Por Galo Abrain
En esta ocasión, me veo empujado por mis instintos más puros y animales a realizar algo fuera de tono. No se confunda, querido lector, no pretendo hablar de miembros viriles, ni hacer comentarios escatológicos gratuitos, pero son temas indispensables en la obra que hoy me he visto con hambre de abordar.
Hoy me adentraré en el perverso y profundo mundo de Pier Paolo Pasolini. No, no es el nombre de ninguna clase de ravioli, ni de espagueti curvado, se trata de un maravilloso director de cine italiano de los años 70, censurado y criticado por los estratos más conservadores y puritanos tanto de su tiempo como del nuestro (las cosas tampoco han cambiado mucho…). Comunista, homosexual, poeta, artista de corte casi renacentista. Pasolini no perdió el tiempo a lo largo de su vida, y siempre estuvo en la vanguardia más transgresora, sin modas, ni miramientos. Pero vayamos al meollo del asunto, al meollo de la vida, que diría Robie Williams en su club de los poetas fiambres, Salò o los 120 días de Sodoma (1975). Se trata de la última película del afamado director, antes de que fuese asesinado ese mismo año, antes, de poder regalarse la vista con los vómitos y blasfemias que emanaron de los espectadores del filme. Basada en la obra del Marques de Sade los 120 días de Sodoma, la adaptación de Pasolini cosechó desagrado público y puede que alguna alegría erecta a algún pervertido redomado.
Estoy seguro de que muchos habrán oído hablar de ella o si no de su símil en cuanto al género nauseabundo de nuestros días, el simpático, aunque vomitivo “Ciempiés humano” (por supuesto no pretendo comparar la impactante obra de Pasolini, con el ejemplo de desagrado gratuito realizado por Tom Six).
Alejándonos ahora de comparativas inútiles, adentrémonos en el universo de Salò y en esos terribles 120 días en Sodoma. La trama se desarrolla durante un tenso periodo de la historia italiana, durante la Republica de Salò (las coincidencias rara vez son involuntarias), momento en el que Hitler reestableció el poder de Mussolini ante una revuelta palaciega que dudaba resistiese ante los aliados. ¿El escenario? Una espléndida mansión de la campiña italiana donde cuatro hombres juegan a ser médicos del horror con un grupo de jóvenes de ambos sexos raptados de los pueblos contiguos al palacete. El Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado son los nombres de estos cuatro jinetes del apocalipsis (número que no fue elegido al azar) y como salta a la vista representan los diferentes estratos de poder.
La película se divide igualmente en cuatro partes, que podríamos incluso llamar actos, en los cuales los jóvenes cautivos han de sufrir vejaciones de todo tipo y color (luego descubrirán por qué la palabra “color” posee un significado especial en el contexto de esta película). En estos cuatro círculos infernales, que nos recuerdan a la Divina comedia de Dante, los jóvenes cautivos se verán empujados a escuchar terribles historias sobre incestos y zoofilias mientras disfrutan (nótese la ironía) de las caricias y tocamientos de los 4 grandes señores. Acto seguido disfrutarán de un apetitoso banquete de un solo plato, como si fuese un arroz a la cubana, pero en este caso se trata de algo un tanto más condimentado y exquisito, mierda. Y no es que me haya confundido al escribir esa divina palabra tan empleada en nuestro vocabulario, es que los jóvenes son obligados por sus captores a ingerir sus propios excrementos y los de sus amos, vamos que tragan mucha mierda a lo largo de la película.
Una vez el estómago lleno, y el aliento oliendo a mentol, llegamos al último circulo, que el director titula “Círculo de la sangre”. En esta última pesadilla para las secuestrados, Pasolini nos invita a desesperanzarnos, a sufrir y a asumir que no hay salida, no hay escapatoria y la sangre es el único final posible. Los presos son descuartizados, torturados, violados (aunque eso sea una constante de la película), y finalmente asesinados, o mejor dicho mueren del dolor. La escena final (que no revelaré) es la clara prueba de que no hay remordimientos, no hay sufrimiento más que para el que lo recibe, no hay escapatoria al dolor.
Una de las premisas indispensables de esa casa del dolor, es que nadie puede huir y cualquier tipo de intento significa la muerte, la muerte de la libertad, la muerte de la esperanza.
¿Qué busca Pasolini con tanto horror, con tanta repugnancia, con una obra tan indigesta y apabullante? Hacernos consciente de la realidad que se vive cuando el ser humano se ve sometido al despotismo y al abuso de poder. No olvidemos que nuestro controvertido director era un ferviente comunista, y que se trate de grandes, elocuentes y adinerados señores burgueses, así como que los presos sean jóvenes campesinos y obreros no es ninguna casualidad. La clase obrera traga mierda y es descuartizada por la clase burguesa, pero Pasolini no contento con meditarlo y verlo, tenía que hacer su propia versión de esa idea. De ella surge la controversia, la irreverencia de este filme tan repugnante en sus imágenes como profundo y valioso en su mensaje.
El placer surgido del dolor ajeno no es ninguna novedad en el ser humano, pero por supuesto es algo frente a lo que se ciega repetidamente. Pasolini no pretende sino hacernos vomitar, y escupir a través de su obra, para que seamos conscientes de que, si se lo hacemos a la pantalla, deberíamos hacérselo también a nuestra sociedad, que ha permitido que actos de una barbarie similar se hayan llevado a cabo. Nos referimos por ejemplo a ese momento de la historia italiana en la que un señor calvo y de prominente mandíbula oprimió a un pueblo, ayudado, o tal vez dirigido, por el señor carbón y desalmado que lucía un acicalado bigotito que ya hemos mencionado antes.
“Salò o los 120 días de Sodoma” es una sodomía para nuestro estómago y un perfecto asesino de nuestro apetito de mousse de chocolate para el resto de nuestras vidas, pero es igualmente una oda contra la violencia, contra la muerte y el dolor que emanan de los despotismos y los abusos. Una crítica a una sociedad que tolera el sufrimiento de otros en base al beneplácito y al placer de unos pocos. Una reflexión sobre el poder, la perversión, la tortura psicológica y sí, sobre la mierda, pero sin duda, esta película está muy alejada de poder ser definida por esa palabra.
¿Volveremos a permitir que se someta al ser humano? ¿No lo estamos haciendo ya en cierto sentido? ¿Lo hemos dejado de hacer algún día? Hay quién dijo que una gran obra fabrica más preguntas que respuestas, sin duda Saló cumple con esta premisa y ha de ser pues, una gran obra.
Pasolini, un genio perverso, un observador nato, un crítico eficaz que nos invita a la antropofagia de nuestro mundo perverso para que sepamos a qué sabe y degustemos nuestro propio dolor o aquel del que, por acción u omisión, podemos ser responsables aun sin saberlo.
Que aproveche.