El Lobo: ¿De Wall Street a Washington DC?

Un viejo refrán postula que “Cada pueblo tiene el gobierno que merece”. No creo que sea del todo cierto pero es una invitación a pensar.

Más allá de gustos cinematográficos y tratando de esquivar la moralina simplificante, el Lobo de Wall Street de Martin Scorsese es una obra pulida y acabada que condensa con nitidez el nuevo relato norteamericano de las últimas décadas. Si el viejo “american dream” prometía cambiar esfuerzo y corrección moral por una casa linda, un perro grande, una familia sana y dos autos, este film representa toda una actualización doctrinaria.

En el largometraje quien lleva la voz cantante es Jordan Belfort (DiCaprio), que es retratado ante todo como un ganador. Al margen de sus excesos, tiene una vida en esencia envidiable: Es lindo, se acuesta con mujeres lindas, es seguido por sus amigos, admirado por sus capacidades, maneja los mejores autos, viste y luce la mejor ropa, organiza las mejores fiestas, disfruta de bellos paisajes en su yate y por supuesto tiene una fortuna ilimitada que le permite satisfacer todos sus deseos y caprichos.

Lobo de WS 2
Donald Trump preparando su campaña.

Pero este ideal hedonista que opera en el plano de la fantasía -además- es realizable. Ésta es la clave del asunto. Belfort y sus amigos son gente “normal” que con coraje y una estrategia correcta conquistaron una fortuna de la noche a la mañana. Representan la aspiración máxima de lo que en España llamaron la “cultura del pelotazo” y objetivamente son personajes más cercanos que el pelado Jobs o Marquitos Zuckergberg. Cualquiera puede identificarse con estos ex fracasados simpáticos que “la pegaron” y se fueron para arriba, mucho más que con los ñoños ultra inteligentes que hacen cosas extrañas con la computadora.

“Déjenme decirles algo, no hay nobleza en la pobreza. He sido un hombre pobre y un hombre rico. Y elijo ser rico cada puta vez” vocifera el Lobo ante sus enardecidos empleados en la escena con la bajada de línea más explicita de la película. “Lo único que está entre tu meta y tú, es la historia que te sigues contando a ti mismo de por qué no puedes lograrla”. Actualmente este ya famoso discurso es usado en empresas para motivar al personal, sobre todo en los departamentos de ventas. También es fuente de inspiración en conferencias y talleres para emprendedores de “startups”, palabrita de moda por estos días, compartiendo dupla delantera con la mágica y misteriosa “innovación”.

Alguien podrá decir que el Lobo de Wall Street es un poco exagerada en algunos ingredientes (muy entretenidos para el espectador), pero es indudable que Scorsese capta de manera brillante y sin insinuaciones éticas el culto al dinero, al individuo y al consumo llevado al paroxismo que hoy impera en la principal potencia mundial.

Triunfador en los negocios y en la vida, la realización del “american dream”.

En términos de proceso histórico podríamos afirmar que este nuevo sueño americano es la superación de su antecesor, su versión radicalizada. La base ideológica sigue siendo la misma y consiste en que cada cual es el responsable único de su destino de manera estrictamente individual. Si quieres ser millonario, ten valor, toma una decisión. A mí me funcionó porque trabajé duro. Sino funciona para ti es porque eres flojo” nos plantea el Belfort de DiCaprio. De esta manera no existen condicionantes ni estructuras sociales de ningún tipo y por supuesto el Estado sería poco más que un estorbo. La esencia de este enfoque es la que instalaron de la mano de Ronaldo y Margarita en los 70´y 80´, aunque la nueva edición es mucho más intensa, rápida y furiosa, no casualmente como el mundo financiero que se abrió camino con sus políticas.

Y es -justamente- en estos tiempos de fiebre consumista, individualismo extremo y adoración por el dinero tan bien retratados por el director de “Buenos muchachos” y ganador del Oscar por “los infiltrados”, donde emerge la figura de Donald Trump como pre-candidato presidencial en los EEUU. Y dado que el Lobo de Wall Street está basada en hechos reales, bien podría haber una segunda parte en la que el magnate se propone su último y más ambicioso capricho, ocupar el sillón en la Casa Blanca, aunque en esta oportunidad habría que cambiar a DiCaprio por Bruce Willis, quien ya imitó a Trump en el programa de Jimmy Falon recientemente. Quizás Arnold Scharzenegger podría dirigir este bis o al menos producirlo, dada su experiencia en Hollywood y en la gobernación californiana.

