Por Galo Abrain
– ¡Mama, que me bajo al parque a lanzarme piedras y palos y revolcarme en el barro un rato!
– Vale hijo.
Puede que esta sea ya una conversación desfasada para nuestro mundo de hoy en día. La conversación más bien se enfocaría en algo menos sucio, más caro, puede que menos real.
-Hijo ¿Porque no te bajas a jugar al parque con los vecinos?
-…-
-Hijo, ¿me estas escuchando?
-…-
– ¡Joder que me escuches!
-Que pasa papa que estoy con el móvil mirando el Facebook, el twitter, el Instagram y el Badoo. –
-El Badoo… ¿Pero hijo no crees que con 10 años tienes demasiadas cosas de esas en el móvil? –
Y así es, con 10 años tienes más amigos ahora que en toda tu vida hace 20 años. ¿Amigos? Puede ser, o al menos eso te dicen las redes sociales, que tienes muchos “amigos”. Sin embargo, repaso la única cuenta que tengo en la ya de sobras conocida red Facebook y me percato de que verdaderamente no saludaría por la calle ni a la mitad. No mantendría una conversación con más de tres cuartos de ellos y por supuesto no me iría de cervezas más que con 10 o 15. Sin embargo todos son mis supuestos “amigos”, un término que parece estar recibiendo balazos y amputaciones de sentido constantemente. De verdad las redes sociales, son sociales, o nos convierten asociales…
Estos puntos suspensivos son la puntilla de suspense que iría acompañada de la banda sonora de psicosis, y algo así como un cuchillo clavándose mientras estamos indefensos en la ducha es lo que me parece que nos están haciendo estos canales de comunicación tan guays y tan cools.
Sin duda nos comunicamos, aletargados sobre la pantalla de nuestro ordenador hablamos durante horas abrazados por la tenue luz de un viejo foco. Allí pasan nuestras vidas, allí las dejamos, conversando, viendo videos sin sentido y mirando noticias de supuesta “actualidad”. Nos sentimos conectados, conectados con nuestros “amigos”, con las noticias de nuestro país, con las novedades del mundo, pero realmente no hacemos nada de eso. Deambulamos perdidos entre un mar de información y código binario en el cual somos un ser anónimo, unos números sobre el teclado, unas letras al lado de una foto. En palabras de Evaristo Paramos, “no somos nada.”
Creemos actuar socialmente al iniciar tensas e inútiles discusiones sinfín a través de las redes, ayudar a alguien por escribir “Yo soy… tu padre”, ¡y faltaría más! darle la alegría del día al “runner” de turno pulsando el “like” en alguna publicación.
Nuestra felicidad puede tras siglos de debate y reflexión definirse con un solo gesto, el de los pulgares hacía arriba. ¿Pero realmente somos felices viviendo de cara a los demás? ¿Alcanzamos ese sagrado estado del valhalla social al ser “aceptados”?
Cada cual, con sus fetiches, a mí que me metan un pulgar hacia arriba nunca me ha atraído. Pero abordando otro dominio de las extensas redes de internet, es cierto que creemos estar hincándole el diente a la lucha social por escribir algún comentario, o compartir alguna noticia, cuando no podríamos estar más equivocados. Lejos de hipocresías, yo soy de los primeros que lo piensa.
Sin embargo, embotijados en nuestras pantallas, sin pisar la calle, sin darnos la mano, sin gritar alto, estaremos apagando cualquier posible resquicio de lucha, cualquier chispa de amenaza al poder…
Todo esto son sin duda reflexiones de un joven que sigue compartiendo noticias en Facebook con la esperanza de que alguien las lea y cambie de opinión (que ingenuos y que lerdos son algunos).
Esta estrategia de conexión con el mundo se produce sobre todo en nuestras sociedades occidentales, donde la clase media está bien acomodada en su sillón, cagandose en dios mientras le grita al televisor. Todo esto que digo puede tener el sentido contrario en lugares donde las redes son un medio y no el fin en el que se ha convertido en nuestras vidas. Lugares donde uno solo se puede mover a través del anonimato, donde únicamente la capa de invisibilidad que nos regala la red nos sirve de protección.
¿Pero, y en un mundo donde eso no es del todo necesario? (y digo del todo, porque cada vez más nuestra sociedad empieza a necesitar de ese anonimato para expresar sus ideas, puede que siempre lo haya necesitado). Tal vez, sea precisamente la forma de mantenernos callados, de ahogarnos en la luz del ordenador cegándonos e impidiéndonos salir de casa porque del ciego que llevamos no encontramos la puerta. Es mejor una masa de 10 000 personas dándole “like” a un comentario protesta (termino que me produce un intenso dolor de barriga y diarrea al pronunciar), que 10 000 en medio de una calle gritando, protestando de verdad.
Por supuesto, internet no es el único culpable de que nuestros traseros estén pegados con superglue al sofá, o a la silla con ruedas del escritorio, no, el problema viene de mucho más allá, pero puede que esto de las redes ayude.
Nuestra generación actual ha perdido la esencia, la rebeldía drogadicta y antisistema de calle que tuvieron las generaciones anteriores. Los resquicios finales de este espíritu ardieron con los últimos contenedores de la kale borroka. Ahora las drogas nos invitan a quedarnos toda la noche en casa viendo videos de gatitos sin equilibrio que se caen del tejado, o masturbándonos compulsivamente con las infinitas cantidades de pornografía que rondan por internet.
La lucha se acurruca tras un teclado, la vida tras la luz de una pantalla. Puede que el ser humano siempre busque una forma de abstracción, de distracción frente a las plomizas bolas de mierda que nos caen sobre la cabeza día a día. Y seguramente internet sea el arma definitiva del alienamiento humano, me río de Kafka y la deshumanización del trabajo que te convierte en una cucaracha viendo al nerd de turno, metamorfoseándose en un zombi con las ojeras de osos panda prisionero de la luz.
Internet es un arma, puede emplearse de muchas maneras. Hacernos prisioneros, hacernos libres. Tal vez vendamos nuestra libertad por un buen ADSL, o la estemos comprando a precio de chuletón de buey mensual. Sin embargo, es imposible no preguntarse cuando llevamos horas frente al ordenador, si no estaremos perdiendo nuestro tiempo en no hacer nada. O incluso puede que estemos perdiendo el tiempo, porque es lo que buscan que hagamos, perdernos. Olvidarnos de la calle, olvidarnos de la lucha, olvidarnos de todo para vivir una realidad anónima que nos mece lentamente en un mundo de abstracción. Como es habitual, no hay respuestas, no hay una etiqueta en las cajas del rooter que ponga “Disfrute usted de un mundo nuevo, olvídese del que vive ahora, de ese ya nos encargamos nosotros”, solo hay incógnitas.
Y como con casi todas las grandes cuestiones sobre las que se reflexiona, se acaba siempre con más preguntas, que respuestas. Preguntaros ¿Soy ahora más libre?