Las voces más simples solo entienden el populismo como una suerte de desarrapados diciendo barbaridades, pero es algo mucho más serio: un nuevo momento histórico que impregna todas las producciones políticas.
Ganó Pedro Sánchez, el derrocado. Ganó por mucho más apoyo de lo que se esperaba y lo hizo en contra de todas las élites de la socialdemocracia española: barones, Prisa, Felipe González, aparato… La imagen de una calle Ferraz abarrotada de gente intentando entrar en la sede es la mejor imagen para explicar qué ha pasado –la pregunta que los partidarios de Susana Díaz se hacían–. El pueblo socialista ha tomado las riendas de su partido, demostrando que los tiempos han cambiado definitivamente, también en el bipartidismo. Mientras tanto, Susana y los cuadros salían discretamente por el garaje, derrotados por los desconocidos militantes.
El discurso de Sánchez ha sido simple: yo represento a la base, ellos están alejados de vosotros, por eso promovieron la abstención contra el PP, aquellos contra los que siempre hemos luchado. El nuevo Secretario General del PSOE ha cogido todas las categorías típicas del populismo (nosotros-ellos, arriba-abajo) para construir un movimiento de base, por momentos asambleario, con el que ha conseguido generar un relato político épico con el que presentarse totalmente reforzado para la batalla final, las no lejanas Elecciones Generales.
Decidimos cada vez más y sobre más cosas. En los tiempos de la participación directa y de la opinión continua los dilemas organizacionales no se pueden resolver como a la antigua usanza. El gran error de Susana Díaz ha sido pensar en el PSOE en términos de los ochenta y noventa, época que representa el esplendor de sus apoyos y el aprendizaje de la cultura organizativa de sus cerebros.
Sin duda, la victoria mítica –volviendo a Sorel– de Sánchez le regala un relato directo para presentarse ante el electorado izquierdista, que no puede evitar ver en él no al chico liberal del año 2014 sino al pobre luchador al que El País derrocó a golpe de editorial. La estrategia comunicativa es tremendamente potente y a ella se añade el pensamiento generalizado de que su victoria no le venía demasiado bien a Pablo Iglesias, que puede perder numerosos votos de origen socialista tras esta “vuelta a los comienzos y a la base” que Sánchez se va a encargar de vender. A diferencia de las situaciones análogas de los socialdemócratas franceses y británicos, en el caso español ha existido un traumático proceso que crea a un potente renacido como nuevo líder, llamado a recuperar el voto útil socialista como pasó en 1982, 2004, 2008, frente a un reducido espacio de IU al que Podemos puede peligrosamente acercarse.
Susana ha perdido hoy, ante todo, la imagen de ganadora. La impactante derrota, electoral y discursiva, le hace volver a Sevilla con una losa impredecible, que incluso puede afectarle a los resultados políticos en su propia tierra. Sus adversarios le acusarán, con facilidad, de que Andalucía era su segundo plato y que vuelve a él porque ha perdido. Eliminar esta sensación será la principal tarea del PSOE-A a partir de mañana.
Y, por último, las primarias con enfrentamientos tan evidentes, como si de una verdadera elección general paralela se tratara, pueden suponer una oportunidad de refuerzo para el bipartidismo; así pasa en USA. Si los grandes partidos permiten la competencia libre e igualitaria de tantas corrientes como se quiera bajo el paraguas amplio de dos bloques (progresismo-conservadurismo), no será necesario formular espacios alternativos fuera de ellos. La clave de que una oportunidad no sea una amenaza está en el día D+1, la aceptación del resultado. Si Sánchez logra unificar al partido bajo su liderazgo, la hipótesis de las primarias como factor de mejora del voto puede operar.
Como siempre, el reto está por ver si la comunicación política se traspasa a la acción política, pero eso ya da para otro análisis menos frío.