En política a veces lo imposible sucede. Donald Trump ha sido elegido Presidente de los Estados Unidos de América. Su discurso xenófobo, machista y demagógico no parecía que fuera a llegar tan lejos… pero ha llegado a la línea de meta, desbancando a Hillary Clinton.
¿Por qué?
1) Populismo de derechas
Donald Trump ha conseguido aglutinar a sectores descontentos en un solo proyecto. Los conocidos como white trash (población blanca de clase media-baja, empobrecida y de bajo nivel educativo), los trabajadores de la industria y la población de los entornos rurales han sido los más castigados por la crisis, el cierre de empresas y la deslocalización de las grandes fábricas. Esta amenaza a su estilo de vida ha hecho sumar otro factor importante en la campaña de Trump: El ataque a los inmigrantes y las minorías. La percepción de pérdida de identidad y valores tradicionales americanos frente a la llegada de nuevos inmigrantes unido a la inseguridad y precariedad del mercado laboral ha hecho que muchas personas diesen su apoyo a Trump, el cual ha prometido mano dura contra la inmigración irregular y crear nuevos empleos para todas esas personas afectadas por el cierre de las grandes industrias americanas y la precariedad.
De este modo ha creado una barrera mental efectiva entre los que estamos dentro (El “Nosotros”, la clase blanca trabajadora) y los que están fuera (los inmigrantes y la gente del establishment).
2) El discurso anti-establishment
Esto nos lleva a otro punto fuerte de su discurso, el ataque a las fuerzas del “Establishment”, encarnado en las empresas de Wall Street y la candidata Clinton, junto a la creación de una dialéctica de “Nosotros contra Ellos” (aspecto que han destacado casi todos los partidos populistas europeos) que ha permitido sumar a amplios sectores de la población que sufren de una gran desafección política y recelo hacia los candidatos tradicionales.
Este discurso ha funcionado no solo en la derecha sino también en la izquierda. Muchos de los movimientos sociales y votantes activados alrededor de Bernie Sanders compraron el discurso de la democracia secuestrada (podemos elegir entre candidatos republicanos o demócratas incluso a la interna de los partidos, pero si los grandes agentes económicos financian a unos y a otros, al final siempre gana la banca) por el sistema. Por tanto, la respuesta a ellos no puede ser más sistema. Y Hillary Clinton, damas y caballeros, representa exactamente eso: la candidata apoyada por Wall Street, financiada por lobbies y demasiado tiempo en la alta política, alejada de la gente común.
En el otro lado del ring, Donald Trump inició su campaña con un discurso outsider de esa vieja política y de ese establishment: “yo antes financiaba las campañas de otros candidatos. Para eso me presento yo”. Muy centrado en hablar de “los olvidados” y el gobernar para la gente común, ha conseguido aunar en su faceta de magnate multimillonario la de una persona que sabe cuáles son los problemas reales de la clase trabajadora estadounidense. Sus extravagancias en campaña chocan mucho con el tono sosegado y de mano tendida de su discurso tras la victoria electoral, lo cual es un intento de transmitir responsabilidad y seriedad como presidente. Una cosa es ganar campañas, y otra muy distinta gobernar y negociar con el resto de actores políticos.
3) Las limitaciones de los demócratas
La campaña de Hillary ha sido entendida en negativo: Clinton es el mal menor. Tras consumarse la figura de Trump como candidato republicano, todos los esfuerzos se centraron en un planteamiento defensivo, de mantener las conquistas alcanzadas tras ocho años de gobierno de Obama ante el avance del racismo y el populismo. Esta idea, no obstante, no tiene el mismo cariz ilusionante de construcción de un futuro común y esperanzador, y por tanto no ha motivado a quienes se entusiasmaron por poder elegir un bien superior. El “Make America great again” ha prevalecido frente al “Stronger Together” de Clinton.
Además, la polarización del debate beneficiaba a Trump y a Sanders. Por eso el discurso de la moderación puede no haber sido lo suficientemente efectivo. En esa exigencia de “recuperar la democracia” es inédito que un socialista declarado como Bernie Sanders haya llegado siquiera a disputarle el liderazgo a Hillary Clinton. Su denuncia al poder de los lobbies, que financian a la candidata oponente para mantener el status quo, se nutría de un sustrato que podía erosionar mucho al votante anti-establishment que finalmente ha optado por Trump frente al “más de lo mismo” percibido hacia Clinton.
Trump es Presidente. ¿Y ahora qué?
Una de las cosas que se esperan es un corrimiento hacia la derecha del mapa político. Los discursos de Trump y sus seguidores (empezando por el vicepresidente Pence) van a introducir en agenda la cuestión de la prohibición del aborto, la curación de la homosexualidad o los problemas de la migración. Esto puede colocar a sectores más liberales o progresistas a la defensiva. Aunque como dice Zizek también puede motivar que la sociedad americana en general y la izquierda en particular se organice y despierte. Ya que Estados Unidos ha tocado fondo, al menos que se impulsen hacia la superficie.
Relacionado con lo anterior queda por ver la actitud de los cargos públicos del partido republicano en las instituciones. Muchos se han negado a apoyar a Trump por ser un outsider y para no ensuciarse. Veremos si se deben más a los votantes de sus territorios o a la línea encabezada por nuestro presidente naranja favorito.
La activación de la izquierda y movimientos sociales de Bernie Sanders no ha servido para la victoria demócrata, pero no ha sido en vano. Tenemos la hipótesis de que esas redes, discursos y estructuras que se han empoderado abren la ventana de oportunidad para el sector progresista de Estados Unidos. Probablemente Bernie Sanders es muy mayor para presentarse en 2020, pero no es nada improbable que emerjan nuevos liderazgos que canalicen las propuestas y demandas que han entrado en la agenda.
Finalmente, y muy importante, esto supone un desafío para el propio sistema político estadounidense. La república norteamericana fue pensada para tener un comandante en jefe que liderara la guerra de independencia, pero que el resto del poder estuviera repartido y disperso. El sistema de pesos y contrapesos (check and balances) entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial se va a poner ahora a prueba. Las cámaras del parlamento son independientes y sus miembros se eligen territorialmente, lo que les da cierta autonomía de Trump. El poder judicial debe estar pendiente de los abusos que el magnate ha prometido cometer, incluyendo intervenir en el mismo poder judicial.
Lo imposible ha sucedido. Ahora, ¿Será capaz Trump de hacer grande a América de nuevo?