Por Gonzalo Romero.
Para los que nos dedicamos al estudio de la Ciencia Económica, los nuevos periplos políticos siempre generan un ambiente de expectación. La cultura del cambio de la que pueden presumir las democracias contemporáneas ayuda a perfeccionar el sistema cuando esta tiene vocación de contribuir al bienestar social y prima el saber hacer sobre la ideología subyacente. En otras palabras, partiendo de la base de que es imposible diseñar política económica sin trasfondo ideológico, un buen gobernante es aquel que antepone los datos y el futuro a las tentativas del corto plazo; se considera representante de toda la nación (actuando de acuerdo con esta afirmación) y se razona a sí mismo, ante todo, como un servidor temporal. Dicho esto, el lector podrá deducir que es la vocación de función pública lo que convierte al animal político en líder; las mismas entrañas de la frase de Lao Tzu, filósofo chino: “un líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe; cuando su trabajo está hecho y su meta cumplida, ellos dirán: lo hicimos nosotros”.
Sin entrar en un estudio sobre la eficacia de las políticas de las últimas legislaturas estadounidenses, de todos es sabido que la figura de Obama emana carisma, incluso soslayando el hecho de que se convirtiera en el primer presidente negro de la historia del gigante americano. Sus exordios tienen sabor a compromiso, a patria, a “para el otro”, a Harvard, a progreso… Dura comparación podríamos establecer si nos atenemos a los resultados de las elecciones del pasado 8 de noviembre. Siendo realistas, Donald Trump está siendo más que nunca esclavo de sus palabras y seguramente cuente con poco margen (e intención) para dar respuesta a los reclamos de aquella parte de la población estadounidense que no lo votó pero que también los representa. El surgimiento de este personaje político ha recuperado del pasado algunos debates que en su momento pareció conveniente no volver a abrir. Resulta paradójico que en un país que hizo de la libertad su seña de identidad se cuestionen ciertos principios y derechos que posicionan a todo individuo en la misma línea de salida.
Los demócratas en la Casa Blanca a golpe de gráfico: Un contexto de oportunidades para Trump.
Tal y como hemos comentado, la llegada de Donald Trump a la que ha sido la residencia de los Obama durante dos legislaturas conlleva el diseño de nuevas directrices económicas que perfilarán un nuevo escenario para los próximos años. Dada la posición hegemónica de EEUU en la división internacional del trabajo, la nueva gobernanza que se geste intramuros de la potencia americana tendrá, de seguro, un impacto más que relevante en los principales macro-indicadores del Viejo Continente. Los que contemplan temerosos este periplo hablan de catástrofe y de un mayor triunfo del capitalismo en el orden mundial (habría que matizar qué entendemos por capitalismo), pero la verdad es que, independientemente de las decisiones políticas que se tomen en el corto y medio plazo, el gobierno de Donald Trump va a gestionar un entorno económico mucho más favorable que el que encontró Obama hace algo menos de una década. El gráfico que se muestra a continuación presenta con carácter intertemporal (los dos gobiernos de Barack Obama) el crecimiento del PIB desagregado por componentes de la demanda[1]. Con esta herramienta podemos realizar un análisis general de la evolución[2] de la economía estadounidense en las dos últimas legislaturas, así como valorar el contexto de partida en el que navegará el nuevo gobierno que surgió de las urnas el pasado 8 de noviembre.
GRÁFICO: Desagregación de los componentes del PIB de EE.UU. (2009-2015)
Tal y como podemos apreciar, la composición de la demanda agregada y el dato de crecimiento económico (cercano al –3%) cuando Obama llegó al poder son la radiografía de una economía en recesión: el consumo privado, variable más importante del PIB (constituye alrededor del 60% del total), presenta una proporción bastante inferior en comparación con los otros componentes de la demanda. Además del déficit público, el saldo comercial en 2009 (diferencia entre exportaciones e importaciones) muestra que la economía de EEUU se hizo más dependiente del sector exterior durante la crisis, siendo el valor de las importaciones superior al de las exportaciones. La transición del año 2009 al 2010 evidencia una fuga de capitales debido a la crisis, que provoca una disminución del crecimiento de la inversión privada casi a la mitad (bloque verde). No obstante, las políticas de reactivación del mercado de trabajo que se pusieron en marcha en los años sucesivos (principal motivo de la reelección presidencial de Obama) permitieron impulsar el consumo privado al dotar de mayor poder adquisitivo a los hogares, así como potenciar la oferta agregada reduciendo el déficit comercial e incluso obteniendo superávit como comprobamos en los años 2013 y 2015. La gráfica evidencia un saneamiento de las arcas públicas, reduciendo su crecimiento hasta cinco veces desde 2009. La inversión no aumenta su ritmo de crecimiento durante el período objeto de análisis y, aunque no alcanza los niveles de 2009, su variación siempre es positiva.
El resultado del legado de Obama, unido a las decisiones de la Reserva Federal y al clima de esfuerzo por parte del resto de potencias occidentales es un crecimiento positivo y estable del PIB, así como de todos los componentes de la demanda agregada, fortaleciendo el consumo privado (que en 2015 es la macro-variable con tasa de variación superior), impulsando las exportaciones de bienes y servicios al mundo, mejorando la situación de las cuentas del Estado y con un nivel de crecimiento de la inversión empresarial positivo y estable. Expuestos los datos, cualquiera podría afirmar que Trump parte de un contexto mucho más favorable que el que heredó Obama para abordar los principales problemas sociales y seguir haciendo crecer a EEUU. El nuevo Presidente de la potencia americana podría combinar apoyos y lucidez para llevar a cabo una política inteligente y con vocación de servicio durante su mandato. Lo primero, lo tiene (ha ganado las elecciones); en cuanto a lo segundo, voy a intentar no pensar eso de que no hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente.
BIBLIOGRAFÍA:
Banco Mundial (2016). www.bancomundial.org.
[1] Metodología: para realizar el presente gráfico se han tomado los valores de los distintos componentes de la demanda agregada estadounidense a precios constantes (para aislar el efecto inflación) en el período descrito. La elaboración de la herramienta analítica comienza con el cálculo de la tasa de variación absoluta en cada momento “t” de cada una de las variables (e.g. para el cálculo de la variación en el punto t0 se ha tomado el valor t-1). El paso siguiente es obtener la primera derivada en cada “t” (tasa de variación instantánea) del PIB, o lo que es lo mismo, hallar el nivel de crecimiento económico de EEUU en cada año. Mediante la herramienta estadística del gráfico de columnas apiladas, hemos representado el ratio entre la tasa de variación absoluta de cada macro-variable y el crecimiento económico en cada “t”. Como es de esperar, si el denominador del cociente está cercano a cero, el valor de la tasa de variación final será mayor del 100%. Dado que este artículo no tiene vocación de realizar un análisis económico exhaustivo, se ha preferido suprimir los valores del eje de ordenadas izquierdo, dejando el valor cero como referencia para un análisis grosso modo de la variación de cada componente. El eje de la “y” derecho representa el nivel de crecimiento económico (TV PIB) en cada año empleando como unidad de medida tantos por uno.
[2] El gráfico no incluye información acerca del año 2016 ya que este no ha concluido y evidentemente aún no disponemos de los datos oficiales, solo estimaciones.