La nueva relación Unión Europea-EE. UU.: ¿Divorcio entre Bruselas y el “Tío Sam” tras 75 años de matrimonio?

“Amamos a los países de la Unión Europea. Pero está claro que la Unión Europea se creó para aprovecharse de Estados Unidos”

Esta elocuente y expresiva locución fue pronunciada por el presidente Donald Trump en junio de 2018 durante uno de sus numerosos y polémicos mítines. Sin lugar a duda, el actual ejecutivo estadounidense está provocando un auténtico terremoto en la geopolítica mundial y en las alianzas internacionales. La hasta ahora intachable y férrea relación de amistad y colaboración entre EE. UU. y la UE está más en entredicho que nunca y diariamente los mandamases de Bruselas tienen que soportar continuos ataques de un Trump que ha llegado a calificar a la Unión de “enemiga” y de ser “posiblemente tan mala como China”.

Esto choca por completo con el estrecho y simbiótico nexo que tradicionalmente había establecido el “Tío Sam” y la UE. Sin ir más lejos, el antecesor de Trump en el Despacho Oval, Barack Obama apuntaló un vínculo con Bruselas que había quedado enrarecido con la polémica política exterior de George Bush.

Tanto Obama como Trump han gobernado los EE. UU. en una época en la que ya surge de forma explícita el actor que está llamado a ser la mayor amenaza de la pax americana establecida tras el colapso del bloque soviético a principios de los 90: China. No obstante, mientras Obama lo afrontó de una forma inclusiva para con Europa, mediante su propuesta de Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (el polémico tratado ATCI), Trump ha decidido frenar en seco su asociación con la Unión Europea, e incluso ha llegado a catalogarla de actor hostil de cara a afianzar su hegemón ante la creciente presión del dragón asiático.

Las causas profundas de un amago de divorcio inesperado

Muchos expertos critican la enconada postura de Trump contra Bruselas y no le encuentran sentido más aún sabiendo que el Viejo Continente ha sido el más confiable y antiguo de los aliados estadounidenses. Otra postura reside en pensar que se trata de una especie de órdago permanente que lanza Washington con el objeto de reformular la actual estructura comercial mundial en la que a su juicio, EE. UU. está perdiendo su ventaja comparativa a favor de países como México o la misma China. En esta crítica, la UE actuaría a ojos de la Casa Blanca como una correa de transmisión de dicho desfase comercial.

Lo verdaderamente paradójico es que la UE, con sus obvias diferencias con EE. UU., está en una situación geopolítica y económica parecida a la que pueda estar viviendo su otrora socio histórico: Europa occidental es con diferencia, la región mundial que más va a sufrir el envejecimiento demográfico típico de los países desarrollados y, además, es un área profundamente dependiente de materias primas que debe conseguir de otras regiones mundiales.

Además, pese a importantes proyectos de convergencia entre China y Europa como el de la “Nueva Ruta de la Seda”, la ansiada confluencia económica entre Pekín y Bruselas es aún imperfecta y está plagada de desconfianzas mutuas.

En resumidas cuentas: Europa Occidental continúa siendo implícita o explícitamente un aliado estratégico del “Tío Sam” como lo lleva siendo desde al menos el fin de la Primera Guerra Mundial, de la que se ha cumplido recientemente el centenario de su fin. Así, una alianza tan dilatada y cargada de simbolismo como la del “Viejo Continente” y EE. UU. está más en entredicho que nunca, pero no hay una causa profunda o sistémica que lo hubiera previsto antes de 2016.

Y es que, antes del citado año, las relaciones entre la UE y EE. UU. gozaban, como se ha explicado en líneas superiores, de un rejuvenecido impulso gracias a la buena relación entre los líderes europeos y el presidente Obama.

La cosmovisión de Trump

Por ello, la causa principal que se puede exponer para explicar el por qué de este inesperado rumbo en las relaciones transatlánticas de los que eran dos de los principales polos de la civilización occidental según la famosa clasificación de Samuel Huntington, es la volátil personalidad del presidente Trump. Como es sabido, el sistema político típico de EE. UU. carga de una especial importancia a la figura del presidente como ejecutor y decisor de la política exterior a través de la figura del secretario de Estado. Así, pese a los controles democráticos típicos que pueda ejercer el Congreso del país, el criterio del morador del Despacho Oval es de especial trascendencia a la hora de definir cómo actuará Washington en el mundo durante cuatro años.

