Las tres paradojas de Maquiavelo y la solución de Kant

“La posesión de la virtù, en consecuencia, se presenta nuevamente como una buena disposición a hacer lo que sea necesario para alcanzar la gloria cívica y la grandeza, tanto si las acciones implicadas resultan ser de índole intrínsecamente buena como si no”.

Esta cita del libro “Maquiavelo1”, de Quentin Skinner, me parece muy definitoria del pensamiento maquiavélico, a menudo utilizado como sinónimo de malvado. Como tantas otras cosas, no es verdad: Maquiavelo no dice que el fin justifique los medios en clave personalista, sino en clave republicana: el fin justifica los medios siempre que sea por el bien de la República2.

Me surgen varias dudas a este respecto y varias respuestas de otros filósofos: ¿Y si todos los Estados hicieran lo mismo? Y aparece el fantasma de Kant y su imperativo categórico. ¿Cómo se implanta esto en la ciudadanía? Platón, Spinoza y Fanon replican de forma casi automática. Y, casi por consecuencia, ¿el fin justifica los medios también para que el fin justifique los medios, es decir, como metodología? Y aquí surge Bentham y su utilitarismo y, por ende, Nietzsche y Foucault, a los cuales podemos relacionar con Fanon precisamente por la siguiente palabra: el ritual, la ceremonia de la episteme.

En primer lugar, la diferencia contra Platón es obvia: Maquiavelo es puramente materialista y, secundariamente, es un político, no alguien que habla sobre la política sin más. Intentar convertir La República del filósofo griego en un manual de instrucciones sería un gravísimo error para quien lo intentase. Por otra parte, es cierto que Platón coge como referencia el mundo en el que vive (como Maquiavelo), no obstante, ese parecido no justifica ni mucho menos ningún tipo de similitud que supere la distancia que hay entre lo material y lo idealista, de hecho, el Platón de La República parte del mundo que ve para explicar el mundo como él cree que debería ser e incluso en eso la noción de Nación que dan ambos filósofos está en las absolutas antípodas.

El ritual para armar el Estado

Consecuentemente, dado que hablamos de lo material, debemos ver que uno no puede armar un Estado en el que el fin justifique los medios sin rituales. Uno ha de convencer a la ciudadanía, como el propio Maquiavelo observa, de que aquello que haga es lo mejor que se puede hacer y de que su poder viene de algún tipo de divinidad u objeto celeste para que, así, el pueblo observe3 su liderazgo. Conviene ahora contemplar toda clase de ceremonias, rituales, ejercicios sobre los cuales una determinada persona sea ungida en el poder. Aquí entra toda clase de eventos, desde coronaciones hasta promesas de cargo actuales en el Congreso de los Diputados. Traducido, damos con una causa de legitimación elevada a la categoría de deidad.

En el prefacio de Tratado teológico-político, Spinoza afirma: “A fin de evitar, pues, este mal, se ha puesto sumo esmero en adornar la religión, verdadera o falsa, mediante un pomposo ceremonial, que le diera prestigio en todo momento y le asegurara siempre la máxima veneración por parte de todos” (Spinoza, 2019, pág. 79). Maquiavelo y su corpus necesitan de forma casi obligatoria una religión que seguir, laica o eclesiástica, que encumbre no ya al Gobernante, sino al propio Estado por cuyo bien el Gobernante podría llegar a tener carta blanca en caso de conflicto intereses. El tiempo ha ido poniendo obstáculos: hemos vivido recientemente una aplicación directa, la cesión de gran parte de nuestras libertades por el bien del resto de la ciudadanía -algo que, por fortuna, de un tiempo a esta parte es parte fundamental (formal y fácticamente) del Estado-.

El ritual y el Estado de alarma

En el Estado de Alarma, “el Papa” de nuestra religión, tras una reunión con sus “Cardenales”, propuso una bula a todo el Obispado -Congreso de los Diputados-. El pueblo representado aceptó en gran parte (de nuevo, por fortuna a mi humilde entender). No obstante, la Democracia se pone así misma el límite teniendo que renovar cada cierto tiempo el Estado de Alarma, todo ello pasando por la vara de la separación de poderes. Y menos mal, pues un Dios que no es omnipotente es cuanto menos frágil.

La Democracia, la forma de Estado contemporánea, se diferencia del absolutismo en la paradoja de que no existe la siguiente paradoja: si Dios es omnipotente, ¿podría crear un objeto que ni él mismo podría destruir? Por fortuna, la Democracia es incapaz de hacer tal cosa, ahí reside tanto su fragilidad como su valía y, por lo tanto, de aquí viene la necesidad de crear una ciudadanía que acepte plenamente esas normas.

