Por Jesús C. A.
En un momento de la segunda temporada de House of Cards, Frank Underwood afirma, mirando fijamente a cámara, que la democracia está sobrevalorada. Tal aseveración, en un país que se vanagloria de ser el primer régimen democrático del mundo y cuyos valores se cimentan sobre esa asunción, es cuanto menos una provocación. Y que además lo haga un personaje de ficción que, mediante conspiraciones, crímenes y argucias maquiavélicas, alcance el cargo de mayor responsabilidad de la política estadounidense, es como poner la bandera del país al revés y todo lo que ello representa. Precisamente tal y como aparece en los créditos de la serie.
Su creador, Beau Willimon, se atreve a esto y mucho más al mostrarnos la fulgurante carrera hacia el poder del matrimonio Underwood entre las bambalinas de los despachos del Capitolio como un tour turístico por los entresijos de la alta política de Washington. Así pues, aprovechando la capacidad divulgativa de la ficción política de Netflix y, por qué no reconocerlo, el magnetismo de su protagonista, emprenderemos nuestro propio recorrido explicativo por la estructura democrática de EEUU, analizando la división de poderes que la sustenta, las relaciones no siempre lícitas entre política y lobbies, como las puertas giratorias, y otros mecanismos de control sobre la presidencia, como el impeachment o moción de censura. ¿Será cierto que la democracia estadounidense está sobrevalorada?
Para ello, retrocedamos hasta el arranque de la serie para ponernos en situación. Frank Underwood, jede de disciplina de la mayoría en la Cámara de Representantes se prepara para ser nombrado Secretario de Estado por parte del recién electo Presidente demócrata Garrett Walker, sin embargo sus expectativas no se ven cumplidas y el elegido es el senador Michael Kern. Underwood iniciará en este punto los trámites para impedir el nombramiento de este y moverá las fichas oportunas para colocar a alguien en el puesto que en el futuro pueda devolverle el favor. Pero antes de llegar a estos acontecimientos, detengámonos en algunas lecciones básicas sobre la democracia estadounidense.
La división de poderes en EEUU se manifiesta de forma explícita a partir del siguiente esquema; el poder ejecutivo corresponde al Presidente y el Vicepresidente, elegidos cada cuatro años por delegados a su vez votados por el pueblo (es decir, la elección del máximo mandatario no es directa); un sistema bicameral compuesto por Senado y Cámara de Representantes desempeña la función legislativa; y, por último, una Corte Suprema compuesta por nueve jueces vitalicios encarnan el poder judicial. Las relaciones entabladas entre los tres poderes representan un depurado juego de contrapesos diseñado para evitar el exceso autoritario de cualquier instancia. Por ejemplo, el Presidente no está capacitado para redactar leyes, tarea que corresponde al Congreso, aunque si ratificarlas o someterlas a veto, que sólo puede ser levantado con dos tercios de ambas cámaras. Además, es el encargado de nominar a los jueces de la Corte Suprema, como ocurre en la tercera temporada cuando Underwood pretende postular a Heather Dunbar, ratificados a su vez por el Senado.
El funcionamiento del sistema bicameral es algo más complejo e implica un equilibrio de poder entre el Senado, con un componente más deliberativo y de carácter cerrado, y la Cámara de Representantes, de inspiración popular y atenta a la opinión pública. El senado está compuesto por 100 integrantes, dos por cada Estado, elegidos cada seis años. Funciona a partir de comités que se encargan de gestar los proyectos de ley. La Cámara de Representantes, también llamada Cámara Baja, cuenta con 435 escaños renovados cada dos años que representan proporcionalmente la población de cada estado, siendo el de California el que acumula un mayor número, 53 concretamente. Ambas cámaras, además de proyectar leyes y debatirlas, se encargan de cuestiones de funcionamiento de Estado, tales como presupuestos, asuntos de comercio, emisión de deuda, etc. En cada cámara hay un jefe de la mayoría y jefe de disciplina de la mayoría, y sus homólogos de la minoría. Es bastante habitual que el partido mayoritario en las cámaras sea el contrario al del propio presidente, complicando en ocasiones las relaciones entre sendas instancias, como ocurre actualmente con el presidente Obama.
