Lois Lane es Wallraff

La “novia de Superman” lleva más de 80 años reflejando la evolución del periodismo y su función “heroica” en la sociedad.

Escrito por Jose A Cano.

Lois Lane contra el racismo

El número 106 de la colección Lois Lane, Superman’s girlfriend, es conocido como “el número de la Lois Lane negra”. El activismo antirracista en EEUU opina que ha envejecido mal, pero en su momento, 1970, formó parte de una ola dentro del cómic de superhéroes norteamericano en la que se intentaban reflejar, de forma pedagógica y sin perder a los niños como público objetivo, problemas sociales de la vida real. Para poder hacer un reportaje en el barrio de mayoría afroamericana de Metrópolis, la intrépida periodista consigue que Superman cambie su raza durante 24 horas con tecnología extraterrestre.

(Sí, el personaje tuvo una cabecera propia que se publicó durante más de 10 años con título de “novia de Superman” en la portada)

En el tebeo de marras el primer intento de Lois de entrevistar a vecinos de Little Africa -sí, así se llama el “barrio negro” de Metrópolis- acaba mal porque se niegan a hablar con ella por considerarla otra blanca pija y racista más. Tras su cambio de piel, la reportera se enfrenta a que la policía sospeche de ella, los taxis la rechacen y, en general, sufre en sus propias carnes la situación de exclusión y pobreza de los vecinos racializados de la ciudad. Aunque se refleja de forma ingenua y un tanto paternalista, dado el contexto se puede considerar al menos un esfuerzo encomiable.

En 1985 se publicó en Alemania En lo más bajo -reeditado posteriormente como Cabeza de turco-, libro-reportaje del periodista Günter Wallraff en el que se hizo pasar por el ficticio inmigrante Ali Sigirlioğlu y realizó algunos de los trabajos en peores condiciones en la Alemania Occidental de los 80. Wallraff llegó a infiltrarse en actos electorales de la CDU, ejerció como peón agrícola, limpiador en una fundición, chófer e incluso sujeto de pruebas de la industria farmacéutica.

La carrera de Wallraff tiene sus claroscuros. Algunas investigaciones posteriores a la reunificación de las dos Alemanias han apuntado que en determinadas noticias se dejó intoxicar por los servicios secretos de la vecina y rival RDA. Pero, en general, sus reportajes son considerados referentes en cuanto a la investigación y la infiltración, sin caer en los excesos de ciertos programas de telerrealidad con cámara oculta disfrazados de periodismo.

Lois Lane contra la corrupción

Es poco probable, no imposible, que el reportero alemán sea uno de los referentes de la Lois Lane literaria posterior a los 80, pero podemos considerar que de alguna manera han compartido métodos y un sentido de la justicia ciertamente irreal. En el caso de la periodista de Metrópolis, es un elemento presente desde su mismo nacimiento, aunque en cada época lo haya demostrado de una forma diferente.

La Lois de los 40 nace con todas las características que la definen y que heredará incluso su versión cinematográfica de los 70 o la de la mencionada serie de cómic en solitario, aunque esta última solía descarrilar hacia cierto culebrón que hoy en día se lee como machista. Mucho antes de eso, Jerry Siegel escribe a Lane como una mujer desafiante para el estándar del momento, que es la excusa para que pasen cosas y Superman deba intervenir, y al mismo tiempo como una heroína a su manera.

Los principales enemigos del personaje en el momento, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, son mafiosos, falsificadores y especuladores inmobiliarios. El Superman de los últimos años 30 y previo a los 40, justo antes de Pearl Harbour, pelea por el New Deal y así lo reflejará en su reescritura de 2011 el guionista Grant Morrison. Lois, en consonancia, se cuela en clubes exclusivos, en zonas vedadas a las mujeres, e intenta hacer confesar a empresarios corruptos.

