Platón y las Redes Sociales

Por Fernan Camacho

La imagen lo es todo y, sin embargo, no es cierta. Retomemos por un momento una de las enseñanzas principales de “La bella y la bestia” (versión disney): Aparte de lo bonito que puede ser que te secuestren y las bondades del síndrome de Estocolmo, esta historia nos cuenta que la belleza está en el interior. Lo que yo venía a decir es que la imagen que damos en las redes sociales, es, en realidad, una farsa.

Supongo que en las redes sociales ponemos los libros que quisiéramos tener la capacidad de leer y, bajo el refugio de tener que explicarse en ciento cuarenta caracteres, podemos decir una verdad obvia que no tenga ningún tipo de profundidad y, sin embargo, quedar como una persona muy leída: “En el Alcalde de Zalamea podemos ver la lucha por el honor de un hombre llano”, por ejemplo, frase que se podría sacar de cualquier resumen.

Esto es fundamental: Acaban de censurar un chiste de José Mota por lo que puedan decir, se critican chistes machistas, xenófobos y todo aquello que va contra “el bien” entendido éste como algo genérico. No obstante, en la calle, en la vida real, fuera de matrix, se siguen contando los peores chistes del mundo y quién los escucha se sigue riendo. Del mismo modo, se tritura aquello que está de moda triturar, sin valorar más allá de eso el fondo que pudiera tener cualquier cosa.

Las Redes Sociales, en definitiva, son lo que Platón llamó el “mundo de los reflejos” de nuestra era, un sitio ficticio donde se proyecta aquello que queremos que se vea mientras esconde tanto nuestras más íntimas maldades como las más fabulosas bondades, que no se perciben como debieran.

La política se ve tremendamente influenciada por esto: El posmodernismo y su guerra de términos, muchas veces sin un fondo determinante, hace que el significante de cualquier palabra (“liberalismo”, “marxismo” o “socialdemocracia”, por ejemplo) se vean sin su significado, creando un debate vacío que simplifica hasta el absurdo la más complicada de las teorías. Por ejemplo, si alguien dijera una verdad obvia: “Stalin era socialista”, sería criticado por confundir “socialista” en su significado teórico-político puro con “socialista” en la acepción española que significa “del Partido Socialista Obrero Español”. Al revés, cada vez que la militancia del PSOE se llama “socialista” miles de críticas les caen: Por un lado, el postureo marxista criticará por no respetar el término teórico-político puro; por otro, todo lo que queda a su derecha observará que “Stalin era socialista”, y lo hará de forma despectiva pues en su imaginario Stalin sólamente es un vil asesino (no entro a valorar el gobierno de Stalin) equiparando PSOE a Stalin.

Del mismo modo, Podemos no se puede llamar a sí mismo marxista porque, en el reino de las Redes Sociales, es difícil explicar que el marxismo nato y puro tal y como Marx lo concibió es un movimiento que pretende el pacifismo, de hecho, para llegar a eso hay que leer tres volúmenes de “El capital”. Toda una teoría marxista, liberal, neoliberal o socialdemócrata no cabe en ciento cuarenta caracteres, por lo que el “troll” tiene todas las de ganar.

Como conclusión, si me lo permiten, establezco dos paradigmas: ¿Qué pasaría si Pedro Sánchez dijera mañana: “Zapatero fue un gran presidente en muchas cosas”? Sería vilipendiado por la mala gestión de la crisis que Zapatero hizo, pero nadie entrará a razonar que, aparte de eso, sus políticas sociales le llevaron a recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Toulousse. Mi segundo paradigma es Alberto Garzón, que en un tweet reprodujo el artículo 128. 1 de la Constitución… Y cargaron contra él.