El pasado lunes, 3 de diciembre, era el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, establecido por la Organización de Naciones Unidas en 1992. Con motivo de este día se celebró en la ciudad de Dos Hermanas las II Jornadas sobre Diversidad Funcional. En ella reflexioné sobre la imagen que hay anclada en la sociedad sobre la discapacidad.
La discapacidad o diversidad funcional se puede observar desde muchos ámbitos, esta vez lo hice sobre la estética y la imagen que proyecta el ser humano con diversidad funcional. Como los cánones de belleza de hombre y mujer moldean la identidad de los seres humanos en general y como la población con diversidad funcional se ve discriminada, se ve excluida con estos cánones establecidos en particular. Basta con poner el ejemplo de una persona usuaria de silla de ruedas y con escoliosis dorso lumbar. Esta, no tiene la posibilidad de ser atractivo. No porque su cuerpo en sí mismo no pueda ser bello y deseado, sino porque el ideal de belleza fijado en nuestra sociedad excluye la beldad del ser humano con diversidad funcional considerándolo como deforme.
Estética, poder y diversidad funcional
Luego, podemos observar también esta realidad desde la estética del poder y como esta en base al canon de belleza establecido, atribuye a las personas consideradas atractivas por la sociedad un mayor éxito profesional en su vida laboral. Por consiguiente, nos podemos hacer la pregunta de por qué se produce este hecho, para después dar una vuelta a la “estética del poder” y tratar el “poder de la estética”. Este poder para modificar la imagen del ser humano y perseguir constantemente el ser considerado bello por la sociedad y finalmente ser aceptado. Pero también como las personas con diversidad funcional por más que moldeen su apariencia física nunca van a poder ser considerados atractivos físicamente, no por la forma de sus cuerpos, sino por unos cánones de belleza bastante exclusivos para la sociedad en su conjunto. Por consiguiente, esto crea una gran frustración en los seres humanos, porque por más que cuiden su aspecto físico no podrán alcanzar esa aceptación de su cuerpo por parte de la sociedad. A su vez, podemos hacer un paralelismo con la felicidad y su búsqueda, a veces desesperada, ignorando que la felicidad no es un estado de ánimo constante, sino que fluctúa en el tiempo.
Por otro lado, se hace necesario el hecho de no aludir en demasía al tópico de la belleza interior de los seres humanos con diversidad funcional. Ignorando que el atractivo físico del ser humano tiene una tendencia irremediablemente imaginativa.
Por último, planteo dos reflexiones. La primera de ellas es que nos encontramos en una sociedad frustrada, porque esta no acepta su realidad, la realidad de que casi 4 millones de personas desean formar parte de su grupo, su comunidad y de la sociedad. Pero también de pertenecer al ámbito familiar, educativo, laboral y social sin exclusividad y con inclusión. Porque en cada ámbito hay presente un estereotipo, un prejuicio y un trato discriminatorio. Porque una sociedad frustrada, es una sociedad con un conflicto interno muy fuerte.
La segunda de ellas. Plantear la necesidad de un cambio de visión sobre el ser humano con diversidad funcional, dejar de observarlo como un ser enfermo, es decir, dejar de enfocarnos en su patología y hacerlo desde un enfoque humanista, porque esos casi 4 millones de seres humanos viven sin querer vivir una realidad exclusiva. Viven a la espera de que la sociedad cambie de disyuntiva, de vivir entre la tolerancia o el rechazo del diferente a vivir en la tesitura de aceptación o tolerancia del diferente.