Muchas veces la ficción explica mejor estos supuestos. Podríamos recurrir a la ejemplificadora cita del Episodio III de la Guerra de las Galaxias: “y así muere la democracia, con un gran aplauso”. El Senado, de forma democrática, entrega todo el poder al Senador Palpatine, empezando así una dictadura (de forma parecida ocurriría con Julio César).

Primera paradoja de Maquiavelo:

Por el bien de la ciudadanía, la propia ciudadanía ha de ser educada en un determinado corpus de valores democráticos”.

La virtù de la que habla Maquiavelo, el sapere aude de Kant y la areté helena residen en utilizar el verbo “educar” en vez del verbo “manipular”.

Resulta en cierto modo conmovedor que Nietzche y su búsqueda del superhombre; así como gran parte de Hegel y toda la genealogía hasta Heidegger, pueda tener una lectura profundamente emancipadora y, al mismo tiempo, profundamente opresora. Cuando uno educa, el planteamiento ético-moral estatal ha de ser el de proveer al alumnado de la educación suficiente como para que éstos puedan, a su vez, hacer mejor al mismo alumnado y a la sociedad.

Sin embargo, esto puede salir rana. Una supuesta rebeldía puede tornarse profundamente en contra de la propia República. Otro ejemplo de ficción: es el propio sistema mágico el que, salvando a Tom Marvolo Riddle de la miseria e introduciéndolo en Hogwarts, crea al malvado Lord Voldemort en la saga Harry Potter.

De forma que, segunda paradoja de Maquiavelo:

“podemos coincidir en que la paz es un valor y que merece la pena educar a la juventud en susodicho valor, ergo, ¿qué hacer con los díscolos? Es más, ¿qué hacer con los Estados díscolos?, ¿cómo debe ser el nivel de la educación para que no haya díscolos?, ¿aceptamos, en tanto que educamos, que no existe tal cosa como el mal?” (Skinner, 2020)

Empecemos por los díscolos internos:

Parte de la ciudadanía no acepta voluntaria o involuntariamente las normas que, como tradicionalmente se dice, “nos hemos dado”. Existe otra ceremonia, mucho más cruenta que la de la coronación o la promesa de cargo en el Congreso de los Diputados: la ceremonia del castigo.

Vigilar y castigar, de Michel Foucault, empieza con una archiconocida ejecución pública. Esta ejecución no tiene como objetivo la mera ejecución, sino la ejemplificación. Uno de los principios del Derecho Penal es que los delitos no vuelvan a cometerse –la prevención general–, de forma que el Estado tiene dos caminos: el miedo o la educación. Por regla general (y con mi pesar), estos no han sido incompatibles. Varios crímenes en las últimas décadas han sido utilizados (señalo que no me atrevo a juzgar si su utilización está bien o mal) como arma arrojadiza contra el adversario político. Esto ha derivado en que surgiera un término colosal –no sé si por diabólico o por angelical4–: el populismo punitivo, caracterizado “por una inmediata y permanente llamada al Derecho Penal para hacer frente a determinadas problemáticas sociales caracterizadas por su repercusión mediática5”.

Aquí nos encontramos con varios conflictos: 1. Un ciudadano díscolo no acepta las normas. 2. Un político, es decir, una institución o parte de ella, se aprovecha del punto anterior y 3. Hay ciudadanía que le sigue. Quizás el político entiende que lo mejor para la República es que él sea quien tenga el poder de la República, de forma que acepta el mal menor de aprovecharse de esta situación, creando un Código Penal desproporcionado para conseguir el bien superior que es tener el poder (o que no lo tenga otro). Aquí nos encontramos con que “el fin justifica los medios” no es, ni mucho menos, una máxima agradable.

La solución que propondría Kant:

Claro, si el político, el ciudadano y el criminal hubieran leído a Kant en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, observando que hay que actuar como si tu acción pudiera elevarse a lo universal, nada de lo anterior hubiera ocurrido. El político hubiera aceptado que algo de la sociedad ha fallado para que alguien se comporte así. Posteriormente, hubiera buscado una razón plausible que explicase este comportamiento. Finalmente, empezaría a buscar soluciones.

A su vez, el ciudadano hubiera pensado algo parecido. En caso de observar que el político no tiene intención o capacidad de hacer lo antes descrito, hubiera votado a otra persona en las siguientes elecciones. Por encima de todo lo anterior, de haber leído a Kant, el criminal no hubiera cometido el crimen. No obstante, el Código Penal existe porque, por una razón o por otra –me temo que no tenemos espacio para buscar las razones aquí– la sociedad peca, es decir, va contra la contra la religión y, consecuentemente, hay que buscar un Código de Conductas, ya sea Código Penal o Tablas de Moisés.

