Reino Unido es un caso de sistema puramente mayoritario en el entorno de un parlamentarismo que orbita entre el bipartidismo puro y la excepción coalicional
Distritos uninominales
La nación parlamentaria por excelencia siempre ha comprendido la democracia con una tendencia limitada. Los aproximadamente 46 millones de electores británicos se configuran, primero, a través de las 4 regiones que conforman el país: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
Después, esas regiones albergan un total de 650 distritos que son los encargados de elegir a los miembros del parlamento a razón de un parlamentario por cada distrito. Por tanto, la magnitud del distrito –elemento fundamental para conocer los efectos del sistema electoral– es igual a 1 (circunscripción uninominal), lo que se traduce en una mínima representatividad y una máxima estabilidad. Recordemos que en España, las magnitudes más bajas, a excepción de Ceuta y Melilla, tienen constitucionalmente asignados al menos 2 diputados.
Fórmula electoral
La estructura uninominal hace innecesaria la existencia de fórmula electoral (expresión matemática que permite la conversión de votos en escaños como el sistema D´Hondt o el Cociente Droop) y asigna automáticamente el sillón en los comunes al candidato de la lista más votada (mayoría simple).
Esta situación generaría, por ejemplo, que en España Ciudadanos no tuviera ningún diputado en el Congreso puesto que no consiguió ser el más votado en ninguno de nuestros distritos (provincias). Además, el 50% de los votos suele perderse en cada elección general porque al ir a parar a los candidatos segundos, terceros o cuartos no obtienen ningún tipo de representación.
Efectos psicológicos
Con este funcionamiento, el elector activa un voto psicológico en dos vías:
Primero, concentra el voto en su opción preferente, aunque no sea la más preferida.
Segundo, si sus opciones preferentes están por debajo de ser tercera fuerza, directamente, se abstiene.
Apegados al distrito
También esta situación termina generando un particular comportamiento en los elegibles.
Los candidatos suelen desarrollar campañas personalizadas sin demasiados problemas para separarse de la línea de liderazgo del partido y, finalmente, cuando resultan electos es fácil encontrar disensos en las votaciones (como pasó con la Guerra de Irak) porque, a diferencia de España, su reelección no depende de que el partido apueste por él sino más bien de poder vender fidelidad a sus electores.
La estrecha relación personal impulsada en los 650 distritos y el mayor sometimiento a la voluntad del elector se plantean como el gran punto positivo del sistema electoral británico frente a su apuesta mayoritaria que incapacita a la representación de las fuerzas externas al bipartidismo (UKIP cuenta con grandes problemas para entrar a la Cámara de los Comunes por esta razón). En los últimos años se han sucedido con mayoría absoluta gobiernos de los dos grandes partidos (Tory y Labour), a excepción del periodo abierto en 2010 donde gobernó una coalición entre los liberales de Clegg y los conservadores de Cameron.
Campaña permanente
Otro dato curioso de la configuración electoral británica es que no existe periodificación de la campaña, no hay un plazo específico en el que se permite pedir el voto, ni un día de reflexión, ni uno de inicio.
Los electores terminan viviendo en una campaña permanente en la que debe generarse un esfuerzo especial por distinguir los mensajes de legislatura de aquellos que apelan directamente al voto.