¿Pero quién es este particular personaje que pateó el tablero político estadounidense?

El tocayo del famoso pato y jefe de la Trump Organization tiene un patrimonio calculado en alrededor de 7,5 billones de dólares, diversificado entre emprendimientos inmobiliarios que incluyen varios rascacielos, hoteles, casinos y otros negocios. Es propietario de cientos de miles de metros cuadrados en Manhattan, es el principal accionista del evento Miss Universo y fue el conductor de “The Apprentice”, reality show que tenía como premio un puesto de trabajo en su holding empresario.

Trump se presenta como un independiente aunque compite en la interna republicana, en la que según las encuestas se encuentra primero en intención de voto. Su irrupción en el tablero electoral vino de la mano de resonantes planteos xenófobos que sacudieron el avispero y corrieron a la ultra derecha los debates en estas primarias rumbo a las presidenciales de 2016. En junio de 2015 lanzó su campaña diciendo que “…México nos está enviando drogas y violadores. México no es nuestro amigo” y proponiendo la construcción un gigante muro en la frontera, que haría pagar a los propios mexicanos.

Al igual que Berlusconi en Italia o Le Pen en Francia, el elemento anti clase política es una de las principales vetas que encuentra este exitoso empresario para dialogar con amplios sectores de la población estadounidense. “Nuestros líderes son estúpidos. Nuestros políticos son estúpidos” dispara una y otra vez desde sus actos de campaña, más parecidos a agresivos shows de stand up que al tradicional tribuneo proselitista. El desprestigio de la dirigencia estadounidense -que efectivamente existe- es uno de los principales factores sobre los que se apoya Trump, quien hace gala de su gran capacidad para negociar y emprender, en contraposición “a la ineficiente y aislada burocracia política que vive de tus impuestos en Washington DC”.

Sus críticas al Presidente Barack Obama y a la pre-candidata demócrata Hillary Clinton son demoledoras, al igual que los ataques que dirige a los demás pre-candidatos republicanos. Se jacta de haber aportado en las campañas de la mayoría de estos políticos en el pasado, incluida Hillary, mientras que se auto financia la suya, sin aceptar dinero de nadie más. Con bastante realismo acusa a los políticos profesionales de ser “títeres de sus sponsors”.

Su planteo central es que EEUU está siendo saqueada comercialmente por China, Japón y México, invadida gradualmente por la inmigración ilegal y derrotada militarmente por el terrorismo. Se apoya en elementos reales como el cierre de fábricas en Chicago (trasladadas a China y México) y acusa a estos países de “robar el trabajo a los americanos”.

Ante esto propone una baja radical de los impuestos “para dinamizar la economía y terminar con la estafa”. Respecto a la inmigración, además de “construir un gigante y poderoso muro”, propone prohibir por completo el ingreso de musulmanes y vigilar la actividad en las mezquitas. También se niega a recibir refugiados provenientes de Medio Oriente y anuncia que va a expulsar del país a los que ingresen previo a su triunfo.

En su reciente discurso en Raleigh -Carolina del Norte- afirmó que se considera a sí mismo como el “más militarista de todos” y promete desarrollar “un ejército tan poderoso que nadie se va a atrever a meterse con EEUU nunca más”. Planteó una defensa cerrada de la tortura a prisioneros y por supuesto también de la segunda enmienda de la constitución que habilita a cualquier ciudadano a portar armas de guerra. Tras los atentados en París su conclusión fue que “los franceses necesitan más armas”.

Para muchos estas posiciones pueden sonar descabelladas pero Donald Trump no es una anomalía del sistema ni un loco aislado. En una sociedad que hizo del dios dinero el parámetro absoluto del éxito y el fracaso en la vida -y volviendo a la cuestión del nuevo sueño americano– Trump representa para muchos estadounidenses el caso de un ganador, un ejemplo a seguir. La pobreza del resto de la oferta política que hoy presenta la plutocracia estadounidense hace el resto del trabajo.

La verdad no creo que ningún pueblo merezca un gobernante de esta naturaleza, retomando el refrán que abre estas línea, ni siquiera aquel que está dispuesto a una batalla campal por aprovechar un descuento en el “black friday”. Pero no debe sorprender a nadie que este personaje quiera mudar su oficina de Nueva York a la Casa Blanca, y que esto -encima- sea posible.