Volviendo a la serie, el jefe de disciplina de la mayoría en la Cámara de Representantes (o Majority Whip), cargo de gran influencia que desempeña Frank Underwood, es el encargado de sondear la postura de los compañeros de partido, en este caso el demócrata, ante el desarrollo del debate de las leyes y, si es necesario, orientar su voto para conseguir la mayoría. Se podría decir que es una especie de tirititero en la sombra que mueve los hilos de la Cámara Baja identificando las debilidades de cada representante y mercadeando su apoyo, para lo que es fundamental el trabajo de fieles servidores como Doug Stamper. Así ocurre, por ejemplo, en la defensa de la ley de educación ideada por Frank en la primera temporada, para cuya aprobación promete favores a los miembros de su partido, como fábricas en sus estados o futuros cargos en la administración. Todo un ejercicio de diplomacia y psicología que Underwood ejerce a la perfección.
Tanto es así que logra un importante ascenso a la vicepresidencia cuando convence al anterior, Jim Matthews, a que se presente a gobernador de Pennsylvania después de deshacerse del candidato que inicialmente había propuesto, Peter Russo. Para su anterior cargo en la Cámara de Representantes, propone a Jackie Sharp, una ex marine de la que se servirá en el futuro para mantener su influencia en la cámara. La sensación es que todos los políticos en Washington tienen un precio o más bien un cargo.
En la segunda temporada, uno de los grandes quebraderos de cabeza de Underwood, ya como Vicepresidente es el magnate Raymond Tusk y su subordinado Remy Danton, quien representa a otro elemento fundamental en la política norteamericana, los lobistas o cabilderos. Aunque pueda parecer paradójico, esta actividad está protegida por la Constitución y su función es la de presionar a representantes políticos para que favorezcan los intereses de su empresa, principalmente a cambio de donaciones y campañas mediáticas. Por ejemplo, cuando las relaciones entre Frank y Tusk se tuercen, Remy no duda en publicar fotos de Claire Underwood posando para su amante o indagar en el pasado delictivo de Freddy, el dueño de un bar de alitas de pollo al que Frank suele ir. Esto no fue problema, sin embargo, para que más tarde Danton se convirtiera en Jefe de Gabinete de la Presidencia. El rol de los cabilderos también se desvela en la búsqueda de financiación para las campañas presidenciales, tal y como sucede en la tercera temporada. De hecho, según datos del Center for Responsive Politics, la última campaña electoral de 2012 sobrepasó los 12 billones de dólares en estos conceptos. Al parecer, el dinero sí que gobierna en Washington.
Pero antes de esta campaña, el final de la segunda nos dejó otro concepto muy interesante; el del impeachment o moción de censura contra el Presidente. En la serie, el Presidente Walker es acusado de conocer acciones fraudulentas de su amigo Tusk y, ante la posibilidad de moción, alentada por el propio Underwood, decide dimitir. El proceso debe ser iniciado por la Cámara de Representantes para después pasar al Senado, donde se precisan las dos terceras partes para emitir una condena. En la historia de EEUU, tan sólo han sido procesados, y absueltos, Andrew Johnson, en el siglo XIX, y Bill Clinton, más recientemente.
Es difícil decir si la democracia está sobrevalorada, pero a tenor de la deriva de los acontecimientos en House of Cards, lo que es un hecho son los innumerables problemas que la aquejan. La serie de Netflix ha recibido numerosas críticas por el carácter inverosímil de las estrategias, en algunos casos suicidas, de los Underwood, sin embargo, parece que nadie en Washington se la pierde, ni siquiera el Presidente Obama. Será esa fascinación que desprende la política o será quizás que algo de verdad sí que haya.