Por Marta Alemany.
El pasado lunes 26 de octubre tuvo lugar en la capital de Sajonia, una vez más, una manifestación del colectivo PEGIDA, que responde al acrónimo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente. La concentración reunió a unas 10.000 personas, según datos de las fuerzas de seguridad Durchgezählt, lejos de los 20000 de la semana pasada, y transcurrió de forma pacífica. Pese a que sus caras, discursos y movimientos, no lo parecían. En otra parte de la ciudad, concretamente en Potsdamer Platz, otra contramanifestación fue protagonizada por la triste cifra de unas mil personas, que se reunieron para expresar su rechazo a los ideales de PEGIDA y apoyar a los refugiados.
Dresde, capital de Sajonia y situada al este de Alemania, es la cuna del movimiento islamofóbico PEGIDA. En esta región los extranjeros suponen únicamente el 2,2% de la población y el colectivo musulmán no supera el 0,1%. Es por ello que su nacimiento en esta ciudad llama la atención, dadas sus bajas cifras de inmigración, respecto otras poblaciones de Alemania como Berlín, donde la inmigración supone el 16% de la población. Asimismo, se trata de una ciudad que reúne a muchos estudiantes y comercios internacionales.
Las concentraciones de este movimiento político islamofóbico nacido en Dresden en 2014 no cesan pese a estar en el punto de mira político alemán e internacional
Alemania vuelve a estar dividida y esto no es una novedad. Partidos de extrema derecha como el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD) y otros grupos de órbitas neonazis llevan muchos años conviviendo con la política germana. Pero ahora el problema asume diferentes magnitudes: no son sólo unos cuantos radicales los que apoyan PEGIDA. La gallina del racismo y la xenofobia está incubando huevos en estratos sociales muy diferentes. Por casi primera vez, no se trata de una masa homogénea la que acude a sus concentraciones y se siente identificada con la mayoría de sus discursos islamófobos.
En su última manifestación se podía constatar este hecho: el perfil de los asistentes era muy variado. Había familias, hombres y mujeres de clase media, jóvenes y mayores. Es cierto que la estereotipada imagen del alemán extremista y radical también estaba presente, pero no era la mayoría. Izaban banderas alemanas, rusas, sajonas, cruces y diferentes pancartas que decían: “cuando la injusticia se convierte en ley, la resistencia es nuestro deber” o “somos el pueblo”. Sus rostros eran también muy variopintos: había mujeres con pintalabios rojo que se sentían orgullosas de estar ahí y se les veía felices y con gesto de festejo. Por su parte, había hombres que fumaban un cigarro tras otro y que casi uno podía respirar su ansiedad y sudor en la sien por sentirse identificados al oír el discurso de uno de los cabecillas de PEGIDA, Lutz Bachmann.
Todas las palabras eran en alemán y cuando me chocaba con ellos, me hablaban. Yo no sabía si contestar porque eso me delataría o bien sonreír. Ellos, alegres, en una ocasión me ofrecieron una pegatina del partido. En otras me dieron con el hombro y no osé girarme y mirar su rostro fruncido. La semana
A punto de abandonar esa concentración para unirme a la contramanifestación observé como había, en un frente de la plaza, varías personas en silla de ruedas y a sus espaldas, otras más que sostenían las pancartas del partido islamófobo con sus manos, que decía “no violenta y unida contra las guerras religiosas en suelo alemán, PEGIDA”. Había una mujer disfrazada de musulmana y otra muy orgullosa y sonriente de estar ahí presente. Una de ellas me invitó a entrar en la fila.
Apresurada por poder llegar a la contramanifestación, pues todo estaba acordonado por policías con chalecos antibalas que corrían de un lado a otro, los encontré justo cuando estaban a punto de acercarse a la plaza del teatro de Dresde. La zona estaba absolutamente flanqueada por policías. Los manifestantes eran jóvenes, exceptuando algunas personas más adultas, la mayoría no superaban la treintena. Su discurso era, obviamente, contrario al de PEGIDA: símbolos antifascistas y mensajes de apoyo al multiculturalismo y a los refugiados se leían a lo largo de la manifestación. Gritaban todos a una “Dilo alto, dilo claro, los refugiados son bienvenidos aquí”, en inglés “Say it loud, say it clear, refugees are welcome here”.
No existía ningún líder, pero eran capaces de organizarse por sí mismos. El momento álgido de la manifestación se dio cuando se encontraron cara a cara las dos concentraciones, separadas por un pasillo que había creado la policía. Insultos y símbolos de desprecio se combinaban con frases a favor de los refugiados. Ellos se identificaban como “las personas de mente abierta” que rechazan “todo tipo de racismo, xenofobia o violación a los derechos humanos”, explicaba una joven estudiante de ingeniería química en Dresde. Se sienten traicionados y les da vergüenza que esas grandes masas de población se reúnan para rechazar ayudar a otras personas.
Si no hubiera sido por el despliegue policial, quizá, la manifestación hubiera acabado como la semana pasada o peor. Hay mucho odio acumulado por ambos frentes, porque la confrontación es cada vez más latente y va aumentando semana tras semana. “Ésta vez la policía se ha organizado mejor, la semana pasada fue más caótico. Saben dónde meterse, parece que nos empiecen a conocer”, comenta un manifestante sin dejar de estar pendiente de la manifestación y con un silbato en la mano.
La situación geopolítica de Dresde también puede ser una de las claves para entender este auge de racismo en Alemania. Su cercanía a países como Polonia, pues la frontera está a penas a una hora, pueden dar algunas pistas de este por qué tan ingenio en pleno siglo XXI. La sociedad polaca encabeza la lista de los países que se ha negado a acoger refugiados no cristianos y también han tenido lugar varias manifestaciones en contra de su acogida. Tampoco es casualidad que en las últimas elecciones parlamentarias en Polonia, celebradas el 25 de octubre, haya ganado Beata Szydło, representante del partido de extrema derechas PiS, Derecho y justicia en español, cuya ideología se caracteriza por ser euroescéptica, y nacional conservadora.
La derecha, el nacionalismo y el euroescepticismo se están convirtiendo en el nuevo fantasma en los países del este, donde años anteriores el comunismo había asentado sus bases. Estamos ante un escenario de incertidumbre global, pese a que se atisben algunos detalles claros. Aunque varias autoridades, como la propia Angela Merkel, condenasen la existencia de este tipo de partidos e ideologías, este gigante desconocido sigue alimentando fieles alrededor de Europa.
NOTA: Todas las fotos pertenecen a Marta Alemany.