El francés Georges Sorel (1847-1922) reclamó en su obra “Reflexiones sobre la violencia” acabar con la ficción racionalista de la realidad humana e impulsar la potencialidad del mito como instrumento transformador.
Las relaciones económicas de producción y el sindicalismo fueron los grandes motores políticos del XIX. El proletariado industrial como identidad romántica intentó insertar sus demandas en el marco de la todavía limitada democracia parlamentaria, pero la realidad supuso en los primeros momentos el choque de esos nuevos partidos de clase con la burocratización racionalista del liberalismo. Muchas voces advirtieron sobre la imposibilidad de avanzar en el viciado mundo institucional y desarrollaron como respuesta un sistema de convicciones profundamente antidemocrático.
El poder de la imaginación
La imaginación tiene un amplio poder en el juego político donde la vida transcurre como un intento de construir y destruir relatos de realidad. Sorel era buen conocedor del poder de la imaginación y rechazó el positivismo –incluida su versión marxista– como mecanismo de acción en el campo social, apostando por la heroicidad en tanto que nuevo motor de los tiempos. Los colectivos constituidos como masa necesitan referentes casi místicos que justifiquen sus movimientos hacia la liberación. Para producir la ruptura en favor del mito que revoluciona es imprescindible abandonar la razón de las clases acomodadas (normatividad).
Los primeros cristianos pusieron en marcha ya el mecanismo mítico revolucionario cuando construyeron de Jesús un líder y hasta hoy. Los partidos socialistas rechazaron en su mayoría este instrumento por considerarlo ciertamente manipulador abrazando al Marx de la ortodoxia y el cientifismo. Frente a la institucionalización como entidades racionales de los partidos, el sindicalismo y los movimientos sociales mantuvieron esta estrategia contracorriente. Los instrumentos de protesta sindical apelaron tradicionalmente a este componente épico, tanto que el propio autor consideró la huelga general como el momento culmen del mito que es capaz de renovar a la incoherente realidad humana ahora presentada como algo explicable.
Los mitos en la política actual
El movimiento populista recobra en nuestro días la edificación del mito luchando contra las asfixiantes clases medias que han logrado someter, ahora sí, tanto a los partidos obreros clásicos como a los anteriormente irreductibles sindicatos. Y en esto –los populistas– coinciden con Sorel cuya desconfianza respecto al parlamentarismo le llevó incluso a tener una suave posición respecto al fascismo (movimiento estrella de los “mitos fundacionales”).
La política que rehace mitos (Bolívar, Eva Perón, los mineros ingleses de los ochenta…) es consciente de la necesidad de la gente de creer, es decir, de no ver sino proyectar, porque la mitificación es esencialmente un acto de fe más divino que terrenal. El propio proceso de construcción de un mito puede dar señales de las voluntades ideológicas de un movimiento y es que al igual que la lucha entre parlamentarios y sindicalistas (ahora activistas) sigue viva, la necesidad de que los cuerpos sociales se reorienten por un misticismo irracional, ahora encubriendo de popular lo que antaño fue una práctica religiosa, nacionalista y finalmente izquierdista, también sigue presente en nuestros discursos políticos.