Podemos y Ciudadanos son los protagonistas de unas elecciones históricas que marcarán la política nacional hasta el final de la legislatura
La mayoría de análisis plantean las elecciones del 21D en términos de derrota o victoria para el bloque independentista y no se equivocan, pero a este eje se suma otro si cabe de mayor interés: ¿cómo saldrán Ciudadanos y Podemos de esta excepcional convocatoria electoral? Una movilización política sin precedentes intentará resolver el permanente punto muerto de conflicto inter-bloques en Cataluña, y para eso los todavía jóvenes partidos nacionales liderados por Iglesias y Rivera jugarán un papel determinante.
Si como todas las encuestas apuntan los liberales naranjas quedan holgadamente primeros en el frente constitucionalista y consiguen llegar a la Generalitat se convertirán en una imparable referencia para el resto del país.
Rajoy teme, y tiene razones para hacerlo, que Ciudadanos dirija mensajes de cambio para España desde la Plaza Sant Jaume. Por eso, Sáenz de Santamaría ha protagonizado una “sobrada” política por la que atribuye al PP, en un inusitado tono duro, haber descabezado a los independentistas, sabiendo como sabe, que Ciudadanos figura en el imaginario colectivo como los combatientes más eficaces del movimiento soberanista.
Esta fuerza simbólica de un eventual Ciudadanos liderando el gobierno catalán, sería el primer partido no catalanista en hacerlo en la historia democrática, podrá permanecer incluso si eso no llegara a suceder, toda vez que la volatilidad demoscópica ha apuntado en varios momentos a una victoria en votos y escaños para Arrimadas.
Puede pasar, entonces, que las elecciones con más apoyo constitucionalista acaben con la conversión del PP en un partido minoritario en la sociedad catalana, uno de los territorios más importantes del país.
El cansancio debilita a la independencia como relato de movilización
Los comunes de Domènech y Colau, a pesar de unos previsibles modestos resultados en el entorno del 8%, pueden tener en su mano decidir el futuro político de Cataluña. Si ninguno de los dos bloques consigue sumar mayoría de escaños, la opción morada lo decidirá todo. Su propuesta intentará disolver la formulación territorial de los bloques para sustituirla por bloques ideológicos –de progreso y no progreso–, algo que ya ha operado otras veces en la historia política catalana con la coalición electoral para el Senado “Entesa Catalana Pel Progrès” (ERC-ICV-EUiA-PSC).
Sin embargo, esta apuesta por superponer el framing ideológico aunque es poco plausible a corto plazo (necesita de la colaboración de Iceta), se empieza a vislumbrar como futuro político: en el debate del domingo se pudo ver el empeño por hablar de políticas sectoriales (las del día a día) de todos los partidos lo que nos puede dar cuenta del agotamiento de la independencia como relato de movilización. No obstante, en el corto plazo los comunes estarán obligados a identificarse –por acción u omisión– con una de las dos propuestas, la del 155 o la del 1-0, lo que le traerá a Iglesias una herencia pesada en el resto del territorio.
No está claro, en resumen, que las elecciones del 21D entierren para siempre el Procès, pero al menos sí servirán para simplificar el mapa de los actores políticos relevantes en Cataluña. Ciudadanos y Podemos se la juegan en unas elecciones donde el peso de los relatos (la retórica como instrumento de imposición de cosmovisiones) ha sido muy alto.
Escenarios posibles y modelos de coalición
- Mayoría absoluta de los partidos independentistas (JxCat, ERC, CUP). El problema que tendría esta opción es, en primer lugar, la dificultad de establecer liderazgos sólidos por los sucesivos problemas judiciales de sus diferentes miembros y, además, el anuncio de la CUP de que abandonará el Parlament si no se sigue con la vía unilateral –vía que a su vez rechaza ERC– por lo que aunque faciliten la investidura dejarían al gobierno resultante sin mayoría parlamentaria y a merced de una censura.
- Mayoría absoluta de los partidos constitucionalistas (Ciudadanos, PSC, PP). Está opción es la que previsiblemente más estabilidad generaría al tener grandes incentivos los actores del bloque para cooperar, pero la que menos posible resulta desde el punto de vista electoral. No obstante, el PSC puede entender, una vez que se sumara mayoría, que para generar un proceso de conciliación el candidato que debe ocupar la presidencia debe ser Iceta, como punto medio, es decir, un gobierno a la danesa donde la presidencia la ostenta el tercero o cuarto partido en el ranking general con el poder de facto en manos del partido más votado de la coalición (Ciudadanos).
- Mayoría relativa de alguno de los dos bloques con abstención de los comunes. Sin duda, es la posibilidad que más nos acercaría a una repetición electoral ya que es prácticamente inviable imaginarnos a Domènech invistiendo a una candidata de Ciudadanos, pero también generaría una gran incoherencia apoyar un gobierno que aunque estuviera liderado por ERC tuviera en su seno a miembros del PDeCAT, ahora JxC, a los que ellos se refieren como los herederos del 3%.
- Un gobierno de progreso que una a ERC, PSC y los comunes. Esquerra no se sentaría con un partido que ha apoyado las acciones de intervención de la autonomía y, a su vez, el PSC ha prometido que no reeditará un tripartito al estilo Montilla (donde entonces los comunes estaban representados por Iniciativa per Catalunya).
El voto estratégico decide las elecciones
Estas diferentes articulaciones están en la mente de los electores apenas a unos días de las elecciones lo que nos hace pensar que en Cataluña se pueda vivir un escenario de activación de voto estratégico en la terminología de Duverger (los electores expresan su voto condicionados por los resultados previsibles de la elección, alterando así su orden de preferencias individual).
Si se confirma lo anterior, Partido Popular y CUP reducirán sus apoyos a los incondicionales (electores suelo), con un trasvase hacia Ciudadanos y ERC, especialmente porque está en juego la primera plaza (que tendrá un efecto importante de legitimidad en las negociaciones).
La presencia de voto estratégico obliga, por último, a un tránsito de las estrategias comunicativas de los partidos desde las emociones, demasiado utilizadas en los últimos tiempos, a una explicación racional del voto que conviene a cada elector según sus preferencias.
Gana, en resumen, quien más convenza de que su opción es la estratégicamente más conveniente dentro del bloque, o dicho de otra manera, no gana quien sea más querido sino quien sea menos odiado.