¿Existe la privacidad en Internet? (II)

Tras publicar hará ya dos meses mis breves reflexiones acerca la privacidad en Internet, no pocos conocidos de mi entorno cercano dijeron que “exageraba” o que “eso no podía ser así”. Ante esta avalancha de críticas e incluso acusaciones de “alarmista” respondo con la casi mágica ironía del destino.

En primer lugar, mientras fraguaba el artículo de Existe la privacidad en internet, finalmente la Unión Europea, tras casi un año de espera, dio a conocer el nuevo y más que esperado reglamento acerca de la privacidad en la red en todo el entorno comunitario, el cual deberá de ser “aplicado” por los Estados miembros para mayo de 2018.  Aquí dejo una nota de prensa de la página web de la Comisión Europea la cual resume todo bastante bien y menciona diferentes comunicaciones que atañen a toda la temática de la privacidad y relacionadas al reto que entraña un mundo como el de hoy, con una galopante globalización.

Parece ser que a la Unión Europea, en 2016, la jugada le estaba saliendo redonda tras el varapalo en 2015 de saber que su anterior órgano garante de nuestra privacidad, el Safe Harbor, era inefectivo. Esa satisfacción de actualizar y re-ordenar todo llegó a su culmen en el verano de 2016 con la firma del hermano renovado del Safe Harbor, el EU-U.S. Privacy Shield, el cual daba una serie de garantías y procedimientos a seguir en muchos aspectos que afectan a nuestra privacidad, entre ellos, el traspaso de datos entre los servicios de inteligencia estadounidenses y europeos. Pero, antes de continuar con toda esta historia, recordemos quién estaba de presidente de los Estados Unidos de América por aquélla época, sí, efectivamente, Barack Hussein Obama II. Tras esta re-ubicación cronológica pasemos a recordar quién está actualmente de presidente (quien no lo sepa es porque ha estado estos meses en un islote de la Polinesia francesa), efectivamente, Donald John Trump. Bien, pues éste último, nada más llegar a la Casa Blanca, entró cual elefante en cacharrería e hizo (y sigue haciendo) trizas todos los acuerdos y logros de su antecesor. Uno de los acuerdos efectados, precisamente es el EU-U.S. Privacy Shield. Mediante la Orden Ejecutiva del 25 de enero de 2017, sección 14, Donald Trump hizo una magulladura, en lo que a servicios de inteligencia se refiere, en todo el EU-U.S. Privacy Shield:

Sec. 14.  Privacy Act.  Agencies shall, to the extent consistent with applicable law, ensure that their privacy policies exclude persons who are not United States citizens or lawful permanent residents from the protections of the Privacy Act regarding personally identifiable information.

No me atrevo a traducir el párrafo debido a que quizás hiera la vista de algún traductor o persona curtida en idioma de Shakespeare, provocando que suelte (con mucha razón y legitimidad) algún improperio hacia mí o el texto traducido.

En resumen, en este párrafo se dice que las agencias de inteligencia garantizarán la privacidad de los datos de identificación personal de los ciudadanos estadounidenses o residentes legales. Aquí omite al ciudadano europeo o ni siquiera se molesta en añadir alguna coletilla final como un “sin perjuicio de los acuerdos ya firmados con otros Estados u organizaciones”. Ante esto la Unión Europea respondió con una nebulosa de amenazas y preocupación. Finalmente, toda esta escaramuza quedó en un incómodo silencio informativo en todos los medios, tanto hispanos como anglosajones, desde hace, al menos, un mes. Desconozco que podrá ocurrir o cómo habrán quedado las cosas a puerta cerrada, pero desde luego estas actuaciones, visto el clima de crispación internacional existente, no sientan nada bien a éste nuevo acuerdo que, literalmente, protege nuestras vidas digitales.