La conciencia tranquila, la violencia y la responsabilidad del político

Evidentemente, si todos pecásemos, el mundo se convertiría en un lugar invivible. De forma que queda la consolación inmaterial de la conciencia tranquila. Sin embargo, nadie puede negar que es tremendamente cansado tener la conciencia tranquila cuando a uno le echan de su casa, es atracado, atacado de una forma u otra mientras que el Estado no parece tener la más mínima intención de recompensarle. En la religión, al menos, te prometen una placentera vida eterna. Volvemos al político, que debe de ser el primer kantiano, para observar que, estadísticamente hablando, la felonía es una excepción6.

Relaciones Internacionales, otro marco de disputa

Otro precepto kantiano7 es que entre dos países democráticos no existe la guerra. Maquiavelo, me temo, se alinearía más con la corriente realista en la que las relaciones internacionales consisten en un juego de billar en el que los Estados, como las bolas, chocan entre sí. Si los Estados se comportasen como individuos kantianos, esto no ocurriría, no obstante, se ha adoptado el pensamiento hegemónico de que los recursos mundiales no dan para más –admito que aquí mi marco de pensamiento viene del marxismo– y, en vez de cooperar, los Estados compiten.

El ritual, la episteme y Fanon

De forma que trata de imponerse toda la episteme de la que antes hablábamos como si ésta fuera universal. Es aquí donde podemos introducir el pensamiento de Frantz Fanon que, en Los condenados de la tierra,niega la mayor. Si esa episteme necesaria, traducida en ceremonia, se aplica de forma universal, se impone una cultura sobre otra como si la primera tuviera una mayor preminencia, todo ello partiendo de la base de que los Estados no pueden cooperar y con la paradoja Kantiana de por medio: un bien es bien cuando es universal, pero no en todo el universo “el bien” es la misma cosa.

Obviando ampliamente el hecho de que si los Estados cooperasen no sería necesario colonizar, el imperialismo8 es inevitable. Desde que los Estados no cooperan, sino que compiten –muy a mi pesar–, el Príncipe vuelve a Maquiavelo para aceptar que invadir otro país es positivo cuando se llega a un punto en el que los recursos son escasos, puesto que debe proveer de bienestar a la ciudadanía. Otra paradoja empieza a surgir: una vez aceptas tal fenómeno como ciudadano y como Gobernante y colonizas a otro Estado, ¿no sería ético buscar también el bien del Estado colonizado como parte de tu propio bien?

Aquí es cuando entra Frantz Fanon de manera irremediable. La episteme de la metrópolis es a menudo incompatible con la episteme local porque la metrópolis tiene que buscar la homogenización de todo el imperio, de forma que tiene que corregir y, finalmente, anular la inseidad del pueblo colonizado para persistir en la colonización. Volvamos a la paradoja de una Democracia que es capaz de ser un dios que no es paradójico (recordemos: el dios omnipotente, ¿es capaz de crear un objeto irrompible que ni la deidad puede romper?). En el momento en el que crea una colonia, el Estado se convierte en Dios en todos los sentidos, deja de ser frágil salvo por la fuerza y, por lo tanto, pierde toda esencia democrática. Así, la propia teoría maquiavélica entraría en paradoja porque la propia esencia maquiavélica de que el fin justifica los medios para el bien de la República se rompe, pues lo mejor para la nación es la Democracia y los Derechos Humanos.

Resolución ética

La rotundísima afirmación de que lo mejor para la República, el Estado o la Nación -aquí nos valen todos los términos anteriores indistintamente- es la Democracia y los Derechos Humanos y, por lo tanto, la cooperación entre seres humanos, es una máxima que debo por honestidad reconocer como ética (en tanto que es pura praxis) y moral (en tanto que creo que “hace referencia al comportamiento humano y señala un comportamiento bueno y uno malo” (Gómez & Muguerza, 2019, págs. 21-22), yo añadiría que creo que es bueno o malo dependiendo de un sistema de valores basados en la frase que concluirá el siguiente párrafo).

Es decir, no tengo datos estadísticos –aunque podría buscarlos y encontrarlos con facilidad– que afirmen que tengo razón en esto, sino que me guío por un modelo de comportamiento aprehendido. Hablo, por tanto, no de positivismo en ninguno de los sentidos de esta palabra, desde el jurídico hasta el matemático, sino de que existe una ley por encima de toda veleidad, que tiene mucho que ver con Kant y su imperativo categórico y con la ley que, por más que yo sea ateo, nutre el corpus “jurídico” de las religiones que tengo la fortuna de conocer: “ama al prójimo como a ti mismo”.

