Veintiuno de abril de 2018. Una fecha marcada hace ya tiempo en las agendas de los y las que apoyamos una lucha, la de la oficialidad del asturiano, que se pierde en los límites de la historia, pero que vive hoy un momento crucial para su supervivencia, quizás uno de sus últimos “momentos cruciales”.
La identidad cultural asturiana es una construcción atípica en el marco de las identidades culturales del Estado. Hay, sin duda alguna, elementos parecidos a las realidades catalana/valenciana/mallorquina, vasco-navarra y gallega, con trayectorias diferentes y establecidas, pero comparte característica diferencial con la otra “gran olvidada” entre las identidades culturales, la aragonesa: nuestras lenguas no anduvieron el camino que la Ley (en este caso, la Ley máxima, la Constitución) establece para su condición, el carácter oficial otorgado por los respectivas Estatutos de Autonomía. En los casos asturiano y aragonés olvidaron esa palabra, “oficial” así como otras expresiones como “nacionalidad histórica”, que no cabe comentar en este artículo pero que los y las que leen estas líneas deberían considerar, por esas casualidades –que a veces se tornan causalidades- que componen el bloque constitucional español, en el que los “olvidos” siempre caen del mismo lado, aquel que no tiene valor político en términos demográficos, o una amenaza nacionalista con quien mercadear por votos aquí, en Madrid o en cuantas instituciones fuera menester.
La identidad cultural asturiana, pues, se mantiene viva a pesar de la política, y no como consecuencia de ella. Es un legado transmitido de abuelas a nietas, a través de un tiempo en que fue perseguida abiertamente por los distintos regímenes políticos del Estado, relegada a un carácter bajo intelectualmente hablando y eminentemente rural. Es, además, víctima de una terrible falta de suerte en términos temporales, que explica también el derrotero del país en el último siglo, con una clase política carente del carisma y el impulso transgresor que la llevó a no alcanzar un acuerdo para aprobar su Estatuto de Autonomía en tiempos de la II República -el estatuto asturiano era ya un borrador, pero no llegó a ser puesto en tramitación-, a arrastrar esa circunstancia en la Transición y de ahí al declive actual en todos los términos, de lo que dan buena idea algunos datos: Asturias tiene la más elevada tasa de mortalidad del Estado (11.77 por mil) y la más baja tasa de natalidad (6.91), un PIB per cápita 4110 euros por debajo de la media española y la tercera cifra de deuda pública por habitante más alta de España, cuando además sabemos que la población regresará en los próximos tres años a niveles de 1970, próxima a perder el millón de habitantes (perdiendo otro diputado -otro más- en el Congreso).
Pero nada de esto fue siempre así. A lo largo de los tiempos, y en paralelo al de las otras lenguas peninsulares, en Asturias se desarrolló una identidad cultural diferenciada en lo político (con el Reino de Asturias primero, después como Principado del Reino de Castilla y después como provincia y autonomía diferenciada dentro de España), en lo jurídico (con fueros, leyes e instituciones propias, que duraron hasta el castigo a los “liberales asturianos” por parte de Fernando VII), en lo social (con una de las más fuertes identidades de pueblo y sociedad de cuantas se encuentran a lo largo del estado) y sin duda en lo lingüístico, con una lengua que pervive desde textos del siglo XII hasta los aproximadamente 400.000 hablantes de hoy en día.
El asturiano (y el gallego-asturiano, la variante que se habla en el occidente asturiano, también conocida por “Fala”) es una lengua que fue sucesivamente siguiendo el camino seguido por las otras lenguas del Estado, con una gramática y diccionario propios, y una Academia de la Lengua que coordina y vela por la corrección en su uso. Existe una profusa producción literaria en todos los géneros y grupos de edad, música, producción lírica, audiovisual… el asturiano reúne sin excepción todos los elementos que se vienen exigiendo para considerar una lengua como tal, pero hasta ahora, faltaba un elemento: el respaldo político.
¿Por qué?
