“Voy a bajar los impuestos”
¿Han escuchado alguna vez estas palabras en boca de un político? Apuesto a que sí, es algo recurrente. La frase suele aparecer en forma de promesa electoralista de turno. En este artículo trataré de explicar de forma escueta las trampas del populismo fiscal, fenómeno que guarda relación con la frase que inicia este párrafo.
A modo de aclaración, siendo precisos sería más recomendable hablar de demagogia que de populismo fiscal, si bien es cierto que en los últimos tiempos se ha popularizado este último término, que utilizaré en adelante por dicho motivo.
Vayamos al grano, los impuestos no son un bloque homogéneo como algún despistado podría inferir de la citada frase. Tener esta idea en mente es clave a la hora de afrontar el tema. El sistema tributario es complejo. Los impuestos no son un todo, no todos actúan de la misma forma ni son de la misma naturaleza. Hay diferentes impuestos y evidentemente no todos producen los mismos efectos.
Existen impuestos directos e indirectos. Los directos gravan la riqueza en sí misma; en relación con esto surge la opción de la progresividad –en pocas palabras, a más renta, más porcentaje– (véase el clásico ejemplo según la teoría: el IRPF). Los indirectos gravan la utilización de esa riqueza por actos de consumo o de transmisión (IVA, impuestos especiales sobre alcohol y tabaco…)
También es importante recordar la existencia dentro de nuestro sistema tributario de un concepto a veces olvidado en la opinión pública: el de la exención, que cobra gran importancia a la hora de explicar el demonizado impuesto de sucesiones, tema abordado con acierto por dos economistas desde perspectivas diferentes en estos artículos (aquí y aquí).
Bajada de impuestos: ¿Cuáles y a quiénes?
Cuando el político de turno le diga que va a bajar los impuestos, afirmación vaga donde las haya, pregunte inmediatamente: ¿Qué impuestos? ¿A quiénes? No es lo mismo tocar los impuestos más progresivos que tocar los demás. No es lo mismo bajar el tipo máximo del IRPF que bajar el IVA de los productos de higiene femenina. Igual que por motivos obvios no es lo mismo subir los impuestos a sociedades como las SOCIMI que subir los impuestos al trabajador autónomo o a quien tiene una pequeña sociedad limitada.
Pagar impuestos no suele ser plato de buen gusto, por ello, una rebaja de los mismos puede parecer una medida popular en el contexto de una campaña electoral. Por otro lado, no está de más recordar que gracias a los impuestos nuestra sociedad cuenta con escuelas que garantizan el derecho a la educación, con fuerzas y cuerpos de seguridad, con hospitales que hacen de España uno de los primeros países del mundo en esperanza de vida, con carreteras que todos usamos cuando vamos en coche, con transporte público, inversión pública en ciencia, políticas de vivienda, ayudas a la dependencia…
Sé que con el párrafo anterior no descubro nada a nadie pero es importante recordar que todos esos servicios públicos no siempre han existido y que, volviendo al tema central del artículo, su continuidad podría estar amenazada por una rebaja extrema y desmesurada de impuestos. No pretendo sonar apocalíptico ni mucho menos, dichos servicios públicos no desaparecerían de la noche a la mañana pero sí que podría descender la calidad de los mismos. ¿Por qué? Porque no todas las bajadas de impuestos se autofinancian.
Es decir, que en muchos casos existe un riesgo real de que al bajar los impuestos descienda la recaudación. ¿Qué ocurre si desciende demasiado la recaudación y el Estado no dispone de un colchón económico? Que llega la hora de recortar –y en ese trance le pueden meter la tijera a los servicios públicos, esta es la amenaza de la que hablaba antes–.
Por ello, volviendo a la situación del político en campaña, es necesario plantearle dos preguntas más:
- ¿Con qué estimaciones y datos acompaña su propuesta de bajada de impuestos?
- Ante una posible bajada de la recaudación, ¿de dónde tiene pensado recortar el gasto público para cuadrar las cuentas?
