La celebración de Vistalegre II pone a prueba una hipótesis Podemos tensionada entre dos modelos que parecen representar el tradicionalismo estratégico y la innovación ideológica
Tras la irrupción de Podemos en las Elecciones Europeas de 2014 (7.98% y 5 eurodiputados) la confusión reinó entre gran parte de los analistas políticos del país al ser incapaces de encuadrar esta nueva opción en los patrones repetitivos del sistema político del 78. “No sabemos bien qué son”, una impagable frase que reflejaba el proceso detallado de innovación discursiva, estratégica e ideológica del “primer Podemos”. La desorientación analítica se extendió pronto al terreno político incapacitando a las fuerzas tradicionales para diseñar correctamente el contradiscurso.
El tono radicalmente popular, joven y novedoso hacía imposible encuadrar a Podemos en el continuum envenenado que relegaba –con su aquiescencia– a las alternativas de cambio a un espacio tan minoritario como infértil cuya existencia mínima servía precisamente para justificar los actos contra los que repetitivamente se elevaban sus representantes. Es generalmente conocido que la mejor forma de dominación es la que no se ejerce de manera obscenamente expresa, permitiendo jugar al disenso a una minoría incapaz de materializar sus aspiraciones.
La enmienda a la totalidad realizada por Podemos a un cuestionado sistema político-institucional que abandonó por más de 30 años e incluso pasada la amenaza de ruptura la democratización real del país pasaba también por una negación absoluta de su sistema de partidos. Esta diferenciación pronto fue respondida con las primeras estigmatizaciones (que buscaban arrastrar a Podemos hacia la izquierda comunista tradicional): Venezuela, CEPS, ETA, independentismo… Era necesario buscar una etiqueta que justificase el fácil discurso del miedo exitoso ya desde el fracaso de los comunistas en los setenta. Los de la resistencia franquista quedaron desactivados frente a un socialismo dominado que recibió, previa institucionalización, los grandes réditos de la nueva España. Solo había que arrinconarlos para que todo funcionase.
El pacto con Izquierda Unida, que parece avanzar hacia un proceso de fusión, rompió el estudiado aislamiento morado de referentes y modelos pasados, justo al contrario de lo que hace su competidor no bipartidista directamente antagonista, Ciudadanos, permanentemente declarado como el heredero verdadero de la esencia y gracia de Adolfo Suárez. La victoria de los botellines y los chicos de La Tuerka, sentimentalmente preciosa, precipitaba a un reforzamiento no intencional del 78.
Ahora, Podemos se enfrenta a una decisión entre el modelo tradicional replegado, previsible, minoritario y contradictoriamente elitista (por su renuncia a la formación de mayorías sociales) o un modelo que proyecta un campo de juego no viciado a través de un posicionamiento justamente contrario a lo esperado.
La relevancia de Vistalagre II no es, al contrario de lo que podría parecer, ni dos nombres ni tan siquiera el modelo de partido. Lo que se juega en esa Asamblea es el mantenimiento de nuestro sistema de partidos o la continuación de un proceso interrumpido de desplazamiento discursivo hacia un nuevo contexto.
Es responsabilidad de los miles de inscritos e inscritas de este partido decidir sobre el marco de relaciones políticas nacionales en la próxima década. Parece que las fuerzas liberadoras confundieron la crítica a la innovación industrial por su aplicación con una categorización negativa de toda forma de innovación, aguantando en el cuadrilátero a riesgo de KO.