En el siguiente artículo hay spoilers de toda The Batman. Procede con cuidado…
Escrito por Claudia Bisharat.
Batman no se puede pensar sin Gotham. Y Gotham, en todas sus representaciones, es una ciudad oscura, infestada de crimen a todas las escalas y donde aquellos que intentan mejorarla acaban, inevitablemente, corrompidos, traumatizados o muertos. Gotham, en el sentido en el que nunca parece haber nada externo o superior a ella, es una representación de la ciudad-estado más perversa imaginable: todo lo que podría haber salido mal, institucionalmente hablando, ha acabado ocurriendo.
Lo que quiero decir es que, desde su planteamiento, Gotham y Batman han sido siempre productos culturales muy politizados. Lo que no esperaba era ver que, además, THE BATMAN fuera una película muy política.
En los primeros compases se nos presenta una ciudad que está en vísperas de elecciones a alcalde donde una nueva candidata (para más inri, mujer, joven, negra y de apellido latino) parece estar irrumpiendo con fuerza aun a pesar de los esfuerzos del actual alcalde de aplastarla. Hacia la mitad, Catwoman le reprocha a Batman que no sea capaz de ver los problemas de los demás porque, aún a pesar de sus desgracias, él es blanco, rico y privilegiado. En resumen, la película tiene presentes los debates políticos actuales. Sería razonable analizarla desde ellos.
Batman y la corrupción
Gotham, nuestro Estado, se nos presenta en problemas: estancada y a merced del narcotráfico, un muy ambicioso programa filantrópico puesto en marcha por el padre de Bruce Wayne hace décadas no parece haber surtido efecto. Este estado de equilibrio es roto por el villano, Enigma, que, a través de unos acertijos, irá guiando en un proceso deductivo a Batman (y al espectador) para descubrir que el verdadero origen de la ruina de Gotham ha estado en la corrupción de sus líderes. La corrupción ha desviado los fondos de la beneficencia Wayne y ha impedido que llegasen a su “destino” (se podría debatir si la solución podría haber sido simplemente parcheada con donaciones); la corrupción impide, finalmente, que otros actores nuevos lleguen al poder (mediante el pucherazo que el alcalde previo estaba preparando) o para que, aunque lo consigan, estén abocados a corromperse o ser expulsados. En términos politológico, ha ocurrido lo que se conoce como “captura de las instituciones”: se expresa claramente que “el verdadero alcalde de Gotham” es el mafioso Falcone, que controla las redes de narcotráfico y tiene a toda la élite entretejida en su red de clientelismo. Gotham es, efectivamente, una cleptocracia: el gobierno de los ladrones.
En este momento, debemos plantearnos si este mensaje no resuena con los movimientos populistas, primero de izquierdas y después de derechas, que llevan creciendo estas últimas décadas. ¿No podría denominarse a esta élite clientelista como “casta”? ¿No podría un ciudadano de Gotham caer en la desafección del “todos son iguales” o empezar a creer en conspiraciones?
La película apuesta por el reformismo: la nueva alcaldesa electa se presenta como comprometida con sus conciudadanos en incluso llega a mencionar algo como que “es necesario restaurar la confianza en las instituciones”. Queda al lector plantearse la duda eterna del liberalismo político: ¿es el poder, en sí mismo, el creador inevitable de la corrupción?
Batman y la desigualdad
A lo largo de todo el metraje, Bruce Wayne se nos presenta como un hombre consumido por el trauma de haber perdido a sus padres y obsesionado con mantener el legado familiar a través de la adopción del alter ego de Batman: un titán imparable al que las balas no atraviesan, completamente ajeno a la destrucción que puedan causar sus actos y capaz de usar cualquier medio (entre ellos, una violencia extrema) para llegar a sus objetivos.
