En la novela 1984, George Orwell nos recuerda constantemente la importancia del lenguaje y de la imaginación como espacio de libertad. El Partido sabe esto y por ello diseña la Neolengua, un sistema de comunicación con menos conceptos para restringir nuestra capacidad de pensar. Además desarrolla otro estudio, acerca del doblepensar: esto se da cuando nuestro conocimiento de la realidad nos lleva a una conclusión (“ningún círculo puede ser cuadrado”) pero El Partido nos obliga a creer algo (“existen círculos cuadrados”).
Como en tantas otras cosas, Orwell resulta casi profético respecto al doblepensar. Vivimos en una sociedad contradictoria, cuando no hipócrita o simplemente psicótica. Revistas que tras un “acéptate tal como eres” te venden un método para adelgazar en poco tiempo. Y si no funciona, sus patrocinadores, marcas cosméticas, harán el resto. Acudimos a cadenas de cafeterías donde explotan a sus trabajadores y arruinan a los comercios locales. Pero nos lavamos la conciencia pensando que el café que tomamos es de comercio justo.
Algo así ha pasado en Europa occidental en las últimas décadas respecto a la democracia de partidos. En España este caso explotó en el 15M, del que ahora se cumplen cuatro años y -por tanto- nuevamente rodeado de la campaña de unas elecciones municipales. Criticar las opciones políticas tradicionales a menudo no ha ido acompañado de una propuesta de cambio. Los partidos mayoritarios han caído en la soberbia de menospreciar a los pequeños y se les desafiaba a plantar cara. Cuando se ha hecho una propuesta de cambio seria y se ha plantado cara, se ha hablado de inestabilidad y caos. Los que pasan de votar se lamentan de los resultados en cuanto se publica el escrutinio.
En definitiva, igual que crecía la brecha entre legalidad y legitimidad, demasiado se ha ensanchado la grieta entre lo que decimos y lo que hacemos.
Una democracia pluralista necesita del debate y varias opiniones contrapuestas. Al fin y al cabo, la calidad de una democracia se mide por las dosis de conflicto que es capaz de soportar. Pero esto no quita que cada ciudadano tenga(mos) que reflexionar si en la sociedad jugamos el papel que hemos diseñado o si estamos “doblepensando”. La moraleja es sencilla: Actuemos como pensamos, pensemos como actuamos.
Que cada uno actúe como crea conveniente. Pero que lo haga.