Por Nils Grünwald y Manu Rodríguez. Traducción de Alejandro Ávila.
El caso de Mecklenburgo-Pomerania Occidental, por Nils Grünwald desde Alemania (Traducción de Alejandro Ávila).
El 4 de septiembre, tras las elecciones al estado federal alemán de Mecklenburgo, Pomerania Occidental, el partido AfD (Alternativa para Alemania) se convirtió en la segunda fuerza política del parlamento de dicho ‘land’. Era el noveno parlamento federal, de los 16 que hay en Alemania, donde el AfD lograba un escaño. Con una campaña electoral basada en un discurso islamófobo y contra los refugiados, el partido se ha ganado un enorme apoyo en todo el país. Se han convertido en portavoces de un movimiento social fraguado por la nueva derecha, que se hace fuerte por día no solo en las urnas, sino en las calles.
Al contrario que la vieja extrema-derecha, constituida por partidos neonazis minoritarios, el AfD consigue unir varios espectros de la misma. Funciona como aglutinante de la ciudadanía de derechas, los fundamentalistas cristianos, los racistas sociales y los neonazis de siempre, logrando llegar a una parte importante de la sociedad con su retórica anti-sistema. El peligro no estriba solo en el discurso racista que se ha ido extendiendo poco a poco por Alemania, sino en el dramático aumento de los crímenes de extrema derecha. Tan solo en 2015, se registraron hasta 1031 ataques contra centros de acogida para refugiados, duplicándose así su número respecto a 2014. Sus presuntos autores no eran, en su mayoría, gente relacionada con el mundillo de la extrema derecha, sino personas que nunca se habían visto envueltas en situaciones de ese tipo.
Para entender este auge, tenemos que comprender la evolución política de los últimos años en Alemania.
El panorama político del país se entendía hasta hace unos años como la interacción entre dos grandes partidos de masas. Por un lado, el socialdemócrata SPD y, por otro, la unión conservadora y cristiana compuesta por la CDU y la CSU. Ambos partidos han ido acercando sus posiciones en los últimos 15 años. A modo de ejemplo, podemos decir que en 2005, el SPD llevó a cabo, con su famoso Hartz IV, la reforma social más dura del momento, mientras que la CDU se posiciona hoy en día a favor de la reducción de la energía atómica y la protección del salario mínimo. Ambos, en conclusión, están apostando por políticas que favorecen a los mercados.
Este acercamiento interno y socavamiento de su ideología histórica ha ido acompañado de una brecha entre ricos y pobres cada vez mayor, la retirada de las políticas rurales, una sensación de inseguridad agudizada por la precariedad laboral y unas medidas sociales que resultan insuficientes.
¿Resultado? El famoso desencanto político. La gente ya no se siente representada por los partidos, la participación electoral ha bajado y la esperanza de que las elecciones traigan cambios se ha disipado hasta mínimos históricos. Eso es algo que no afecta solo a los partidos mayoritarios como el SPD o la Union (CDU), sino a otros históricos como Los Verdes o La Izquierda (Die Linke). Ninguno ha conseguido presentar una alternativa creíble y, al igual que con los grandes partidos, han quedado encuadrados dentro de un establishment, que despierta cada vez menos confianza entre la población.
Ese es, por tanto, el clima en el que nació el AfD en 2013. Al calor de la crisis europea, lo fundaron al alimón ex políticos de partidos mayoritarios y académicos conservadores, posicionándose a la derecha de la CDU con un discurso esencialmente euroescéptico. Liderado por Bernd Lucke, un reconocido profesor universitario de macroeconomía, combina el neoliberalismo radical con el proteccionsimo nacional. Se presenta como un partido conservador académico, que no ha hecho ningún esfuerzo por mantenerse alejado de la extrema derecha y que cobija en su seno un ala extremadamente nacionalista. En las elecciones generales del 2013, el AfD se quedó, con el 4,7% de votos, a un paso del parlamento (5%).
Sin embargo, el verdadero auge del actual AfD comenzó a principios de 2015. Movidos por la guerra civil en Siria, cientos de miles de personas emprendieron el rumbo a Centroeuropa a través de los Balcanes. El ala nacionalista del AfD se fortaleció incitando macromanifestaciones xenófobas y ataques violentos, principalmente en Alemania Oriental. Se convirtió en una guerra abierta entre el viejo círculo de poder de Lucke y el ala extremista de Frauke Petry, que se cerró el 4 de julio de 2015 con una votación reñida en la que la dirigente del AfD Frauke Petry se hizo con el 60% de los votos. Bernd Lucke consiguió reunir el 30% de los votos. Después de la votación, Lucke se dio de baja del partido, argumentando que no iba a ser la fachada burguesa de un partido islamófobo y xenófobo. Muchos seguidores del ala neoliberal se fueron con él y fundaron el partido ALFA, que hoy en día resulta políticamente irrelevante.
El AfD se reinventó en seguida y concibió toda su política y su presencia pública alrededor de temas como el islam, la inmigración y la seguridad interior. Sus manifestaciones y discursos dibujan hoy en día una imagen apocalíptica de una Alemania islamizada, fomentada por los partidos mayoritarios, la prensa y la „gente de bien“. Ese discurso va acompañado casi siempre de un indisimulado llamamiento a defenderse de las amenazas. Su retórica y sus conceptos recuerdan de manera asombrosa a los tiempos del nacionalsocialismo.