Como a nadie se le escapa a estas alturas, y a pesar de la tendencia actual, Asturias fue, a lo largo de todo el siglo XX un país (así la llamó Jovellanos, no vean más allá) pobre y obrero. De esta característica se desprenden dos realidades diferenciadas: por un lado, la enorme mayoría de la población, obrera o campesina -la que, a la postre, hablaba asturiano- siempre tuvo un nivel intelectual limitado por las dificultades en el acceso a la educación. Por el otro lado, la clase dirigente, compuesta por aquellos que sí tenían acceso a educación avanzada, ya fuera dentro del propio país o en otras ciudades del Estado, una nada despreciable jerarquía eclesiástica -Oviedo es capital de una provincia eclesiástica que agrupaba las iglesias de hasta cuatro provincias- y una buena cantidad de “extranjeros” como la mayoría de ingenieros que sustentaron el crecimiento industrial o quienes formaban el funcionariado y los diversos estamentos oficiales. Todos ellos compartían un “provincianismo” típico de todas las regiones periféricas en esa época.
En ese contexto, y con una potencia industrial que ganaba peso dentro del panorama económico nacional (dedicada a la extracción de carbón y hierro, y la fabricación de derivados, básicos en la época de principios de siglo), el movimiento obrerista y sindicalista caló hondo en las clases más bajas de aquella Asturias, que comenzó a vivir algunas de las huelgas más cruentas y significativas de la historia española. Puede decirse a ciencia cierta que la desarticulación del asturianismo ideológico está relacionada directamente con el miedo a que aquel movimiento obrero se pudiera erigir en un nacionalismo militante como los ya existentes en Euskadi y Cataluña, lo que hizo a los sucesivos gobiernos (incluídos los de la República) respaldar toda una serie de clichés, estigmas y medidas destinados a desterrar los elementos más patentes de la cultura asturiana, con la lengua en primer término. Ni que decir cabe que con la llegada del nacionalismo español establecido tras el golpe de estado y la dictadura franquista esta deriva se consolidó y recrudeció, llegando a creer haber dado el golpe de gracia al asturiano, relegando todo lo “propio de Asturias” al mundo de la cultura y el folclore.
No sería hasta la Transición cuando entre las clases medias y obreras, en un ámbito eminentemente rural, surgió un movimiento que buscaba sentar las bases para que lo que se hablaba en las casas pudiera volver a las calles. Así surgió en 1974, todavía en tiempo de la dictadura, el Conceyu Bable, asociación cultural impulsora del movimiento, y tras ella toda una serie de asociaciones que encarnaron la lucha por la igualdad de tratamiento para el asturiano, en particular en el mundo educativo, así como una reivindicación autonomista militante, en una época en la que la autonomía parecía reservada a aquellas comunidades “históricas”. En 1980 se funda la Academia de la Llingua Asturiana, materializándose así uno de los sueños de Gaspar Melchor de Jovellanos -dos siglos más tarde, eso sí-. En esta época suceden cosas “extrañas” de las que a día de hoy muchos se avergüenzan: Manuel Fraga y AP utilizaban el asturiano en mítines en Gijón, el Partido Comunista negaba su existencia y uso, el Partido Socialista iniciaba una “doctrina” que desoía la opinión mayoritaria de sus bases, favorables a la oficialidad, los sindicatos se ponían de lado…
Pero el infortunio volvió a cruzarse en el destino del asturiano. Cuando ya estaban en tramitación varios estatutos de autonomía -en las comunidades “históricas” se habían ya aprobado, incluso- un acontecimiento, el golpe de estado fallido de Tejero, insufló en la clase política de Madrid la prisa por “consolidar” un modelo, el autonómico, que todavía tenía que demostrar que podía ser algo más que un experimento. La consigna era clara: el Congreso de los Diputados quería textos tibios, “aprobables”, los quería pronto y todo aquello que fuera a ser verdadero objeto de discrepancias sería vetado en su refrendo en la Cámara Baja.
