Vivimos bajo la premisa de que el diferente nos hace daño.
Estos días atrás la Unión Europea ha vuelto a vivir un terremoto humanitario. El buque Aquarius, gestionado por las ONG SOS Méditerranèe y Médicos Sin Fronteras rescataban en el Mar Mediterráneo a 629 personas que huían de Libia, un Estado fallido desde que derrocaron a Muamar el Gadafi. Desde entonces, este país africano es una puerta de salida de las personas que corren peligro en los respectivos Estados del centro y oeste de África, ya que recorren una larga distancia para llegar a un país inseguro donde se asientan las mafias donde han podido establecer un auténtico mercado de esclavos. Estos seres humanos huyen de países en los que no pueden proveer a sus ciudadanos de una libertad religiosa, deambulatoria o sexual. Pero también están desprovistos de una seguridad personal y un mínimo de bienestar.
Pero la noticia en sí no cobra mayor notoriedad mediática por el volumen de personas que estaban a la deriva y han sido rescatadas, sino porque dos Estados europeos, Malta e Italia, se negaron a que el Aquarius atracara en sus puertos, provocando una crisis política europea. Porque una vez más se puso de manifiesto el pulso que mantienen los Estados de la Unión Europea entre ellos en materia de inmigración. Estados con Gobiernos que en su mayoría han creado un discurso beligerante en contra de refugiados, inmigrantes y, en definitiva, todo ser humano que suponga un peligro para los valores nacionales de cada Estado europeo. A pesar también de ir en contra de un valor fundamental para el europeísmo, la libertad deambulatoria.
Que los Estados nacionales sigan perpetuando su existencia conforme a unos valores superiores al resto se debe al discurso nacionalista de la grandeza y exclusividad de unos valores que han hecho que gran parte de sus ciudadanos se identifiquen con estos despreciando los otros, los del diferente.
Por lo tanto, estaríamos ante dos tipos de pobreza de los Estados, una material y profunda retroalimentada por el colonialismo europeo, en el caso de África, pero también por los regímenes dictatoriales auspiciados por la injerencia de otros Estados. El otro tipo de pobreza sería la cultural, igual de peligrosa que la primera, en la que parte de la sociedad del Estado en cuestión cree que sus valores están en peligro cada vez que un inmigrante o refugiado traspasa una frontera. Negando el tránsito y existencia de seres humanos diferentes de los que viven en un territorio determinado. Pero también haciendo un ejercicio de ignorancia malintencionada, sacrificando la diversidad cultural y el hecho de que la supervivencia de la humanidad está en lo diverso y no en lo exclusivo, en lo inclusivo y no en lo excluyente.
Además del discurso intolerante que ponen en práctica formaciones políticas en toda Europa, desde la Liga Norte en Italia, el AFD en Alemania, el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Gran Bretaña o Unión Cívica Húngara. Muchos de estos partidos políticos no gobiernan, salvo el último mencionado, pero su discurso, sus mensajes y sus actividades en las principales ciudades de Europa coadyuvan al rechazo de estos seres humanos. Este es el caso de Alemania, en la que estos momentos está sufriendo una crisis política debido a la gestión que se está haciendo de los inmigrantes y refugiados que vienen para el Estado centroeuropeo. En el que el Ministro del Interior del Gobierno de Angela Merkel tiene la intención de rechazar a seres humanos que demandan asilo en plena frontera alemana.
Por último, otro factor esencial e importante de esta creencia y que pasa desapercibido porque muchas veces se asimila como verdad son las fake news que intentan introducir el mensaje de que el ser humano que venga va a tener un nivel de vida superior en comparación con el ciudadano que viva en ese país recibidor de inmigrantes.
Escrito por Carlos Reyna.