Pongámonos ahora en esa situación. Si la recaudación disminuye pero el político no reduce el gasto sino que lo mantiene intacto, se disparará el déficit. ¿Cómo financiar un déficit? Generalmente, emitiendo deuda pública, lo que supondría dar una patada hacia delante al problema para afrontarlo más tarde, hipotecando así el futuro de las generaciones venideras. Todo ello suponiendo que el político no decida subir de golpe los impuestos para tapar el agujero que ocasionó en las cuentas públicas, con la consecuente pérdida de popularidad y credibilidad que acarrearía, evidenciando que prometió algo que no podía cumplir y saltándose, en ese caso, el programa electoral por el que fue votado. ¿Se le viene a la cabeza algún dirigente?
En definitiva, populismo fiscal es presentarse ante la multitud tratando los impuestos como si de un bloque homogéneo se tratase, omitiendo que hay impuestos más progresivos que otros e impuestos que solo pagan las grandes fortunas. Populismo fiscal es prometer bajadas masivas de impuestos sin explicar lo que conllevan. Populismo fiscal es no presentar memoria económica. Populismo fiscal es decir que vas a bajar los impuestos sin siquiera aportar unas previsiones. Populismo fiscal es tener previsto que descenderá la recaudación y no decir de dónde se recortará el gasto para luego meter la tijera por sorpresa.
¿Qué hacer ante el populismo fiscal?
Preguntar a los políticos, hacer las cuestiones que se han recogido en este artículo y más; también exigir datos al lado de cada promesa y sobre todo, contrastarlos. Hay que reflexionar sobre a quién beneficia cada bajada de impuestos y, dado que no somos individuos aislados, calcular sus posibles efectos en la economía y en la sociedad. En esa línea, desde un punto de vista teórico, en mi opinión deberíamos situarnos más a menudo tras el velo de la ignorancia del que hablaba John Rawls en su teoría de la justicia.
Este artículo no es una demonización de las bajadas de impuestos como tal, tampoco un elogio de las subidas –que darían para un artículo aparte por su complejidad–; es una exhortación a que los políticos jueguen limpio, digan la verdad y dejen de adoptar actitudes irresponsables. Nadie niega que las bajadas de impuestos en el momento adecuado y con una buena planificación pueden ser una herramienta útil para estabilizar el ciclo económico (política fiscal contracíclica).
Si bien por lógica parecería una afirmación de lo más sensata, no se puede establecer categóricamente que toda subida de impuestos aumentará la recaudación y que toda bajada la disminuirá. La economía, como ciencia humana que es, se caracteriza por ser imprevisible e inexacta; hay excepciones a la norma general en muchos lugares y épocas que deslegitiman dicha afirmación por ser demasiado simplista.
Esto guarda relación con la idea de la autofinanciación de las bajadas de impuestos –mencionada anteriormente–. Que la bajada de un impuesto se autofinancie significa que esta impulse una creación de riqueza extraordinaria como para que no descienda la recaudación pese a ser menor el tipo impositivo. ¿Ha habido casos en los que este fenómeno se ha dado? Sí, en Irlanda recientemente por ejemplo; pero de ahí no puede extraerse una ley económica universal ni nada por el estilo ya que también hay casos en los que el fenómeno no se dio, es decir, que bajó la recaudación –en España, sin ir más lejos–.
¿A dónde quiero llegar con esto?
Si hablamos de cuestiones económicas, desconfíen de quienes formulen “recetas mágicas” y repitan consignas simplistas. No hay soluciones simples a problemas complejos.
Por añadidura, centrándonos en este caso concreto, tengan cuidado de no asimilar acríticamente todos los discursos a favor de las bajadas de impuestos porque puede haber algunos de ellos malintencionados que escondan pretensiones como conseguir el poder a cualquier precio o depauperar los servicios públicos.
¡Y mucho ojo con las “revoluciones fiscales”! No sean ingenuos, desconfíen, exijan información, contrástenla, hagan preguntas, mantengan una actitud crítica ante todos. Cuando el tema de las bajadas de impuestos esté sobre la mesa siempre se debe abordar con responsabilidad, información y transparencia; nunca con populismo fiscal, que es la antítesis de esas tres palabras.