Ergo, Maquiavelo debe cumplir su maquiavélica misión en la República y desaparecer

Me pregunto qué pasaría si todo el mundo tuviera los mismos valores que yo. Probablemente, no habría guerras porque no habría desacuerdos. Al mismo tiempo, si todo el mundo pensase como alguien que no piensa como yo, tampoco las habría porque todo el mundo estaría de acuerdo en otra cosa. Sin embargo, esto que para mí es una utopía como lo sería para cualquier otro ser humano, en realidad, no es sino una quimera mundial. Aprovecho para decir que quimera y utopía son peligrosamente similares pero radicalmente distintas, pues la utopía es algo conseguible y la quimera, sin embargo, no deja de ser un monstruo que hace que perdamos mucho tiempo en un imposible.

La educación de la República debe ser maquiavélica para aceptar el desacuerdo dentro de unos cauces que, de nuevo, son ético-morales. Debemos estar de acuerdo en que nadie es menos que nadie por ser de una raza distinta, pero podemos no estar de acuerdo con el Título I del Código Civil, cuyo título es “De los españoles y los extranjeros”. No obstante, la educación debería proveer una vocación democrática que convenga en debatir en términos de paz qué es lo mejor para la República, teniendo en eminente consideración que el principal atributo de la República es que se compone de personas que, en tanto que miembros de la República, pasan a considerarse La Ciudadanía.

A su vez, también debemos tener una vocación universal de cooperación para que, al final del proceso, el Estado (y por lo tanto el maquiavelismo) no resulte necesario.

La última paradoja:

Se produce otra paradoja: si la máxima “ama al prójimo como a ti mismo” es universal, es precisamente por imperialismo. Si desechamos todas las barbaridades9 que ha hecho lo que posteriormente sería llamado Occidente, nos quedaríamos con esta frase como garante de nuestra virtud como civilización. “Ama al prójimo como a ti mismo” es una de las pocas máximas que podemos usar perpetuamente sin necesidad de conflicto. Si nos vamos a la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, nos vamos a encontrar con la paradoja de: “¿Y si un asesino entra en tu casa y te pregunta dónde está tu hermano para asesinarle tú no le mientes?” Por supuesto que le miento porque su intención previa no es buena, aunque esto no pueda ser aplicado universalmente.

Si de forma universal amásemos al prójimo como a nosotros mismos, no tendría por qué existir el Estado porque, de cometerse alguna praxis que causase no el mal (entendido el mal como algo propio del diablo), sino el sencillo y simple sufrimiento que la propia vida lleva consigo, esto sería entendible en tanto que no habría lo que en Derecho es conocido como dolo.

Conclusión:

Ergo, por más que Kant se molestase, deberíamos usar a Maquiavelo para, por el bien de las Repúblicas del mundo, enseñar (que no imponer, ni manipular a través de) a Kant. Maquiavelo y su pragmatismo no van a desaparecer dado que, aunque no existiese el mal, siempre existirá lo díscolo. Dado eso, pretender que Maquiavelo desaparezca es quimérico, pero trabajar para que deje de ser necesario resulta imperativo. Finalmente, que para que desaparezca Maquiavelo tengamos que usar a Maquiavelo no es sino una paradoja maquiavélica que, probablemente, él habría previsto.

Bibliografía

Fanon, F. (2018). Los condenados de la tierra. Tafalla: Txalaparta.

Gómez, C., & Muguerza, J. (2019). La aventura de la moralidad (paradigmas, fronteras y problemas de la ética). Madrid: Alianza Editorial.

Kant, I. (2016). Fundación para una metafísica de las costumbres. Madrid: Alianza .

McLeod, J. (2010). Beginning postcolonialism. Cornwall, Reino Unido: Manchester University Press.

Skinner, Q. (2020). Maquiavelo. formato digital: Alianza.

Spinoza, B. (2019). Tratado teológico-político. Madrid: Alianza.

1 La edición que estoy usando es digital. (Skinner, 2020)

2 A lo largo del trabajo, que saltará cronológicamente, utilizaré República o Estado según sea el contexto, a menudo como sinónimos.

3 Úsese la acepción legalista del término.

4 Uso estos términos por aquello que decíamos de la religión del Estado.

5 Jueces y Juezas por la Democracia, “El populismo punitivo”, Jornadas Juzgados de Pueblo, 24 de noviembre de 2006, Pontevedra.

6https://www.eldiario.es/politica/criminalidad-alcanza-minimo-historico-39-6-delitos-mil-habitantes_1_8458805.html

7 Kant, I (2018). “Teoría de la Paz Perpetua”. Tecnos: Madrid.

8 “an ideological Project which upholds the legitimacy of the economic and military control of one nation by another” (McLeod, 2010, pág. 9)

9 También es paradójico usar el término heleno para “extranjero” hablando precisamente de esto, ruego se me permita la licencia literaria.

por Fernando Camacho.

Estudiante de Estudios Ingleses e Historia del Arte. Leo más que escribo y reflexiono mucho sobre ética y estética. "Con Montmartre y con la Macarena comulgo" (M. Machado), me gusta la contemplación y el Betis. ¡Sobre todo el Betis!