Analizando la cosmovisión de Trump, puede extraerse su especial obsesión por solventar la que él juzga como una situación de injusticia de unos EE. UU. que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, han actuado de árbitro mundial y de gendarme de la causa occidental y de los valores democráticos sin obtener un beneficio acorde al coste humano y económico ejercido. Es de sobra conocido el apoyo de Trump a aquellos partidos o líderes nacionalistas que ponen en jaque el sistema supranacional representativo de la UE. Así, es el primer presidente estadounidense que ensalza públicamente la figura de polémicos líderes eurófobos como Viktor Orban en Hungría o Marine Le Pen en Francia.

Además, siempre se ha mostrado defensor del Brexit y ha alabado públicamente la voluntad del pueblo británico y su deseo de zafarse de unos designios de una UE que “está perdiendo su cultura” al permitir los importantes flujos migratorios que arriban al Club.

En el plano económico

Valorándolo desde un aspecto económico y comercial, Trump es un decidido y confeso defensor de apuntalar los acuerdos bilaterales que considera injustos para su país. En este contexto se explica sus tiranteces con el gobierno de México y la creciente rivalidad con China. La UE no se libra de su foco de críticas: tras su elección, en enero de 2017, amenazó con imponer a la empresa alemana BMW un 35% de aranceles a las importaciones de dichos vehículos en EE. UU. Curiosamente lo propuso un magnate que posee en su flota de vehículos particulares ejemplares de compañías europeas como Mercedes o Lamborghini. Las incongruencias son más que destacables.

Por último puede destacarse la desconfianza de Trump con una UE que puede erigirse como el tercer actor en cuestión en la guerra comercial bipolar entre EE. UU. y China. Bruselas es el mayor mercado integrado del mundo y no es un actor secundario a no tener en cuenta a la hora de dirimir las fricciones comerciales que se avecinan. Aquí puede inscribirse los intentos implícitos y retóricos de Trump de debilitar la UE. Recientemente anunció que EE. UU. sería el socio principal de Reino Unido una vez se consume su marcha de la “Europa de los 28”, y elogió su voluntad de querer comenzar una andadura autónoma respecto al mercado común europeo.

 La relación actual entre la UE y EE. UU.: cuando una imagen vale más que mil palabras.

¿Es factible el divorcio?

Una vez analizadas las posibles causas de la reciente enemistad entre Bruselas y Washington, la pregunta es más que necesaria: ¿es realmente posible la ruptura entre dos de los polos de la “civilización europea”? De entrada puede afirmarse que no. Muchos analistas internacionales auguran que el divorcio entre el “Tío Sam” y Europa durará exactamente lo mismo que dure la estancia de Trump en la Casa Blanca. No obstante, otros muchos expertos creen que se trata de una crisis mucho más profunda y no reducible únicamente al explosivo e incierto criterio del mandamás estadounidense.

Así, creen que la UE debe abandonar su tradicional dependencia de EE. UU. en aspectos clave como la seguridad y la política exterior. La UE debe instituirse como un actor de importancia mundial y aumentar su integración para hacer frente a los retos que surgirán en un mundo cada vez más complejo e interdependiente. Con la marcha de Reino Unido, el país tradicionalmente más díscolo a avanzar en la integración, la UE debe aprovechar el nuevo escenario de oportunidad que se abre y aumentar su fortaleza respecto a los movimientos eurófobos que moran en el corazón de Bruselas.

En lo que respecta a EE. UU., su posición de liderazgo mundial está más en entredicho que nunca. La pujanza de China es imparable y en muy pocos años va a ser relegada oficialmente como primera potencia económica mundial. El indudable poder blando estadounidense y su capacidad de influir en las decisiones mundiales continuará, pero deberá ser compartido con un Pekín que actualmente está afianzando una relación de amistad estrecha pero incierta con Moscú.

En este escenario, Trump debe aparcar sus pretensiones de mantener un hegemón que cada vez es más complicado de alimentar. En este contexto, desde Washington se debe continuar su estrecha relación simbiótica con la UE. Comparten una historia conjunta, así como una visión económica y unos valores democráticos comunes. Si hay una región análoga a los intereses estadounidenses por afinidad ideológica esta es Europa Occidental.

Bruselas y el “Tío Sam” están condenados a entenderse.

Escrito por Ricardo Gómez Laorga.