los abrió. Media hora después se dio por descansada y se levantó con la gloria de quien bebe sin tener resaca al día siguiente. Se desperezó, se quitó el vestido de la noche anterior para ponerse un chándal y fue a la cocina. En un alarde de autoconocimiento, la noche anterior se había dejado preparado un bol de tomate triturado para el desayuno, un mollete y una botella de zumo de naranja, ya los hacen tan bien que no tiene una ni que liarse a exprimir por las mañanas.
Pocas cosas hay más hedonistas que el café de los domingos. No es mucha la gente que toma café por el gusto en España, pues, a pesar de los continuos esfuerzos del Gobierno por hacer un mercado global, por más intentos que ha hecho, todavía no ha conseguido que la precariedad laboral de Sudamérica desembarque en forma de buen café en España. En cualquier caso, doña Patricia se hizo el mejor café que pudo, largo y denso, y seguidamente, ya con todo listo, cogió una bandeja y se fue al salón a ver el peor programa que hubiese en la tele.
Conocedora de los últimos movimientos del famoseo patrio, abrió el ordenador y mandó un mensaje a sus amigas diciendo que había perdido el móvil y que había llegado bien. Después de eso, llamó desde el fijo al número de su compañía telefónica y preguntó qué nuevos teléfonos podían ofrecerle. A sabiendas de que no había nada más barato, aceptó un nuevo móvil y se fue a comprar un despertador analógico que no sólo la despertase, sino que, además, decorara un poco su cuarto. Tres días más tarde llegó el móvil, limpio de contactos. Para solucionar este neonato problema social volvió a encender el ordenador, se metió en Facebook y, en un post lleno de connotaciones eroticofestivas, escribió:
“He perdido los números del móvil
si alguien quiere algo que me hable por aquí.
Háblame al móvil
si quieres que yo tenga
tu número en el mío.
Y si acaso estuvieras enamorado de mí
y soy tu amor secreto y tus noches son las mías
sin yo saberlo
es tu oportunidad:
Recítame un poema por mensaje de voz
y dime que me quieres.”
Recibió no pocos mensajes, muchos de ellos bien inspirados. Sobre todo uno proveniente de una voz grave que haría temblar de amor a un iceberg y que, lastimosamente, tan sólo recibió dos rayas azules a cambio de tanto empeño.
Tan sólo prestó atención a un mensaje, recibido la mañana siguiente a la noche en que perdió el teléfono: “¡Hola! Soy Ángela, nos conocimos ayer, ¡Espero que te acuerdes de mi! ¿Te apetece que nos veamos esta semana?” Tras ver su foto de perfil, la reconoció entre borrones. “¡Hola!”, respondió doña Patricia. “Vaya, creía que no responderías nunca”, contestó Ángela, a la media hora. “Ha sido una larga y hedonista historia, si te parece, te la cuento esta tarde. Invito yo, por haber tardado”, dijo doña Patricia, sin necesidad de poner emoticonos.
A Pedro Zerolo, tres años después de su muerte.