Y este es un personaje que no encaja en el orden de la ciudad: cuando salva a un ciudadano de una paliza éste le pide que no le haga daño; cuando investiga las escenas del crimen ningún policía entiende por qué está ahí. Sin él, los misterios planteados por Enigma no se podrían resolver porque Batman es mucho más ejecutivo que ningún agente: tiene todos los medios posibles a su alcance y, además, no respeta los procesos garantistas que caracterizan a los regímenes liberales. Es un poder discrecional paralelo a los de las instituciones de Gotham y no tiene nadie a quien rendir cuentas. Es, en resumen, un ejemplo de un poder económico que puede puentear las instituciones de un Estado, y uno que, además, persigue las mismas dinámicas conservadoras y punitivistas que ya se han demostrado inefectivas para ayudar a la ciudad.
Esta no es una lectura retorcida: la misma Selina se lo echa en cara. Pero es que, además, es uno de los grandes debates que se están dando en la arena política internacional: la desigualdad extrema a la que se está llegando dentro de los países (opuesta a la que se veía anteriormente, que era entre diferentes países) está permitiendo que las grandes fortunas operen más allá de cualquier control político, desde la recogida y uso de los datos de los usuarios de Internet hasta la muy sonada carrera espacial entre Elon Musk y Jeff Bezos. Un ciudadano normal se enfrenta a sus trastornos mentales, en el mejor de los casos, con terapia. Un ciudadano muy, muy rico puede hacerlo con un Batmóvil blindado y un traje antibalas… o presentándose a presidente de EE. UU.
Batman y la Transición vigilada
Existe la idea de que cualquier régimen constitucional se retrotrae, en última instancia, a un momento revolucionario inicial que necesariamente debía romper con las reglas anteriores. Al final de la película, las instituciones de Gotham han sido purgadas de corrupción: el villano ha matado al alcalde, al fiscal y al jefe de policía que estaban compinchados con el verdadero alcalde de Gotham.
El último resquicio del antiguo Gotham es el propio Batman, una fuerza arbitraria y violenta que solo tenía cabida en el contexto del que provenía, que ha dejado de existir. Batman se da cuenta de esto cuando descubre que el último objetivo de Enigma era el propio Bruce Wayne, y comienza a dudar del legado de su familia y de su función como justiciero.
El golpe de gracia se da cuando los compinches de Enigma se refieren a sí mismos de la misma forma que Batman: “soy la venganza”. En el clímax de la película Batman se da cuenta de que necesita desaparecer para dar paso a la nueva Gotham y toma la decisión de sacrificarse por salvar a la nueva alcaldesa…
Y, contra todo el impulso creado en 150 minutos de metraje, Batman sobrevive. Rescata a los civiles y participa en labores de reconstrucción de la ciudad. Es una decisión de guion que se toma sin duda por el deseo de hacer una secuela, pero acaba planteando una situación interesante:
Batman termina siendo un actor de la transición, pero también podría haber sido una fuerza reaccionaria. De hecho, como hemos explicado antes, su rango de acción va ligado precisamente al hecho de que sortea las instituciones. Y anteriormente se podía justificar dado que era un régimen corrupto y él ayudaba a mantener la seguridad: la efectividad y el carisma se entienden como fuentes clásicas de la legitimidad, pero ¿ahora?
¿Cómo puede defender su nula rendición de cuentas o su uso indiscriminado de la violencia en un momento en el que se supone que la legitimidad se está trasladando hacia lo legal, cuando la alcaldesa insiste en la necesidad de “recuperar la confianza en las instituciones? ¿En qué lugar deja al poder judicial cuando ya está purgado? ¿Cómo puede integrar sus dinámicas previas en el nuevo sistema? Más allá, ¿conocemos en España alguna figura con estas características, cuya única defensa para no tener cortapisas es que “han sido buenos”?
Por cierto, si quieres saber más sobre la corrupción y el subdesarrollo económico:
- Paul Collier (2007) The bottom billion: Why the poorest countries are failing and what can be done about it.