Una vez actualizada y explicada la actual situación jurídico-internacional de nuestros datos, vuelvo al ámbito más terrenal. En primer lugar todo lector debe de entender lo siguiente: nuestros datos son un bien que vale dinero y las empresas, de diverso tipo, los compran y venden. Muchas veces se habla de la venta de datos desde el punto de vista del cibercrimen, es decir, el “hackeo” de cuentas por parte de “hackers” muy lejos de aquí… todo eso es cierto y es una amenaza a combatir, pero también tenemos mirar hacia dentro. Mirar hacia dentro significa mirar lo que hacemos a diario con todo dispositivo conectado a Internet y que el uso de aplicaciones en el mismo pasa desapercibido, ejemplo de ello son los prestadores de servicios Facebook, Google y Microsoft. No estoy diciendo que lo estén haciendo sea ilegal ni mucho menos, todas estas multinacionales tienen vastos servicios jurídicos los cuales se aseguran de que no haya ningún problema en el ámbito estrictamente legal en lo que a privacidad se refiere (y si lo hubiera, resolverlo de manera rápida y discreta). Yo me quiero centrar en si el usuario común es capaz de comprender lo que hace cuando le da a “aceptar” o “siguiente” cuando instala una aplicación en su móvil. Como ejemplo voy a poner el caso de el teclado Gboard de Google.

Esta es una captura de pantalla de mi teléfono móvil, sin trampa ni cartón. Las condiciones de esta aplicación son las genéricas de los servicios de Google. Ustedes lean bien lo que les afirma y pregunta la aplicación, no en las condiciones, sino como un mensajito aparentemente inocuo, pero que te lo deja todo bien claro. Registra todo lo que escribes y si lo enlazamos con las condiciones genéricas de los servicios de Google, esos datos se usan para “mejorar sus servicios”. ¿Cuánta gente le habrá dado a “aceptar” sin leerlo, o peor todavía, leyéndolo sin comprender exactamente las repercusiones de su acto? Es decir lo que escribamos se recoge, clasifica y coloca anuncios en base a esos datos procesados e incluso se venden. Pero este círculo vicioso es así para todas las aplicaciones, es así para las búsquedas, es así para todo lo que Internet ofrece “gratis”. Me temo que gratis no hay nada, la pagamos con nuestros datos. Además de todo ello, no sólo debemos de tener en cuenta los datos como tal que nosotros aportamos voluntariamente a Facebook, Instagram o Whatsapp (las tres de Facebook, Inc.) o Google, también hay que tener en cuenta el análisis posterior que se hace esos datos y las conclusiones propias de un perfil psicológico comercial que esas empresas obtienen. Incluso ya existen empresas que dicen abiertamente “te compro tus datos, tú eres el producto”, aquí he encontrado un par: https://datacoup.com/ y http://www.minsait.com/es/what-we-do/foresee/monetizacion-de-datos

Y ya la gota que colma el vaso es la creación de la figura “jurídica” de la “herencia digital” (información extraída de OCU), es decir, si una persona muere, como ha firmado un contrato (cuando usas los servicios de, por ejemplo, Facebook, firmas un contrato), toda la información que que el familiar fallecido ha subido a alguna red social (ejemplo, Facebook), actualmente, se queda ahí y tienes dos opciones:

  1. Dejarlo tal y como está
  2. Gestionar tú la cuenta del fallecido (para lo cual tendrás que gastar dinero en un notario, etc) y tras ello, si quieres, gastarme más dinero en contratar servicios especializados en borrar el rastro digital del familiar fallecido.

Esto supone ya un encadenamiento casi perpetuo a Internet. Este encadenamiento mediante el derecho privado, pero adornado con: palabras bonitas y poco claras; emblemas y temas atractivos visualmente y una estética de “empresa de tecnología guay”, pronostico que no terminará bien cuando este coloso con pies de barro llamado “mercado de datos” reviente (o a lo mejor no, quien sabe, quizás la sociedad continúe siendo ajena  – o enajenándose –  a este importante tema).

Por último cabe destacar que Google ha habilitado un servicio con el cual se puede ver todo el rastro que dejamos en sus servicios. Os dejo el enlace: https://myaccount.google.com/intro/privacy?utm_source=OGB#takeout . Os sorprenderá la gran cantidad de datos de aportáis inconscientemente, eso sí, oficialmente de manera voluntaria.

Por Fernando León.