Este año hemos asistido a la confirmación del retorno de la extrema derecha. Desde la victoria de Bolsonaro la primera vuelta electoral en Brasil, a un Salvini en cifras récord de popularidad o a la desazón provocada por las imágenes de VOX llenando Vistalegre. En este contexto, ante la fragilidad que podemos ver en nuestros sistemas democráticos, muchos volvemos a plantearnos: ¿está la democracia en crisis?
La crisis de la democracia representativa
La democracia representativa es un modelo acechado por las crisis. En los 80’s, uno de los temas más debatidos era la crisis de representación. Haciendo un ejercicio de memoria, ¿recordáis aquel, “no nos representan”, coreado en las plazas del 15M? Por tanto, parece lógico preguntarse, ¿alguna vez ha dejado de estar en crisis?
Según si preguntáramos a Schumpeter o Rousseau, responderían a la pregunta de forma u otra. Mientras el primero, defensor de la teoría elitista, nos respondería que esta desafección es un “síntoma de satisfacción con el funcionamiento de la democracia”, el segundo lanzaría el grito al cielo y señalaría los peligros del distanciamiento ciudadano con la democracia.
La ciencia política desde los 90’s se ha planteado esta pregunta, respondiendo en su mayoría con un sí. El auge de las tecnologías de la información, lo cual unido a las pérdidas de eficacia y legitimidad, tanto de instituciones como de partidos políticos, ha provocado un “cisma” entre representantes y ciudadanos, caldo de cultivo idóneo para la aparición de los movimientos mencionados en la introducción.
La “trampa” del voto
El voto, forma singular de participación política, se ha convertido en una trampa para la democracia. Pese a las ventajas de esta herramienta, el voto puede “pervertir” la democracia. Aunque sea el principal objeto de deseo para los partidos políticos, el voto no deja de ser un tipo de participación de baja “calidad”. Frente a otras formas de participación, vemos que el voto requiere de un esfuerzo bajo, de una escasa cooperación con el resto de los ciudadanos, además de poseer una escasa capacidad para comunicar información. Por tanto, ¿podemos decir que el voto es participación suficiente para asegurar la democracia?
Parece complicado responder con un sí. Si lo hiciéramos, nos enmarcaríamos junto a nuestros amigos Schumpeter, Jones…, considerando que los ciudadanos están muy ocupados para preocuparse por la política, más allá de depositar una papeleta. Desde el no, compartiríamos la opinión de Anduiza y cía, señalando el papel esencial del voto como garante de la igualdad política, la representatividad…
Por tanto, ¿por qué el voto es una “trampa? Durante décadas, el papel de los partidos políticos, principales “activadores” de la participación, ha ido desviándose hacia un rol de “empresas”. Cuando los ciudadanos son tratados como consumidores durante sucesivas elecciones, parece complicado pedir después que no se porten como tales. Esta manera de entender la participación política, enfocada casi en exclusiva al voto, ha dejado en segundo lugar las formas de participación más exigentes y frecuentes, contribuyendo a la desciudadanización, proceso entendido por el “desinterés por la cuestión pública, donde la cultura política juega un papel clave” (Piedra Buena). Como respuesta a esta crisis, nuevos mecanismos participativos han surgido, como los consejos ciudadanos, encuestas de opinión deliberativas…
Pride. Movilizaciones como respuesta a las crisis.
Durante los 80’s, donde la crisis de representación iba unida al desmantelamiento del Estado del Bienestar, encontramos uno de los mejores ejemplos del papel de la participación política en la construcción de una comunidad. En 1984, tras varios años en el poder de la “Dama de hierro”, el sindicato de mineros británicos inició una huelga contra sus políticas neoliberales basadas en la privatización. Thatcher, llegó a tildarlos de “enemigo interno, el más difícil de combatir y más peligroso para la libertad”.
En este contexto, el colectivo LGBT se sumó al apoyo a los mineros, quienes, pese a mostrarse reacios en un inicio, terminaron aceptando el apoyo y conformando una poderosa alianza. “Homosexuales y mineros combatiendo a Thatcher juntos”. La huelga, manifestación, escribir cartas a medios de comunicación, hacer pintadas, la violencia…, son algunas formas de participación política recogidas por los académicos, todas presentes en el conflicto contra Thatcher. Existe una película sobre este proceso, Pride (Warchus, 2014), analizada por Manuel Rodríguez de manera excelente (y divertida) en esta web.
Ahora que se acerca un nuevo ciclo electoral, es muy relevante recordar la importancia de otras formas de participación más allá del voto. Con la cercanía de las elecciones andaluzas, encontramos en el pueblo andaluz un gran ejemplo de esto. La movilización por la autonomía acontecida el 4D fue clave para el lograr el objetivo andaluz, refrendada a posteriori a través del voto en el referéndum del 28F.
El poder de todas estas formas de participación es clave para mantener los sistemas democráticos. El sentimiento de unión entre el movimiento obrero y el colectivo LGBT hubiera sido inconcebible sino es a través de la cooperación para realizar acciones colectivas. Una democracia no se puede entender solo con el voto, sino que requiere de una ciudadanía participativa, capaz de construir el colectivo desde su decisión de participar. “La participación es el acto individual del ciudadano que lo efectúa como miembro de la colectividad popular” (Capitant).
Escrito por Dani Valdivia.
Más información
- Del Águila, R. (1996). La participación política como generadora de educación cívica y gobernabilidad. Revista Iberoamericana De Educación, 12, 31-44.
- Eberhardt, M. L. (2015). Democracias representativas en crisis. Democracia participativa y mecanismos de participación ciudadana como opción. Araucaria, 17(33).
- Perea, E. A., & Bosch, A. (2004). Comportamiento político y electoral. Grupo Planeta (GBS).
- Barbet, B. (2017) ¿Qué crisis de la democracia? El País.