Cerrada aquella puerta, el asturiano quedaba a la merced de la buena voluntad de los políticos de la recién estrenada autonomía. Se dieron pasos decididos en lo filológico, destinados a reafirmar la estructura lingüística y gramatical del idioma, y se comenzó la enseñanza del asturiano en la escuela como optativa a lo largo de la educación infantil, primaria y secundaria. En el plano político ninguna novedad, quitando los rifirrafes entre los sucesivos gobiernos socialistas -entonces contrarios- y una oposición liderada por un PP que bebía del “regionalismo” de la vecina Galicia y su Presidente, Fraga, y que parecía por aquel entonces más favorable a la oficialidad que los propios partidos de la izquierda, en contraposición con la frontal oposición y demagogia actuales. (El PP aprobó durante su único mandato al frente del Principado la Ley de Uso y Promoción del asturiano y gallego-asturiano, con la oposición del PSOE, mientras ahora compara a las asociaciones en defensa de la llingua con organizaciones como Ómnium cultural)
La FSA, partido hegemónico en Asturias los últimos años dio pasos como los ya referidos en lo educativo, pero el gran paso adelante llegó cuando en la década de los 90 al Partido Popular se le presentó la oportunidad de gobernar en Asturias, necesitando el apoyo del Partido Asturianista y su diputado en la Junta, que forzó la aprobación de una “Ley de Uso y Promoción del asturiano”, primer texto legal que otorgaba verdaderos derechos a los usuarios de asturiano en su utilización frente a las instituciones, pero que era una pieza de Derecho demasiado débil, fácil de vadear, y que en ese sentido se demostró poco eficaz para conseguir su objetivo, insuficiente cuanto menos.
Somos “constitucionalistas”. La realidad es que, frente a toda la rumorología y demagogia surgida en torno a este tema cuando la situación en Cataluña no suena demasiado lejos, la reivindicación de la oficialidad del asturiano no es en ningún caso nada político o subversivo, todo lo contrario: lo que el movimiento pide es que Asturias ande el camino constitucional previsto para las lenguas del Estado. Reivindicamos nuestro derecho a participar del régimen de los artículos 3.2 y 3.3 de la Constitución, el que la represión, la mala suerte y la falta de oportunidad política nos negaron a lo largo del siglo pasado.
Y ¿por qué ahora?
Es el momento de traer este debate al foro público porque estamos en un tiempo en que, en lo relacionado con nuestra lengua y cultura autóctonas, todo cambia y es susceptible de cambiar. La FSA-PSOE, en una decisión histórica y de la mano de una corriente transversal en su militancia, “Socialistes pola oficialidá”, alcanzó una mayoría amplísima en su Congreso Autonómico en favor de la oficialidad de la Llingua, sumándose así al bloque político favorable a la oficialidad. Así, de los 45 diputados y diputadas en la Junta General, 14 de la FSA-PSOE, 9 de Podemos Asturies, 5 de Izquierda Unida y 3 de Foro Asturias, un total de 31, están a favor de la oficialización de la Llingua, mayoría más que suficiente para iniciar el proceso de reforma estatutaria necesario para darle el encaje legal a la decisión.
Nuestra lucha no es de imposición, no es de exclusión ni de búsqueda de privilegios para quienes hablamos (o intentamos hablar) la lengua de nuestras abuelas, y que queremos que lo siga siendo de nuestras nietas. Es una lucha de derechos y de protección del patrimonio inigualable que para un pueblo representa una lengua y una cultura propias, y la posibilidad de utilizarla en todos los ámbitos de la vida, en igualdad con otra lengua profundamente nuestra, el español. Cuando ha quedado demostrado que las vías alternativas no son jurídicamente viables como verdaderos instrumentos de garantía de nuestros derechos, sólo nos queda avanzar en una oficialidad “a la asturiana”, siendo conscientes de la repercusión de las medidas que serían necesarias, su coste y su “utilidad” -no leerán a este que escribe defender que todo el funcionariado tenga que hablar asturiano para que pueda dirigirme a la administración en la lengua autóctona, no; basta con que haya un funcionario en esas dependencias que tenga ese conocimiento para que mi derecho esté salvaguardado, satisfecho, y los bolsillos de los asturianos y asturianas tranquilos- pero ese es un debate a tener después de aceptar nuestra realidad.
Necesitamos el reconocimiento de nuestra lengua. Es necesaria la oficialidad para darle un futuro a la lengua, y para marcar un antes y un después en una tierra que necesita quererse y creerse importante para salir de su letargo y luchar por un futuro. Por eso gritamos. Entendednos.
Puedes leer la versión de este artículo en lengua asturiana AQUÍ.
Escrito por Pelayo Fernández Taboada.