¡Que vienen los persas! Y Leónidas Trevijano

Por Aitor Céspedes

La financiación de Podemos está siendo puesta en duda nuevamente. Es la enésima vez que un partido que solo tiene dos años de vida se ve envuelto en esta polémica. Esta vez Irán ha sido señalada como la posible corruptora.

Dejando a un lado la veracidad o no de este asunto, tema que tendrán que discernir las investigaciones policiales, vayamos a lo que sí sabemos. Pablo Iglesias, líder de Podemos, tiene un contrato con Hispan TV, televisión financiada por el gobierno iraní, que le ha ayudado a promocionarse y que, como todo digno trabajo, es remunerado.

Este hecho ha sido criticado desde diferentes sectores porque Persia (nombre oficial con el que se puede denominar a Irán) incumple varios puntos formulados en la carta de los Derechos Humanos, especialmente los relativos a la mujer. Podemos predica y propone todo lo contrario, por lo que la contradicción parece evidente. El mismo Pablo Iglesias ha realizado declaraciones en las que explica el por qué se produce esa contradicción. Alega, no sin razón, que en política hay que saber aprovechar las oportunidades para conseguir los objetivos propuestos. Es decir, se aleja de cualquier puritanismo para entrar en el barro del pragmatismo y del oportunismo.

Lo extraño es que la financiación directa (está sí, probada) de bancos privados que participaron de forma activa en el juego del ladrillo, y que desembocó en una burbuja inmobiliaria que ha sido una de las causas principales por la que España sufre una crisis más aguda que otros países, no sea vea con tan malos ojos. Tanto PP, como PSOE y Ciudadanos están financiados por esos bancos que, con la llegada de la crisis, no les ha temblado el pulso a la hora de ejecutar sus desahucios. Todos, por lo tanto, están manchados con barro.

Por otro lado tenemos al polémico pensador Antonio García Trevijano, con quien se podrá estar más o menos de acuerdo, pero cuya integridad resulta algo más que difícil de discutir. Destacado opositor del franquismo, propuso una ruptura democrática con la dictadura en la Transición frente a aquéllos que abogaban por una reforma democratizante de la misma. El furibundo ataque hacia las cloacas del poder, y la permanente denuncia hacia un Estado que carece de una verdadera división de poderes, han sido sus sellos durante los últimos cuarenta años. El precio a pagar ha sido estar marginado de la vida política y de los medios de comunicación de masas. Como si de Leónidas se tratase, aguanta con sus 300 espartanos en su residual Movimiento Constitucional por una República Constituyente.

Con estas premisas podemos llegar a dos conclusiones:

1-Hemos creado y/o prolongado una sociedad moralmente corrupta, que exige a los opositores el más inmaculado puritanismo, mientras se tolera los desaires de aquellos con los que simpatizamos.

2-Somos demasiado ignorantes como para realizar cualquier tipo de crítica a lo que dicen los medios de comunicación o políticos con los que empatizamos. En este caso, habría que preguntarse, ¿hasta cuánto tiempo sería tolerable justificarnos con esta excusa en la era de las comunicaciones?

Por tanto, no estaría mal si en vez de realizar rápidamente cualquier crítica irreflexiva, en vez de despotricar tanto contra unos políticos que, al fin y al cabo, son los que hemos escogido, nos mirásemos más al espejo, reflexionásemos sobre qué y porqué van mal las cosas, y en qué medida somos responsables. Porque los que critican a Podemos y sus posibles relaciones con Irán, seguramente no les importará que la gasolina que usan para alimentar a su medio de transporte proviene, entre otros sitios, de Arabia Saudí, una de las peores dictaduras del mundo. Y también es probable que la mayoría de las personas que se quejan de la financiación y actuación de los grandes bancos tengan allí una cuenta abierta, haciéndoles crecer, lo que quiere decir que aumenta su fuerza para así seguir financiando a diversos partidos políticos. En definitiva, solo tenemos dos caminos: el de la integridad, que es el difícil; o el fácil, el de la hipocresía.