Política en masculino

Por Paloma Velasco

 

“La mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a una tribuna”.

         Olympe de Gouges.

De manera más o menos consciente, tendemos a confiar en un sujeto en traje sobrio a la hora de depositar nuestra confianza. En un banquero que maneje nuestras finanzas, en un presidente “WASP” (White Anglo Saxon Protestant) que lidere nuestras tropas y hasta en una deidad barbuda y canosa encontramos un sujeto al que otorgamos credibilidad. Llevando la discusión al terreno puramente político, fue Max Weber quien definió a la autoridad carismática como una cualidad necesaria en un líder. El carisma político es irracional, inestable y adquiere bases revolucionarias, lo que viene a definirlo como una subjetividad genuina, que no puede ser concedida o heredada.
Si el carisma no es otra cosa que una impresión positiva que causa el sujeto en la mayoría de nosotros, podríamos cuestionarnos ¿Por qué es aún la élite política un terreno hostil para la representación femenina? ¿Tiene género el carisma político? ¿Somos nosotros, como ciudadanía, los que respaldamos (y perpetuamos) una concreta imagen de la política? Se trata de una posibilidad harto probable. Interesándonos en el homo politicus que puebla nuestra arena política, divisamos un terreno fuertemente masculinizado. Reglamentaciones de cuotas de paridad, políticas de igualdad, etc., no son sino algunos de los intentos más populares por paliar la desigualdad de género en la representación política.
El aspirante a político modélico no será, como se dará en otros campos de estudio, aquel que obtuviera los mayores logros académicos y científicos. En nuestro contexto se valora la cualidad de transmitir un mensaje político utilizando una imagen, una retórica y un discurso atractivos e innovadores, que denoten rapidez intelectual y que mantengan la atención de los espectadores. Pues bien, no queda sino atribuir la culpa al primero de los aspectos. Según recientes estudios del comportamiento social entre una población cada vez más joven, y de manera poco consciente, se está produciendo una vuelta a los roles tradicionales de ambos, hombre y mujer, y por ende la imagen que atribuimos al éxito tiene género masculino. Adoptando las conclusiones de la investigación en comportamientos de género de Mª del Mar Pereira; las chicas fingen ser más tontas porque creen que a los hombres les asustan las mujeres inteligentes. En la vida adulta hay pérdida de potencial intelectual (y artístico en el caso de los hombres), y se aceptan sueldos más bajos por el mismo trabajo.
Tras una tarea de observación y recogida de impresiones, advierte la que escribe que en posesión de las mismas aptitudes el género puede condicionar el éxito en política. Para algunos, muchos, esta afirmación resultará obvia, pero ciertamente requiere una explicación. Las mujeres aquí como en otras latitudes, seguimos bebiendo de una cultura que nos impone un carácter dócil, sumiso y silencioso. Nadie vive ajeno a la cultura y, por ende, reproducimos los mismos roles que se nos han transmitido. Estos comportamientos son visibles en las aulas, en las sedes, en los foros, en los debates, etc., y como me comentaba cierto profesor de oratoria en una discusión informal, las mujeres por lo general se refrenan más a la hora de tomar la palabra y el mérito. Otros tipo de comentarios en boca de personajes tan relevantes como el comisario europeo Miguel Arias Cañete, quien afirmó que “si haces un abuso de superioridad intelectual parece que eres un machista que está acorralado a una mujer indefensa”, son triste reflejo de que dichos cánones sociales se siguen perpetuando.
Sin ánimo derrotista, no es menos cierto que la actual representación femenina en ambas cámaras es esperanzadora, y que personajes como la popular diputada magenta Rosa Díez o la actual vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría difícilmente encuentran quien les haga sombra como oradoras. Una cosa es cierta, si la clase política es en parte reflejo de la sociedad, ninguna actuación es más eficiente que la que opera desde la esfera puramente ciudadana.