Por cierto que adaptaciones del personaje a los seriales de radio de nada menos que 1946 la mostraban investigando al mismísimo Ku Klux Klan, y así lo ha recogido la versión en cómic reciente del guionista asiático-americano Gene Luen Yang. Tanto Superman como Lois Lane han luchado contra el fascismo y el racismo desde su mismo origen y ninguna versión deja de recogerlo como parte intrínseca de su naturaleza: la del primero como migrante definitivo -al fin y al cabo sus creadores, Siegel y Shuster, eran hijos de judíos europeos que llegaron a EEUU escapando de los pogromos en Europa del Este- y la de la segunda como una suerte de voz del pueblo.

Lois Lane contra Trump

En los 80 la reportera más famosa del comic-book tuvo su propia miniserie dedicada a la investigación de crímenes sórdidos, algo que si creemos a la ficción en EEUU parecen practicar más los periodistas que la propia Policía. Este 2021 DC Comics ha publicado una última serie dedicada a Lois Lane como reportera -entre medias ha recibido otras con superpoderes y directamente convertida en Superwoman, pero las obviaremos-.

La Lois Lane con su propia cabecera convierte en público un concepto que las recientes películas de Marvel están sacando de las catacumbas del frikismo superheroico: el multiverso. Giro de ciencia-ficción más propio de la DC Comics, en la que siempre han convivido diferentes versiones de sus personajes, no podía ser sino la pareja del primer superhéroe la que, por primera vez, hiciese pública su existencia para el ciudadano común de Metrópolis. Una investigación en la que el guionista Greg Rucka nos revela la amistad de Lane con Mariska Voronova, versión DC de Anna Politkovskaya, reportera asesinada, presuntamente, por el Kremlin.

Entre una y otra, en los 90, se sitúa el personaje interpretado por Teri Hatcher en Lois&Clark: Las nuevas aventuras de Superman, serie inspirada tanto en el Superman de John Byrne de 1986 como en formatos televisivos basados en la tensión amorosa entre los protagonistas, tipo Luz de luna o Remington Steele. Esa Lois noventera y televisiva tontea con un Lex Luthor que es más un empresario corrupto que un supervillano y recupera el componente de defensora del ciudadano medio de su origen de los 40.

La última vuelta de tuerca en cómo “la novia de Superman” es capaz llevar hasta el final su propio heroísmo nos ha llegado este 2021 con Superman&Lois, nueva serie de televisión dedicada a la pareja en la que son padres de los gemelos Jonathan y Jordan. La familia se muda a Smallville, la ficticia y utópica comunidad de adopción de Clark Kent, y Lois dimite de su puesto de reportera estrella en el Daily Planet de Metrópolis cuando es adquirido por el millonario Morgan Edge, que también se dedica a especular con terrenos mineros en su nueva ciudad de adopción.

Elizabeth Tulloch pone cara a una Lane que se ofrece como redactora a The Smallville Gazette, humilde periódico local con una sola periodista en el que comienza a publicar reportajes que desvelan los oscuros manejos de Edge. Aunque luego vendrán giros superheroicos y de ciencia-ficción, el villano viene a ser un empresario amoral que ofrece promesas vagas de empleo a granjeros desesperados por la crisis infinita en el Rust Belt norteamericano cuando en realidad solo desea establecer un proyecto extractivista para su propio beneficio.

Lo significativo es que esta versión tan decididamente crítica de la protagonista, en la que además se evita el tópico de contraponer su carrera y su papel de madre o esposa del héroe, llegue en una serie que enfoca a los personajes desde un punto, de nuevo, decididamente clasicista y deudor de la versión de los 40. Un Superman y una Lois convertidos en opositores a Trump desde una defensa de los valores tradicionales de los que este intentó apropiarse.

El paso siguiente en este enfoque tan descaradamente progresista del mito de Superman lo ha dado la Lois del cómic, madre del adolescente Jon Kent, el nuevo Superboy activista climático y abiertamente bisexual. De hecho, la pareja de Jon, Jay Nakamura, es un joven reportero amateur, hacker y streamer, de origen asiático-americano. En un reflejo admitido por el guionista Tom Taylor, un salto que enlaza a los personajes que defendían la América de Roosevelt y su New Deal al presunto y futuro Green New Deal, del que nuestro cinismo resabiado, al que Superman es más inmune que a la kryptonita, nos invita a desconfiar.