Durante la campaña en Mecklenburgo Pomerania Occidental, Udo Pastörs, dirigente del partido minoritario y neonazi NPD, se quejó de que el AfD le estaba copiando discursos y robando votos por decir cosas que él había tenido que pagar con la cárcel. El NPD perdió la mayoría de sus votos frente al AfD. En sus discursos, las emociones y las soluciones visiblemente fáciles se anteponen a los contenidos. De esa manera, una eurodiputada del AfD como Beatrix von Storch ha llegado a afirmar que había que matar a tiros a los refugiados que se acerquen a la frontera alemana. Poco después confirmó que se refería también a mujeres y niños. De esa manera, el AfD se ha convertido en un movimiento que, por un lado, suma a gente que ya se ajustaba a un patrón de extrema derecha, pero era activa en otros partidos y, por otro, ha recogido a abstencionistas y desencantados con la política que se quieren reenganchar a la política tirando de emociones y formando parte de un cambio real. Que el programa electoral del AfD siga teniendo un importante núcleo neoliberal radical, es algo que parecen obviar o simplemente desconocer. La cosa va de emociones y de crear un enemigo común, no de otra cosa. La participación electoral sigue subiendo desde el éxito del AfD, algo que cabe achacar a su capacidad para recoger votos de personas que hasta ahora no acudían a las urnas.
Sin embargo, el peligro no estriba solo en el propio AfD, sino en su influencia sobre otros partidos, que tratan de evitar su auge, acercando sus propias posiciones al AfD. De esa manera no solo triunfa el partido, sino sus propios argumentos, que se diseminan y arraigan en otros lugares. Es así como la CSU, los socios nacionales de la CDU, presentaron un documento que dejaba claro el éxito de las políticas de Viktor Orbán (Presidente de Hungría de carácter nacionalista y xenófobo). En él se criticaba que se estuviera dando prioridad a los refugiados frente a las etnias occidentales y cristianas. “En Alemania rige el derecho alemán y no la sharia” es un ejemplo del tipo de frases banales que se podían leer ahí y que recuerdan al programa del AfD.
En el pasado, el movimiento de izquierdas alemán ha logrado construir una alternativa solidaria real, con capacidad para romper con el poder establecido. Sin embargo, ha terminado perdiendo la adhesión de la gente y quedando relegado a un círculo de élites académicas. El resultado hoy en día es asolador.
Por eso, hay que recuperar el apoyo de las bases de la sociedad, que han quedado descolgadas y que, sin importar su procedencia, deben llevar a cabo una lucha social, que siguen siendo más necesaria que nunca. Inflexible, antirracista, anticapitalista y solidaria: esa es la única alternativa posible.
El caso de Berlín, por Manu Rodríguez (originalmente publicado en FurorTelevision)
Los populistas de AFD entran en la cámara regional mientras que SPD y CDU no podrán renovar la Gran Coalición.
El domingo 18 de septiembre hubo elecciones regionales en Berlín, donde destaca la caída de la CDU de Merkel y de los socialdemócratas (SPD), que mantienen aun así la primera posición, además del ascenso del partido populista xenófobo Alternative Für Deutzschland (Alternativa para Alemania). AFD logra así el 14.2% de los votos y la quinta posición.
La participación se ha situado en el 69.11%, lo que supone una importante subida respecto a 2011 (65%). La SPD logra un 21.6% seguido del 17.6% de la CDU, lo que suponen 38 y 31 escaños de los 160 que componen el parlamento regional, respectivamente. Están seguidos por La Izquierda (que sube) y Los Verdes con 15.4% y 15.2% respectivamente, empatando a 27 escaños. Los populistas conservadores de AFD logran 25 escaños, convirtiéndose este en el décimo parlamento regional (de 16) en el que logran representación. Finalmente, vuelve a entrar en la cámara el Partido Liberal (FDP) que logra 12 escaños con un 6.7% de los votos, mientras que sale el Partido Pirata al caer de casi un 9% a menos de un 2%.
Hasta ahora el gobierno regional lo ostentaba el socialdemócrata Michael Müller, apoyado en la Gran Coalición entre SPD y CDU, pero con los nuevos resultados esta opción se quedaría a 12 diputados de la mayoría absoluta, lo que hace pensar en otras alternativas: existe margen para lograr un gobierno sostenido por una coalición de izquierdas entre SPD, Die Linke (La Izquierda) y Die Grüne (Los Verdes), aunque a nadie se le escapan las tensiones a las que estaría sometido un tripartito. Dada la tendencia hacia la fragmentación política en Alemania, este experimento podría ser un prólogo para el próximo gobierno federal de cara a las elecciones del año que viene.
La región de Berlín engloba la capital alemana y el territorio alrededor a modo de distrito federal. Esta ciudad-Estado cuenta con una población de dos millones y medio de personas y es clave para la estabilidad política y social de este país. Hay que recordar la gran cantidad de refugiados acogidos, lo que permite a los xenófobos de AFD rentabilizar las críticas a la gestión de los partidos tradicionales y ello explica parte de su ascenso.
Envalentonados por los resultados en Meckelmburgo-Antepomerania, donde superaron en votos a la CDU, Alternativa Para Alemania se prepara ahora para el gran partido: las elecciones federales de septiembre de 2017, donde su objetivo será entrar en el Bundestag (parlamento federal).